Cuando me pongo a escribir, nunca se sabe que palabra viene detrás de la otra. Es como si algo dentro, me hablara y me dictara desde la honestidad: No se que poner…. Pero me dejo fluir en mis pensamientos. Y luego pienso, que precisamente no quiero escribir lo que pienso, sino en lo que me salga.


La escritura es un arte por el que me gusta pasear todos los días
. Es un análisis de conciencia. Es un recrear de recuerdos y de sentimientos. Es una reivindicación de mi opinión, y todo ello de la forma más honesta, ya que no le veo la cara al receptor de mis relatos, es más a veces no hay receptor, solo esbozo parte de un dibujo de mi mente, es hacer asociación libre,  y que por algún motivo a veces toma forma de novela o poesía.

La escritura diaria, me hace disfrutar de eso que  yo llamo reafirmación,  y me hace sentir viva en un proceso de creación, sacando a la luz viejos recuerdos,  nuevas y antiguas sensaciones de todos y cada uno de mis sentidos.

El Château, tres viajes en el tiempo

El Château, tres viajes en el tiempo

El viento, la risa, la música, el olor, todas aquellas cosas que cuando las escribo, las siento tal cual, incluso los afectos que creo entre esos personajes ficticios, son afectos míos, que siento en mi propia piel.

Es decir, mi fantasía se desliza por entre mis dedos que danzan sobre un teclado mágico, llenando de signos la pantalla. Mis dedos, esa maquinaria perfecta y directa que convierte en letras y palabras mi fantasía desde el preciso momento en que la genero. Esa fantasía en la cual me sumerjo como en un sueño diurno, un sueño con goma de borrar, que puedo modificar a mi antojo, haciéndolo a mi medida, creando así propia historia, con su  final  feliz o infeliz, dependiendo de mi estado anímico o simplemente de mi preferencia. En éste caso me decanté por la intriga, la pasión y la melancolía de una bonita historia, dejando un sabor agridulce, ofreciendo a los lectores la oportunidad de vivir la magia de la vida.
Y eso es lo que has sido para mí escribir “El Château. Tres viajes en el tiempo”. Ha sido la oportunidad de recordar, de revivir y sumergirme de nuevo en esos paisajes bucólicos de la bella Francia, de mi  Midi Francés  lleno de uva, vendimia,  con olor a cava,  del calor familiar en un castillo lleno de magia … pero también del olvido y del paso del tiempo.

Cuarenta años mas tarde,  alguien muy especial y con una vinculación oculta con ese Château, leerá esa magia que Ángela, escritora y protagonista de mi novela, escribe:

Fragmento del libro:

“El salón está a oscuras, y vacío. Hay un gran silencio. Todos duermen. Gerard baja descalzo las escaleras y va a la cocina para servirse un vaso de leche. Saboreándolo, se encamina hacia el patio, y al pasar por el salón descubre el portátil de Ángela encima de uno de los sillones. Con descaro, pero con extremado cuidado, lo abre. En el escritorio aparece: “El Château”. Con timidez, clica y comienza a leer:

Para explicar lo inexplicable, deberíamos remontarnos al verano de 1970…”

Gerard se sonríe melancólico.

El Château, tres viajes en el tiempo

El Château, tres viajes en el tiempo

El reloj del bufete marca las cuatro… y sus agujas hacen su recorrido hasta las cinco y diez. Mientras tanto se muestra la cara de Gerard muy interesado, y en ocasiones hasta sorprendido e intrigado, que deja de leer para continuar leyendo un instante después. En un momento dado, enchufa el portátil a la corriente.

Cuando acaba de leer, tiene una extraña sonrisa en su boca. Cierra cuidadosamente el ordenador y lo vuelve a dejar en el sofá con extremada delicadeza. Justo cuando lo va desenchufar…

Se escuchan unos pasos sigilosos por la escalera.   Es Ángela, que vestida con un corto y liviano camisón se encamina directamente a la cocina, de la que sale más tarde bebiendo un vaso de agua. Lo saborea.

De pronto, Ángela sorprende a Gerard sentado en el sofá.

 Ángela intenta camuflar su asustada voz  – ¿Qué haces aquí?

Gerard coge su vaso de leche casi vacío y le contesta  con toda tranquilidad.

– No podía dormir. He bajado a tomar el aire.

– Yo también. – contesta Ángela recelosa. De pronto, descubre su ordenador

– ¡Anda! ¿Me lo dejé enchufado? ¿Dónde tengo la cabeza?

Sorprendida, deja el vaso sobre la mesa. Desenchufa el portátil, y toca la tapa con la mano.

Está calentito, calentito. No, si cualquier día…

Gerard, se ha quedado mirándola fijamente.

Ángela lo mira con incertidumbre y le regala una pequeña sonrisa –  ¿Qué miras?

Gerard le sonriéndole con admiración  – A ti.

Buenas noches – le contesta Ángela un tanto turbada por el descaro , y sin más se va con el ordenador escaleras arriba.

Gerard la sigue con la mirada y sonríe abiertamente.

Que descanses. Allez a faire dodo!   [Ve a hacer roro!]”

 

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