Todos los años, el día 1 de mayo celebra y reconoce la fiesta del movimiento obrero. Cuando los Mártires de Chicago se reunieron pacíficamente en Haymarlet Square el primer día del quinto mes de 1886 reivindicado una jornada laboral de ocho horas, jamás hubieran podido imaginar que un siglo y varios años después ese acto de coraje y valentía sería festejado. Desgraciadamente aquel indicio de huelga condenó a ocho hombres, cinco de los cuales fueron sentenciados a muerte, por el estallido de una bomba en aquel mismo escenario el día 4 de mayo.

Parece contradictorio, pero el país donde ocurrieron los hechos no rinde tributo a estos héroes que cambiaron la capa y la espada, por palabras y valentía. Estados Unidos y otros países, Canadá por ejemplo, celebran el Labor Day. Esta fiesta originaria de los movimientos obreros, anarquistas y comunistas (lo siento por aquellos que le pese) se ha extendido a lo largo de la geografía occidental. Convirtiéndose en una simple conmemoración, pero olvidando lo realmente significativo de este día. Al “currante” o trabajador, como prefieran. Y sí, hablo de ese ser que se levanta día tras día, muchas veces sometido a jornadas profesionales eternas y condiciones precarias, para poder saborear un mundo que no deja de retroalimentarse de su eficiencia.

El Artículo 35 de la Constitución española de 1978 recoge que “Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo”. Una utopía, o falacia, como quieran verlo ustedes. Por supuesto que no quiero desacreditar a la norma suprema del ordenamiento jurídico español. Pero nos encontramos en 2016 y los tiempos han cambiado. España se encuentra con una tasa de paro del 20%, y ya son 66 meses seguidos. ¿En número de desempleados? Pues la friolera de más de 4,5 millones de personas que demandan empleo. Y a su vez empresas y desagradables que se aprovechan de la desesperación humana infligiendo salarios por debajo del mínimo, jornadas laborales infinitas (sin retribución) o el abaratamiento del despido por parte de las compañías.

Contamos con la generación mejor formada de nuestra longeva historia. Jóvenes talentos que atesoran formación universitaria y postgrados, trabajando (afortunadamente) tras la barra de un bar o llenando de publicidad buzones del centro de nuestras ciudades. Muchos de ellos, con suerte, emigran a otros países a poder ejercer sus actividades. A esto lo denominados la fuga de cerebros y nos parece hasta cómico cuando vemos como nuestros mejores científicos se marchan a lugares donde son mejor valorados. Peor suerte tienen los autónomos, con la mayor tasa de cuota de toda Europa. Pero bueno, estamos a la cabeza de políticos por cantidad de ciudadanos, uno por cada 115 habitantes.

Por el contrario, países como Austria, Holanda o Noruega entre otros, cuentan con la tasa de paro más baja de toda la Unión Europea. Estados con una política laboral más sólidas, pero que protege mejor los intereses de los trabajadores. Gobiernos que apuestan por la educación, o I+D (investigación y desarrollo) a medio y a largo plazo. No debemos dejar en el olvido a los que combatieron por la igualdad y el futuro, pero no podemos bajar los brazos y dejar de luchar. Contentándonos celebrando el Día Internacional de los Trabajadores. Ya lo decía el cantautor argentino, Facundo Cabral, “Mira si será malo el trabajo, que deben pagarte para que lo hagas”.

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