Oscar Delgado

 

 

                                     

                                                                                  

Un cálido día otoñal, un burro se encontraba comiendo hierba fresca y paseando tranquilamente. Vio un tigre con cara  de pocos amigos escondido en la maleza.

Él sabía seguro el tigre quería comérselo, por lo que él tenía que huir aunque no iba a poder. Observando los alrededores se percató de que no existían lugares donde esconderse y si se echaba a correr sería atrapado por el tigre. La otra opción que le quedaba era pedir auxilio pero nadie le escucharía.

Muy angustiado ante aquella situación empezó a pensar para ver que podía hacer con tal de liberarse del malvado. El tiempo que le queda era poco pues el feroz animal se acercaba con prisa. Se le ocurrió engañarlo haciéndole creer que se había golpeado una pata.

Para no levantar sospechas el borrico empezó andar bien despacio y a simular una cojera, y con cara de dolor empezó a emitir gemidos. De momento el tigre apareció frente a él con sus colmillos y garras afuera preparado para atacar, pero el burro continuó con su plan y siguió fingiendo.

– Menos mal que está usted por aquí es que me ha ocurrido un accidente y solo alguien tan inteligente como usted, podría ayudarme.

– ¿Qué es lo que te ha ocurrido?- dijo el tigre muy gustoso ante aquellas palabras y haciéndose el muy preparado.

El  burrito le dijo:

– Como siempre andaba muy distraído y me he lastimado una pata. Tengo tanto dolor que casi ni puedo caminar.

El tigre ante aquella situación pensó que nada pasaría por ayudar al pobre burrito pues este estando herido no podría escapar de sus garras e igualmente se lo iba a comer.

– Levanta la pata para ver qué puedo hacer por ti – dijo.

Colocándose detrás del burro agachado empezó a buscar pero no veía ni rastro de aquella lesión.

– ¡Aquí no hay nada! – dijo.

– Sí, claro que hay, mira bien en mi pesuña pues me duele mucho; si te acercas más podrás ver.

Cuando pegó sus ojos a la pesuña, el borrico le dio una enorme patada en la cara y salió rápidamente para protegerse en la granja de su dueño. Por su lado el tigre quedó tendido en el suelo muy golpeado y adolorido.

– ¡Qué tonto soy! Si no me hubiese creído más listo que nadie, ese borrico no me habría engañado y ahora no estaría aquí tendido en el suelo.

Moraleja: tigre peletas donde no te llaman, no te metas.

 

 

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