Acabo de despertar. Siento el cuerpo cómo entumecido, y no puedo ver absolutamente nada. En un primer momento pensé que, tal vez, aun no había abierto los ojos; lo cual no hubiera sido extraño, ya que mi humanidad entera parece rechazar por completo la idea de abandonar sus ensoñaciones. No consigo, sin importar cuánto me esfuerce, mover las piernas; ni brazos, ni manos, ni dedos. Están ahí. Puedo sentir mis extremidades -Afortunadamente!- pero no logro controlarlas; como si los músculos se negaran a responder, o una fuerza desconocida me sujetara contra la cama.
En el instante preciso en que comienzo a desesperar descubro que puedo mover en parte la cabeza; tan sólo unos centímetros. Aunque esta revelación, lejos de ser motivo de alivio, me aterroriza. Una erupción de adrenalina me recorre el cuerpo, y mis sentidos, más alertas que nunca, me dibujan la horrorosa escena: mis ojos están abiertos, pero no perciben otra cosa que la más absoluta oscuridad.
Estoy a punto de gritar con todas mis fuerzas, pero me contengo; paralizada por el miedo a lo que pudiera ocurrir si lo hago. Me invade un terror asfixiante, y lo único que me permito es llorar, en silencio, y sin lágrimas. Por qué no hay lágrimas? No lo comprendo.
Recuerdo haberme dormido cómodamente en mi cama, luego de un día ordinario. Bebí una copa de jerez, y leí un buen rato. Es todo lo que recuerdo. Me esfuerzo por evocar, con la mayor precisión posible, mis últimos días en busca de cualquier detalle que pudiera resultar extraño, pero no logro recordar nada fuera de lo común. Soy una mujer normal, con una vida normal. Arquitecta, divorciada, 57 años, sin hijos, ni vínculos de ninguna clase. No tengo deudas, ni económicas, ni morales. No hago daño a nadie, ni permito que nadie me lastime. Al menos hasta este momento, en el que me encuentro desprovista de todo y a merced de la voluntad de quién sabe qué clase de monstruo.
-Alguien viene!- Puedo oír voces acercándose; aunque no logro distinguir lo que dicen. Son al menos dos hombres. Las voces se aclaran, y alcanzo a escuchar a uno de ellos: “es aquí” Luego el inconfundible tintineo de un manojo de llaves, la puerta que se abre, y una luz cegadora me obliga a cerrar los ojos.
Es extraño, aunque me siento al borde del desmayo, no percibo mi corazón agitado, y tampoco estoy sudando. Comienzo a abrir muy lentamente los ojos, y descubro a los dos hombres mirándome atentamente la cara. Uno de ellos con una expresión como de satisfacción, y el otro claramente asombrado. Instintivamente, intenté suplicar -por favor, no me lastimen- pero mi boca no se movió, ni emitió sonido alguno.
Ambos visten guardapolvos blancos, y son, en apariencia, doctores. Aunque no llevan estetoscopios, ni instrumentos que lo confirmen. Según las  identificaciones que exhiben abrochadas en los bolsillos superiores, sus nombres son Gabriel Araujo, y Marcelo A. Garay.
-¿Y bien, qué te parece? -pregunta ansioso Marcelo, al tiempo en que se sienta a medias sobre una pequeña mesita metálica rodante repleta de objetos  que no distingo.
-Qué te puedo decir, es sencillamente increíble. Una cosa es la teoría, pero otra muy distinta es ver el modelo implementado y funcionando. Pero dame detalles, por favor! -suplica Gabriel, mientras extrae de su bolsillo una de esas pequeñas linternas y comienza a iluminar en forma alternada mis pupilas. Yo no logro comprender lo que está sucediendo.


Marcelo se incorpora para explicarse:
-Con gusto. Como puedes ver, reacciona adecuadamente a estímulos, incluso siente dolor, y emociones; estas, evidenciadas por la intensa actividad neuronal que observamos en el sistema límbico. Aunque aun no puede controlar sus extremidades; ese objetivo corresponde a la fase 2.
Pero vamos desde el principio. Siempre tuvimos clara la importancia de respetar al detalle los parámetros de selección del candidato. Y la señora, aquí presente, de nombre Graciela Messa, los cumplía a la perfección. Arquitecta, divorciada, 57 años, sin hijos, ni vínculos de ninguna clase. Falleció en la madrugada del miércoles, de un paro cardiorespiratorio mientras dormía, aproximadamente a las 2:00 am.
El servicio de monitoreo de signos vitales vía internet, provisto por su seguro médico, nos alertó inmediatamente luego de producido el deceso. Y en menos de treinta minutos, teníamos el cuerpo sumergido en el sustrato de soporte vital transitorio, conectado a la máquina, y listo para comenzar la extracción. Mientras el equipo de neurocirujanos ejecutaba los procedimientos y protocolos, Melanie y yo nos ocupamos de tener listo el anfitrión, para completar la fase inicial.
Esta etapa comprende desde la extracción del cerebro, hasta su implantación en el nuevo organismo híbrido; incluyendo el remplazo del tallo encefálico, cerebelo y médula espinal por adaptadores sintéticos, que permiten la integración con el resto del sistema nervioso cibernético. De esta forma logramos un organismo estable, conformado en un 15% por material biológico, y el 85% restante por componentes artificiales.
Vamos por unas cervezas, y te cuento cómo sigue la fase 2. Tenemos que apagarla por un par de horas, estamos trabajando con una falla en el subsistema de gestión de la memoria de corto plazo.
Cuando la volvamos a encender, recordará nuevamente la noche del martes, previa a la muerte de su cuerpo humano.

 

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