1. LA CUESTIÓN DEL MÉTODO
“USTED CONOCE MI MÉTODO: se funda en la observación de minucias” (Conan Doyle, “El misterio del valle de Boscombe”).

2. EL MODERNO ORDENADOR
“PENSAR DE TARDE EN TARDE en Sherlock Holmes es una/ de las buenas costumbres que nos quedan”, escribió Borges en su poema “Sherlock Holmes”, de “Los conjurados”, su último libro de poemas.
Pienso en la particular memoria de Sherlock, en sus conocimientos específicos. En “Un estudio en escarlata” la primera novela en la que aparece, su amigo Watson elabora un detallado informe del área de sus conocimientos. Ese informe revela que los conocimientos de Holmes acerca de materias como Literatura, Filosofía, Astronomía son computables en cero. De otras como Política, Botánica, Geología, Química y Leyes, desiguales, exactos, prácticos pero limitados. De Anatomía, profundos. Pero sus conocimientos sobre Literatura sensacionalista son inmensos. En un célebre diálogo, Sherlock le manifiesta a Watson su ignorancia acerca de que la Tierra gira alrededor del sol. Ante el estupor de Watson, Holmes replica: “¿Y qué diablos me importa a mí? (…) Me asegura usted que giramos alrededor del sol. Aunque girásemos arededor de la Luna ello no supondría para mí o para mi faena la más insignificante diferencia”. Minutos antes, Sherlock había expuesto a Watson su teoría de la mente humana: para él, el cerebro es un espacio finito. Y que es un error suponer que ese espacio tiene paredes elásticas y puede ensancharse indefinidamente. Advierte: “Créame. Llega un momento en que cada conocimiento agregado supone el olvido de algo que ya se conocía. Por consiguiente, es de la mayor importancia no dejar que los datos inútiles desplacen a los útiles”.
Sherlock es un tipo de mundo, va y viene, tiene infinitos contactos en esa Londres de fin de siglo. Es asocial, es marginal pero ama la urbe, la necesita para vivir, aunque no forma parte de ella. Es el gran intérprete de la ciudad, habla todos sus lenguajes. Vale recordar la gran capacidad para el disfraz (no sólo el de la vestimenta sino también el verbal) de Holmes. Es desaforadamente capaz de identificarse, de apropiarse de los modos de actuar y de pensar, del cuerpo y de la mente de cualquier sujeto de Londres. Piglia apunta en El último lector: “La lucidez del detective depende de su lugar social: es marginal, está aislado, es un extravagante”. Caso paradigmático: Holmes, que se disfraza y puede hablar con cualquier persona de Londres en su lengua, con sus modos, y confundirse con ellos; pero que no pertenece a ningún estrato, a ninguna clase.


Borges ha señalado en varias ocasiones que la clave formal del relato policial es el detective. En el año 1942, hubo un debate escrito, en la revista Sur donde defendía esta teoría, contra los de la vereda de enfrente, encarnados en aquélla ocasión por Roger Caillois, quienes ven la clave en el propio relato de investigación y remontan las raíces del género a los textos hebreos y a la tradición griega. Paréntesis: otro cultor de esta doctrina fue el escritor y periodista Rodolfo Walsh, quien además de publicar en 1953 el libro de cuentos policiales “Variaciones en rojo”, publicó un ensayo titulado “Dos mil quinientos años de literatura policial”.
Más de Borges. En el mismo poema “Sherlock Holmes”, dice: “(Omnia sunt plena Jovis. De análoga manera/ diremos de aquel justo que da nombre a los versos/ que su inconstante sombra recorre los diversos/ dominios en que ha sido parcelada la esfera.)” Borges dice (repitiendo un lugar de la tradición latina, un verso de la “Eneida” de Virgilio) “Omnia sunt plena Jovis”, lo que significa “Todas las cosas están llenas de Júpiter”. Todas las cosas están llenas de Sherlock, nos dice Borges: tan presente, tan ubicuo percibe a este personaje en las diversas esferas del hombre moderno. Es poderosa y significativa esta presencia, es síntoma de un proceso que acaso aún está en curso. El policial, ya no el género sino el mismísimo punto de vista policial, se ha convertido en la clave del relato moderno. Difícil, anque imposible, es hallar hoy una novela, un cuento, una película, un poema que no esté compuesto sobre esta clave: la clave del misterio, de la incógnita, de lo no-dicho. El policial se ha convertido en el vocero oficial del relato.
Tesis: El detective (Holmes) es la clave formal del relato policial. Holmes (el detective por antonomasia) es no sólo como ordenador de sentido de la versión de la realidad del relato, sino del relato mismo. No precisa salir de su clásica habitación del 221 b de Baker Street. En numerosas de sus aventuras está cómodamente instalado en su sillón y vemos desfilar a todos los habitantes de Londres con una serie de datos caóticos, desordenados, ilegibles, que no pueden codificar y, por ende, dilucidar: Holmes los ilumina, los lee y los ordena para su comprensión.
Es decir, Holmes, a la manera de la deux ex machina de las tragedias griegas, opera como salvador del relato moderno. En aquellas tragedias, un dios bajaba del Olimpo a la tierra para imponer orden (justicia). En el relato moderno, el detective ingresa en el mundo (del cual se mantiene cuidadosamente aislado) para aportar sentido, para ordenarnos el texto, para que podamos comprenderlo.

3. LA AVENTURA DE LA CASA VACÍA
SI ESTO FUESE UN CASO DE HOLMES, si en vez de una historia de amor lo nuestro fuese un misterio por resolver, el detective moderno no sabría por dónde comenzar su investigación. A primera vista, aparentemente, la víctima ha huído, ha abandonado al presunto culpable. Pero luego, ese improbable detective, según avance en la investigación descubrirá que en este caso, los personajes (nosotros dos) han intercambiado los papeles todo el tiempo, todo este tiempo. Aquí no hay víctimas. No hay culpables o inocentes. Hay dos sujetos intercambiando papeles constantemente. El final, previsible: los dos escapan, a destiempo, cada uno por su lado, el escenario (nuestra casa) queda a oscuras.
Una leve intertextualidad: “La aventura de la casa vacía”, el primer caso de la vuelta de Holmes, es nuestro último caso.

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