Esta es la historia de un árbol, un hermoso y frondoso nogal que disfrutaba de cada instante de su existencia contemplando a los humanos ir y venir. Era un árbol feliz. Se había sentido abrazado tan fuerte y tanto corazones tatuaban su tronco, que la energía de aquellos seres era también la suya.
Se deleitaba con las conversaciones que escuchaba y desde su centenaria placidez, los envidiaba. Cada día su sombra les daba cobijo y les ofrecía un sugerente espacio en el que soñar, leer y descansar. Y cada noche confesaba a la luna su anhelo más secreto… me encantaría ser uno de ellos, sentir como ellos, poder ir y venir a mi antojo donde quisiera, recorrer el mundo entero y desvelar sus secretos, abrazar, besar, sentir…
Y  la luna, con paciente sabiduría, se limitaba a sonreír y escuchar.

Pero tantos fueron los suspiros que el árbol exhaló y las súplicas que al cielo elevó, que una buena noche la luna decidió poner punto y final a su anhelo y le dijo:

El árbol que suspiraba Concepción Hernández

El árbol que suspiraba

• Querido amigo mío, llevas mucho tiempo lanzando al viento tu deseo y todos tus esfuerzos parecen en vano. No te preocupes, no sufras. No conoces a los humanos y créeme, no son lo que parecen. Viven esclavizados por el miedo, aferrados al pasado y preocupados por el futuro sin saber, o mejor dicho, sin recordar quiénes son.
En cambio tú, no tienes dudas, sabes que eres un hermoso nogal, que los pájaros fabrican sus nidos en tus hojas, que éstas te abandonarán en otoño para ir a proteger tus raíces y brotarán renovadas en primavera para dar cobijo a quien a tus pies repose.
Dime, cuando año tras año sientes que pierdes tus hojas, ¿alguna vez has temido que no renacieran?, ¿te has preocupado por si madura en ti un fruto diferente al que te corresponde?, ¿te has sentido frustrado, triste o desesperado si pasaban días sin que nadie se sentara a tus pies o sin que los pájaros se posaran en ti?”

• ¡Claro que no! − fue la respuesta tajante y contundente del árbol que deseaba ser humano.

• Lo sé − prosiguió la luna − por eso te digo que no los envidies, ellos no son capaces de confiar en el ritmo natural de la vida como tú. Viven en un continuo desaliento temiendo no obtener lo que desean y olvidando a menudo sentirse agradecidos por lo que han recibido. Son arrogantes y creen que lo saben todo cuando en realidad, no saben nada. Para sentirse plenos de gozo y felicidad les bastaría con confiar en la vida y limitarse a disfrutar de cada instante de su existencia como si fuera el único, el último.

Y con estas sencillas palabras y una radiante sonrisa, dio por terminada la conversación. Amanecía.

 

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