ANTISEMITISMO

Los famosos “ocho sermones” de Juan Crisóstomo para la comunidad de Antioquía del año 387 ya deberían haber advertido al papado de su tiempo que, sin embargo, guardó el mismo silencio ominoso que Pío XII frente al nazismo.

En las homilías, Juan Crisóstomo difamaba afirmando que “los judíos” (así, colectivamente) eran lascivos, avaros, codiciosos, abominables y diabólicos. San Jerónimo desde su refugio en Belén escribió que la sinagoga era “antro de vicios mortales, madriguera de Satanás” y remató una admonición alegando que las sinagogas eran, para él, sinónimo de burdeles.

Un fanático con todas las letras.

El santo hombre parece haber olvidado que su adorado Cristo, los apóstoles y todo el elenco cristiano eran judíos de nacimiento, religión y raza. Poco después comenzó la persecución.

La primera sinagoga que ardió con fuego cristiano en Calinico en el año 338 comenzó el ímpetu infame de imponer la coacción de la fuerza para silenciar el espíritu del Pueblo judío que, de una forma u otra, resistió hasta el final.

Las injurias afectan hasta a Voltaire, un escritor de quien admiro la valentía que tuvo para desenmascarar el fanatismo religioso y sin embargo en la entrada “Moisés” de su “Diccionario Filosófico” escribió: “Cuanto más grosero y desgraciado es un pueblo, más trata de ennoblecer su historia antigua, y no hay pueblo en el mundo que haya sido tanto tiempo miserable y bárbaro como el pueblo judío”.

En la misma obra, en la entrada “Cielo de los antiguos” arremete de nuevo: “Calmet se ocupa del sistema de los hebreos; pero ese pueblo grosero estaba muy lejos de tener un sistema, ni siquiera tuvo escuela de geometría; hasta desconocía ese nombre. Su única ciencia consistía en ser corredores de cambio y usureros”.