1

El alegre vodevil que pinta las calles se acrecienta con el paso de las horas.

Camina intenso hasta el perfil del hambre.

Decae

hasta que las calles se inundan de olor a café.

Regresa el bullicio y la farsa. Y una vez más se apagan voces

y llega el ocaso.

La noche vacía de oscuridad gotea pesadillas ante los ojos.

Emergen ingrávidas las horas

para recordar que en algún lugar lejano espera el amanecer

para atraparnos de realidad.

Un olor a recuerdo de arena mojada invade la calle.

Un animal melancólico deja su voz

llenándolo todo.

Ya casi es sueño en los ojos.

El portal sigue frío.

Mañana espera tras la sombra del último bostezo.

 

2

Esconderse dentro de la niebla de un día sin sol

confiando en que cese el aullido de los lobos.

Los ojos no se cansan de temblar ante la sinrazón.

La verdad aletea

huyendo a las copas más altas del presente,

escapando del ruido que llena los días.

Un rayo se filtra, busca sombras.

Es imposible saber si la luz nace del sol o de alguna linterna escrutadora.

Las sombras escapan y sólo Cuerpo queda.

 

3

La mirada del dios tuerto cayó sobre la ciudad en forma de rayo vengativo,

y las aceras se despejaron de almas.

El diluvio lloró lo que tarda en enfriarse una taza de café

ante la cara que espera

trocando su gesto desde la infantil ilusión risueña

hacia la taciturna mueca de desolación antigua

cifrada de abandono.

El olor a humedad de tierra limpia la vida.

Y tras la última gota

regresan a las aceras los maniquíes vestidos de aburrimiento.

 

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