Antonio García Rodríguez. Escritor

 

No sería justo evaluar, con apenas diez días de gobierno, la situación por la que está pasando el país desde que saliese adelante, por primera vez en la recuperada democracia española, la moción de censura que presentara la oposición, liderado por el Partido Socialista ¿Obrero? Español, en clara minoría parlamentaria, por ende, con la contribución inquebrantable de los partidos de izquierda, encabezados por esa nueva generación de estalinistas y apátridas, que se han reunido en torno a la denominación general de Podemos, de los nacionalistas vascos y —¡horror— los independentistas catalanes, los que se obstinan en llevar a su tierra al borde de un precipicio y al resto de la nación al desastre. «Una unión» cuando menos extraña y que no tenía otro fin que retirar del poder, no tienen otro motivo, que al Partido Popular, en una clara intención de asumirlo ellos, con el argumento de la corrupción de esta agrupación política, cosa que me parece muy bien siempre y cuando se hubieran colegiado, para este «quítate tú que me voy a poner yo», esta maniobra otorgando a sus integrantes la misma medicina que imponen a las fuerzas políticas adversarias. Es decir, mirar hacia adentro y censurar, qué menos, las actuaciones inadecuadas de quienes, establecidos en la lineas de mando y gobierno de autonomías y ayuntamientos, y pertenecientes a su partido, se han beneficiado de su condición para procurarse provechos y acrecentar sus propios intereses, destacando que precisamente el señor Rajoy ni siquiera está imputado, no digo ya condenado, en ningún caso de corrupción, como sucede en algunos de los que ahora proclaman alter ego digno, su dignidad y su solvencia moral.

El señor Sánchez, dos semanas en la más alta responsabilidad del país, ya ha tenido que esconderse de sus propios discursos de antaño, huir de sus palabras y atrincherarse en esa memoria que exigía y mostraba a sus contrincantes políticos y que para ellos, evidentemente, parece que eran otra cosa. Se le ha cogido ya en varios renuncios, en varias contradicciones. El ministro de Cultura, apenas ha durado una semana tras salir a luz una sentencia administrativa, ojo que no ha cometido ningún delito tipificado en el Código Penal, condenatoria por defraudar a la Hacienda Pública. La cantidad es lo de menos, parece ser. Pero los buitres, como ha pasado con el Partido Popular, no han esperado siquiera a su muerte para devorarlo. Error del señor presidente que debiera conocer el curriculum de quienes propuso a ministros. No es justo, como he dicho al principio, realizar valoraciones sobre las actuaciones del Gobierno en estos primeros días. Pero este mal inicio es síntoma de la precipitación con la que se ha actuado. Porque sigan lo digan, el país iba despegando, dejando atrás los horrores de la crisis, con el empleo batiendo récord, la economía situada en las mejores posiciones de Europa y la sociedad recuperando la ilusión que había quedado defenestrada, en los quinquenios anteriores.

Esperemos que todo continúe así porque el horizonte empieza a oscurecerse. Los independentista catalanes, por ejemplo, ya lanzan las campanas al vuelo con las insinuaciones del nuevo presidente, con la cancelación de las trabas económicas que se habían impuesto tras la puesta en marcha del artículo 155 de la Constitución que ha permitido a los independentistas anunciar la apertura de embajadas catalanas. Esperemos, como digo, que el señor Sánchez y su ejecutiva no se olviden de lo que han dicho, que hagan memoria y actúen en consecuencia a los intereses de todos los españoles porque es obligación y deber guardar y hacer guardar los mandatos que se reflejan en la Constitución española. Pero lo tiene muy difícil. Su osadía puede costar muy caro. Lo peor es que lo que está en juego es el futuro de los españoles y su minoría parlamentaria, mucho me temo, será su principal hándicap.

Demos tiempo al tiempo que da o quita razones.

 

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