Virginia Gawel, La culpa inoculada

¿Cómo diferenciar cuando percibimos un rasgo auténtico de las personas o estamos proyectando nuestro sistema de creencias en ellas? Yo diría que la mayoría de las veces no podemos tener una certeza absoluta, y de hecho, la duda es un elemento fructífero que nos ayuda a avanzar. Cuestionarse no tiene por qué ser visto como un problema, sino como un camino de búsqueda constante de respuestas y nuevas opciones para plantearse interrogantes.

Todos construimos una visión de la realidad con base a múltiples factores, están las creencias heredadas, inmanentes al contexto socio-cultural en el que nacemos y somos criados, sistemas de valores que perpetuamos incluso sin estar conscientes de ellos, porque se encuentran anclados en nuestro Inconsciente y otros que se derivan de las experiencias de vida más significativas o que nos golpean dejando una huella más profunda.

¿Percepción O Proyección?

¿Percepción O Proyección?

Siempre me he preguntado por qué existen personas en condiciones de vida tan variadas e incluso con diferencias abismales entre sí, ¿qué fuerza secreta determina la clase de vida que tendrá una persona y los desafíos que se le presentarán? Algunos lo llaman destino, pero esta es una salida fácil para evadir la pregunta. No nacemos prístinos e inmaculados como una flor que emerge de la tierra, alimentada sólo por sus propias raíces; somos una pequeña pieza en un engranaje infinito, un punto en una red que se va tejiendo a través de generaciones y generaciones, y no sólo incluye nuestra familia sino el país donde nacimos, la cultura, el lenguaje y así hasta abarcar toda la historia de la humanidad. Somos el producto de un recorrido de miles de millones de años y las huellas de ese peregrinaje evolutivo se manifiestan en nosotros de formas inimaginables.

Las circunstancias y las personas que transitan nuestra vida no son fortuitas, hay una razón o muchas, y no estoy tratando de justificarlo sino de explicarlo. Para descifrar cuáles son esas razones, hay que empezar por dos preguntas básicas: ¿cómo te proyectas al mundo? y ¿qué es lo que atraes? Por ejemplo, si con demasiada frecuencia atraes personas a las que les gusta culpabilizar a los demás de sus propias incapacidades, o que creen que todo el mundo es responsable por ellas, menos ellas mismas; pregúntate si te ubicas en el otro extremo, es decir, si eres una persona que se siente responsable por los demás, que siente una necesidad irrefrenable de resolverle los problemas a todo el mundo, aunque no hayan solicitado su ayuda, que tiene una actitud maternal o paternal con la gente que acoge bajo su cuidado, que cree que los demás son seres desamparados esperando a que alguien los salve. ¿Eres así?

¿Sabes qué estás atrayendo con esta actitud? Gente irresponsable que no quiere hacerse cargo de sí misma y tampoco quiere asumir las consecuencias de sus actos, alguien que en plan de víctima se siente con el derecho de arruinar a los demás porque cree que los todos tienen la obligación de satisfacer sus necesidades. Eres de los que pagan deudas ajenas, escuchan reproches injustificados, son objeto de calumnias, chismes, estafas, abusos de cualquier índole, tienes una etiqueta invisible de “resuelve vidas ajenas”, “soy responsable por los demás”, “yo pago la cuenta”. Pregúntate ¿hasta dónde eres capaz de llegar para complacer a los demás? ¿Qué estás buscando con esa actitud?, ¿aceptación, amor, reconocimiento? ¿Crees que el amor se puede comprar?

“Cuestionarse no tiene por qué ser visto como un problema, sino como un camino de búsqueda constante de respuestas y nuevas opciones para plantearse interrogantes.”

Miremos mejor este paradigma. ¿A quién le gusta jugar al salvador? A las personas que intentan reparar en el otro la vulnerabilidad que hay dentro de sí mismas, pero no la expresan o lo hacen del modo inverso, aparentando autodominio y control a prueba de fuego. Es increíble ver cómo se encuentran estos dos roles como un imán adherido a una superficie metálica, el que se siente víctima y lo utiliza para manipular a los demás, y el que no acepta o no reconoce sus propios sentimientos de vulnerabilidad y desprotección e intenta repararlos cuidando en exceso de otros, en perjuicio propio. Este tipo de comportamientos son por lo general, patrones de conducta heredados; quizás, esta persona estuvo expuesta desde su infancia a una situación de maltrato por parte de los padres o fue testigo de maltrato y su autoestima quedó fracturada, de tal modo, que aprendió a victimizar a los demás porque en el fondo se siente víctima, aunque no lo reconozca.

Un sentimiento de culpa es el rasgo predominante en la psiquis de estas personas, no pueden experimentar ningún tipo de satisfacción sin sentir culpa, no se permiten vivir y disfrutar, el placer está exento de sus vidas, sólo hay espacio para las responsabilidades y las obligaciones. En esta categoría están los trabajadores compulsivos, los perfeccionistas, que llegan a la manía de menospreciar todo lo que hacen porque consideran que no es lo suficientemente bueno. La culpa es el sentimiento más autodestructivo que existe, la culpa siempre busca castigo y esto se traduce en una cantidad de consecuencias desastrosas para la vida de un individuo. Dar sin saber recibir es una enfermedad y no me refiero a que se deban convertir las relaciones personales en un negocio, sino a aprender a dar desde el corazón, siguiendo un impulso genuino que no busca reconocimiento, sino que encuentra en sí mismo su propósito de ser y su satisfacción. Así nos liberamos de la expectativa de la recompensa, porque el acto de dar auténtico, no busca reparar una carencia interior o un sentimiento de menosprecio.

¿Quieres saber qué estás proyectando? Fíjate en lo que atraes.

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