Corría el año de 1949, yo estaba cumpliendo los 16. Regresábamos mi padre y yo a nuestra casa en Pachuca, Hgo., México. Recuerdo que acababa de pasar la gran inundación que arrasó con media ciudad, llevándose coches, casas, y a los presos que estaban encerrados en la única cárcel que existía en esta población. Había sido un viaje pesado. Ambos regresábamos de dejar a mi hermana mayor recién casada, los dos tristes, mi padre por separarse de su joven hija que empezaba una nueva vida lejos de casa y yo, apesadumbrada porque ella era mi compañera de juego, la que me cuidaba y con la que yo salía a los bailes; sólo a verlos por supuesto, porque con un padre y una madre rígidos, sólo eso podíamos hacer, ir a ver cómo la gente se divertía, como los chicos cortejaban a las chicas y a comprar todos los antojos que se vendían.

Mi padre un Español, altísimo, fuerte como un roble, de hermosos ojos azules, de gran carácter, viajero por todo el mundo y sobreviviente de dos guerras mundiales. Ahora yo lo veía cansado, durmiendo en una cama de esas que son de base de madera con palos cruzados, donde no sé realmente cómo podía descansar su cuerpo, que cada vez le costaba más trabajo levantar y que empezaba con un mal que le aquejaba el pie y que con el tiempo, sabríamos que era un cáncer que empezaba a minar su salud y que al final acabaría con su vida.

Empezamos a retomar nuestra vida diaria, con mi madre siempre en la cocina haciendo sus tortillas de harina deliciosas; siempre con un duro carácter que hacía muy difícil la convivencia entre ellos y por lo tanto con nosotros, sus dos hijas y un hijo varón. El lema de mi padre fue siempre que estuviésemos ocupados, que cultiváramos nuestra mente, que fuéramos productivos y personas de bien, así que no había tiempo para quedarse en casa sin hacer nada, por lo que pronto encontré un trabajo en una discoteca (así se llamaban en ese entonces a las tiendas de discos) y donde ganaba un sueldo de 5.45 (cinco pesos con 45 centavos al mes) en ese entonces casi una verdadera fortuna.

radioRecuerdo perfectamente mi primera compra y a cuenta de mi sueldo fue un radio de pilas que llevé a casa, con el tiempo me di cuenta que ese radio le servía a mi padre para distraerse, y tal vez mitigar un poco esos contratiempos de salud que le impedía tomar el primer barco para regresar a su amada Santander. Esa compra, pienso ahora, fue lo mejor que pude haber hecho ya que en ese entonces no contábamos con luz eléctrica ni distracciones de ningún tipo, más que leer a la luz de las velas el periódico que nos llegaba al pueblo y que era de dos días antes. Y en este caso escuchar un radio de pilas, fue una distracción enorme para mi padre, quien ya en plena decadencia física y moral pasaba su tiempo en casa.
Él, un hombre orgulloso, de fuerte personalidad, hijo de padres poderosos económicamente, hermanos de médicos militares, todos viviendo en Santander, sabía de antemano que nunca más podría regresar a visitarles y tal vez se resignó a esperar que esa enfermedad mortal y sin cura en ese entonces, acabara con él.

Uno de los muchos recuerdos que tengo de ese Caballero Español, fue que un día regresando a medio día de mi trabajo para comer en casa, alcancé a escuchar en el radio, el cual mi padre tenía encendido, un fragmento de poesía que decía más o menos así: “A la orilla de la fuente un caballero pasó y a la rosa dulcemente de su tallo separó”. Al escuchar esa poesía mi padre me explicó que se trataba de una obra de teatro, tal vez en el instante que lo oí por primera vez, nunca me pasó por la mente que al escuchar esas frases, mi padre estuviera pensando que yo, su hija de 16 estaba despertando a la vida, y pronto me iría también, ya que él pensaba que yo ya andaba de novia.

 

rosa2Esas frases me marcaron para siempre, ya que yo era todo para mi papá, aún desafiando los celos que mi madre sentía por esa relación tan profunda entre padre e hija. Unos años después mi padre murió y ya desde entonces, me dediqué a buscar el poema sin éxito alguno. En los libros de poesía que teníamos en casa no aparecía, ni siquiera en los que consulté en los años siguientes, tuvieron que pasar casi 60 años, cuando un día lo encontré, y aquí se los comparto junto con todos los sentimientos que despertó en mi:

LA ROSA Y EL JARDINERO

Serafín y Joaquín Álvarez Quintero

Era un jardín sonriente, era una tranquila fuente de cristal,
era, a su borde asomada, una rosa inmaculada de un rosal.
Era un viejo jardinero que cuidaba con esmero del vergel
y era la rosa un tesoro de más quilates que el oro para él.

A la orilla de la fuente un caballero pasó,
y a la rosa dulcemente de su tallo separó.
Y al notar el jardinero que faltaba el el rosal,
Cantaba así, plañidero receloso de su mal.

Rosa la más delicada que por mi amor cultivada nunca fue,
Rosa la más encendida, la más fragante y pulida que cuidé;
Blanca estrella que del cielo, curiosa de ver el suelo resbaló:
A la que una mariposa de mancharla tan hermosa no llegó.

¿Quién te quiere? ¿quién te llama por tu bien o por tu mal?
¿quién te llevó de la rama que no estas en tu rosal?
¿Tú no sabes que es grosero el mundo? ¿qué es traicionero el amor?
¿Que no se aprecia en la vida la pura miel escondida del amor?
¿Bajo qué cielo caíste? ¿A quién tu tesoro diste virginal?
¿En qué manos te deshojas? ¿Qué aliento quema tus hojas infernal?
¿Quién te cuida con esmero, como el viejo jardinero que te cuidó?
¿Quién por ti suspira? ¿Quién te quiere? ¿Quién te mira como yo?
Quién te miente que te ama con fe y con ternura igual?
¿Quién te llevó de la rama que no estás en tu rosal?
¿Porqué te fuiste tan pura de otra vida de la ventura o al dolor? ¿Qué faltaba a tu recreo? ¿Qué a tu inocente deseo soñador?

En la fuente limpia y clara ¿Espejo que te copiara no te di?
Los pájaros escondidos, ¿No cantaban en sus nidos para ti?
Cuándo era el aire de fuego, ¿No refresqué con mi riego tu calor?
¿No te dí un trato amigo en las heladas abrigo protector?
¿Quién para si te reclama? ¿Te hará bien o te hará mal?
¿Quién te llevó de la rama que no estás en tu rosal?

Así un día y otro día entre espinas y flores, el jardinero plañía
imaginando dolores, desde aquél en que a la fuente un caballero llegó,
y a la rosa dulcemente de su tallo separó.

 

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