Las letras y el poder de la escritura como ejercicio de lo humano

Ponencia creada especialmente para el Congreso anual conmemorativo Unidos por los derechos humanos y la paz en México

Existen diferentes maneras en que la recepción de la literatura logra modificar la conciencia humana. Hay quienes reaccionan a las lecturas literarias con una especie de rechazo programado. Hay quienes, por el contrario, pensamos que, en principio, una pieza literaria es buena y nos dará sus frutos a menos que se pruebe lo contrario

Y, aun cuando se pruebe lo contrario, habrá valido la pena bailar con aquella persona con la que no hicimos una familia, pero de la cual aprendimos a bailar un ritmo diferente.

Abundan quienes encuentran en la lectura una larga lista de prohibiciones; si ya leíste lo que hizo Pinocho, no podrás hacer esto: sí ya leíste lo que hizo Pulgarcito, no podrás hacer aquello.

Pero otros heredamos los permisos; los dos personajes de El amor en los tiempos del cólera se enamoraron profundamente y tuvieron la paciencia y la tenacidad necesarias para acercarse de manera definitiva, y por eso yo, como lector, y tantos otros lectores, tendremos la autorización para ser pacientes, para enamorarnos, para ser más pacientes, para compartir nuestras vidas con quienes amamos.

Entre las dos posturas extremas reconocidas como:

  • El arte lo cambia todo, y
  • El arte no cambia nada

Existe un sinfín de puntos intermedios que otorgan a la recepción de las obras artísticas niveles de poder muy disímbolos. Antes de intentar explicar cómo se ejercita lo humano a través de las letras y el poder de la escritura podemos hacer un breve recorrido por diferentes esquemas de relación entre el ser humano y la escritura, una de sus creaciones más poderosas. Antes que la escritura está el lenguaje, y el lenguaje sirve para mucho. Si ustedes escuchan a un buen literato, o a una persona con un cierto nivel de habilidad para describir, narrar la manera en que, después de ejercitarse a la intemperie durante un día soleado, entra a su casa, va a la cocina, abre el refrigerador, saca uno de los cajones, de entre las bolsas toma un limón, lo aprieta en su mano cerrada, mete el cajón y cierra la puerta del refrigerador sintiendo el aire frío refrescar sus tobillos, lleva el limón al fregadero, con la mano izquierda lo sujeta contra el acero inoxidable de la división entre los dos espacios llenos de platos sucios, con la mano derecha toma un cuchillo del escurridor, con él corta en dos el limón, deja el cuchillo sobre uno de los platos sucios, levanta las dos mitades del limón, una con cada mano, y contempla, algo conmovido, las ácidas lagrimitas y las semillas seccionadas por la acción del filo del cuchillo y, sin saber por qué, después de ver aquello un instante más, introduce en su boca una de esas dos mitades del limón aún frío, y la mastica con fuerza, una, otra, otra vez, extrayendo el jugo frío del limón, y, cuando ya ha exprimido a esa mitad la mayor parte de su jugo, mete entre sus labios la otra mitad y, de igual manera, la mastica.

Mastica y mastica y mastica esas dos mitades de limón en su boca, y sus dientes rechinan los de arriba contra los de abajo, y las gruesas y agrias cáscaras van cediendo al poder triturador de los molares.

¿Qué ha pasado aquí?

¿Alguno de ustedes tiene un limón en su boca?

¿Alguno de ustedes secretó saliva con esta simple descripción hecha por un amante de la literatura?

¿Alguno de ustedes tiene duda con respecto a si las palabras pueden alegrar o entristecer a alguien?

¿Creen posible que las palabras puedan provocar hambre, sed, ganas de ir al baño?

¿Creen que las palabras pueden provocar el suicidio de alguien?

¿Creen que una persona sea capaz de asesinar a otra debido a unas palabras que ha escuchado?

¿Será posible que las palabras tengan el poder de enfermar a las personas?

Y, si tienen el poder de enfermar, ¿podrán hacer que las personas recobren la salud?

¿Pueden las palabras provocar disgustos entre familias?

Entonces, ¿pueden las palabras provocar guerras?

¿Y pueden detener las guerras que actualmente existen en el mundo? ¿Y pueden reunir a las familias separadas?

¿Podrán poner a unas personas en el lugar de las otras, y hacerles entender el gusto o la desgracia que cubren sus existencias?

¿Hay alguna manera en que las palabras puedan acumularse en un gran conjunto armónico y, de ese modo, multiplicar su poder?

Las obras literarias, especialmente las leyendas, los poemas, los cuentos y las novelas, son capaces de regalarnos muchas vidas por las que transcurrimos además de las nuestras.

Y las obras literarias no son más que descomunales conjuntos de palabras acomodadas estratégicamente para ofrecer una experiencia.

Entonces, aparecen nuevas preguntas…

¿Cómo hace El Quijote para que nuestros cimientos vitales más profundos se sacudan a tal grado que quedemos convencidos de que renunciar al trabajo y emprender nuestros caminos personales es mejor que quedarse inmóviles, a pesar de que las consecuencias pueden ser desastrosas?

¿Cómo hace Madame Bovary para convencernos de que nuestros anhelos, por superficiales que parezcan, nos dan derecho a emprender luchas las cuales, aunque cuestionables desde más de un punto de vista, dan sentido verdadero a nuestra existencia?

¿Cómo hace Crimen y castigo para que estemos tanto del lado de un joven idealista, pero que se convierte en asesino, como del de la anciana que cuida a una joven, pero que es una despiadada usurera y que, además, se convierte en víctima del primero?

¿Cómo hace La guerra y la paz para que, a través del cúmulo de una gran cantidad de desgracias personales, sintamos nosotros que nuestras vidas, llenas o vacías, son dignas de ser vividas?

¿Cómo hace Los Miserables para que nuestras miradas desentrañen las maldades tanto de desposeídos como de poderosos y para que, de todas maneras, nos decidamos a ayudar a nuestros semejantes?

¿Cómo hace El Conde de Montecristo para impulsarnos, con base en un sentimiento más que cuestionable, el de la venganza, a seguir luchando por nuestras existencias, aunque cada peldaño parezca venirse en contra de nuestros pasos?

¿Cómo hace Moby Dick para, con cada aparición y con cada inmersión, hacernos entender la furia obsesiva de una persona y, aun así, darnos la fuerza suficiente para resistir los embates de la crueldad humana?

¿Cómo hace Cien años de soledad para encender nuestro amor por nuestros semejantes, si claramente nos muestra que a las intenciones de otros hay que mirarlas con recelo y más bien de lejos?

¿Por qué rayos estaremos de acuerdo con los malos y con los buenos al mismo tiempo?

Lo humano es complejo, y un arte tan antiguo y tan robusto como la literatura ha recorrido esa complejidad, la ha atravesado, la ha conocido por arriba y por abajo y la ha arrojado de nuevo, con su fuerza descomunal, hacia los sentidos de quienes la escuchan.

Por eso cualquier esfuerzo para acercar la literatura a la gente es digno no sólo de encomio, sino de apoyo personal, empresarial, civil y gubernamental.

Porque necesitamos más y mejores autores, pero, por sobre todo, necesitamos más y mejores lectores. La alfabetización no es suficiente; la lectura literaria es el camino que nos lleva a la humanización absoluta de las personas. Eso no quiere decir que sólo porque leamos a los clásicos estaremos todos de acuerdo; no es así, no será así y no tiene porqué ser así.

La literatura nos dará no sólo los elementos necesarios para vivir vidas plenas y para discutir puntos con nuestros vecinos; la literatura nos da múltiples autoconceptos y cosmovisiones que, acomodados adecuadamente en estos viajes que son nuestras vidas, nos darán el perdido permiso de disentir de las opiniones de los otros, y, a la vez, nos permitirán discutir nuestras diferencias en paz y colocando al amor por encima de cualquier ideología.

Me llena de esperanza aquella afirmación de Mario Vargas llosa con respecto el sentimiento de culpa que le provocaba emocionarse hasta el goce ante aquellas escenas violentas de las obras literarias qué más le gustaban.

Lo único que tuvo que saber el Nobel peruano fue que lectores como él, siglos atrás, han tenido la misma y emocionante experiencia cuando, en páginas de alta literatura, han leído acerca de terribles desgracias humanas, individuales o grupales, solitarias o nacionales, y esas desgracias, ficticias o basadas en la realidad histórica, los han hecho sentirse unidos al resto de la especie humana.

No pensemos que una literatura que incluye la maldad hará malvados a sus lectores; pensemos mejor que la edulcoración del crimen sí que puede convencer a otros de que se dediquen a él. Si el arte muestra al ser humano lo que hay dentro de su alma, éste podrá, de manera libre, consciente, racional y responsable, elegir lo mejor para sí mismo, para sus congéneres y para la naturaleza entera.

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