Lámpara desvió la mirada sin amabilidad, la mujer no sabía disimular sus emociones, y era evidente que estaba enojada, corrigió: –Vaya… una joven no debería desbordar tal curiosidad, ¿en serio crees que compartiré mi vida privada con esa clase de patanes?

Cortina sintió culpa en ese instante, agachó la mirada con vergüenza; fue entonces que Pantalón intervino: –Lámpara, en un segundo te avejentaste, detesto que te pongas tan amargada, deja en paz a la niña… además, si no tienes nada de qué avergonzarte no sé cuál es tu temor por contarnos.

–A mí me gusta la propuesta de Cortina, es más, yo empezaré –dijo Radio –, esto pasó hace mucho, ¡imagínenselo!… yo aún tenía mi apartamento en la urbe, no me había mudado hace mucho, y frente a mí vivía una argentina, ya saben, de esas que tienen el acento un tanto ¡Cantaaaaaaaado!; mi memoria todavía no me es infiel, aún la recuerdo, era de cabello rubio, ¡No!, no era rubio, era dorado, tenía las curvas de un hada, cuerpo de cacahuate, con pecho siempre escotado y unas nalgas que parecían de “Reclining Nude” de Victor Pasmore, y qué mirada tenía, hipnotizante, sus ojos eran verdes como la calma, era muy hermosa.

Es un fabuloso inicio, Radio, pero, cuéntanos que pasó –presionó Pantalón.

–Bueno, pues… yo acababa de comprar en ese entonces una cámara de cine, de las primeras, pero en aquel momento eso era muy moderno –agregó Radio.

Lámpara frunció el ceño, como solía hacer cuando algo captaba su atención, y dijo: –¡Una cámara, eso debió ser muy caro!… ¿no?

–Sí, pero yo estaba en mi apartamento, y estaba probando la cámara, grabando todo lo que se me venía a la mente… de repente, empecé a escuchar un ruido peculiar, ese ruido que nadie cuenta, y que solo los chismosos como yo escuchamos, las frases que solo se dicen cuando se está con buena compañía, era algo como: ¡Si, si, si!, ¡No te detengas, no te detengas!, ¡Más rápido, hazlo más rápido!

Pantalón empezó a reír, y dijo: –Eres un viejo asqueroso… ¿qué más pasó?

El gato viejo - Final

El gato viejo – Final

–Me di cuenta que la pequeña ventana que tenía en mi cuarto del servicio, daba justo a la ventana de mi vecina, lo vi todo, todo lo filmé, fue la primera vez que sentí sin ser yo el que llevaba a cabo la acción, verla desnuda fue la cosa más entretenida y más erótica que he visto en toda mi vida.

–Magnífico… que buena historia Radio, y te envidio, si es como lo cuentas, qué afortunado –exclamó Suéter.

Lámpara extornó un gesto de desagrado y dijo: –No sé qué tiene de interesante espiar a una mujer con su pareja.

Pantalón encendió un cigarrillo, dando el primer golpe de humo, luego lo exhaló despacio, y dio fin al Brandy de un solo trago: –Radio, ¿Puedes darme más Brandy?; y… querida Lámpara, yo te recuerdo poco religiosa cuando éramos jóvenes, cambiaste a partir de tu viaje a Grecia… ¿Por qué no nos cuentas lo que sucedió allá?

Radio entregó la copa llena a Pantalón, Lámpara se puso colorada, y su cuerpo duro como una piedra, contestó: –Maldito seas Pantalón.

–Maldecir no es de una religiosa, compórtate, Lámpara, ¿acaso perdiste los modales?, ¿O sólo estás cansada de fingir ser quien no eres?; Cuéntanos a todos lo que pasó en Grecia, o lo diré yo.

Lámpara estaba furiosa, sus ojos cristalinos, y brotó la primera lágrima, confesó: –No sé porqué me haces esto.

Lámpara se levantó de la mesa y se fue indignada al tocador en la habitación del señor Radio. Se presentó un silencio incómodo, como al principio. Pantalón se levantó de la mesa y fue tras Lámpara. La joven Cortina estaba asustada, su respiración la delataba, agitada como si hubiese corrido del colegio a casa.

Pantalón irrumpió en la habitación, y vio a Lámpara, llorando, ella lo miró con los ojos aguados y dijo: –No te acerques a mí.

Pantalón se acercó a ella desafiante, y sin pedir permiso la beso en los labios, al principio Lámpara se resistió, pero poco a poco cedió, en un instante estaban besándose como si fueran unos jóvenes. Después del beso, Pantalón la miró con sus ojos verdes-azules, y como si hubiera regresado a los veinte, se transformó en ese joven galante, tierno y romántico que había sido, y dijo: –Siempre te he amado, pero, nuestros amigos están afuera, esperándote, no debemos arruinarles el momento, no tienes nada de qué sentir vergüenza, tú lo sabes mejor que yo.

Lámpara dejó el llanto, y junto con Pantalón se incorporó de nuevo a la mesa, se limpió con la mano los últimos vestigios salados en su cara, y empezó: –Fui a visitar a mi hermana en Grecia, me hospedé en un hotel muy sencillo, era pequeño, austero, el baño tenía las manijas de color, rojo para el agua caliente, azul para el agua fría. Tenía muchas ganas de conocer el monte Dicte, en Creta, ya que me encantaba la mitología, y ahí es donde había nacido Zeus. Entonces fui.

–¿Eso es todo? –inquirió Suéter.

–Por supuesto que no… fui a la playa y no sé qué magia extraña había en ese lugar, pero lo interpreté como una señal de los dioses griegos, hablándome al oído, pidiéndome que fuera libre, entonces me quité la ropa y empecé a correr desnuda por la arena, y a nadar en el mar, y cubrirme con las olas. Ni siquiera me di cuenta que en la playa estaba ese muchacho, un Griego, moreno piel de trigo, con rizos castaños oscuros, los ojos negros, cuando miré esos ojos me trasladé a otra cultura, sentí que me sacaban el corazón con un cuchillo de obsidiana, él me estaba mirando, pero su mirada no me ofendía, me miraba de una manera indescriptible, pero, por alguna razón, a mí me gustaba que me viera desnuda. Esa fue la única vez que lo hice con alguien.

El gato viejo - Final

El gato viejo – Final

–¿Y qué sentiste? –preguntó Cortina.

Lámpara volvió la mirada hacia Cortina, la joven pensó que había cometido una indiscreción, pero los adultos entendieron su joven curiosidad, y soltaron una carcajada al unísono.

–¡Estoy divirtiéndome mucho, como pocas veces! –confesó Radio.

De pronto apareció el gato del señor Radio, un gato negro de ojos verdes, un gato viejo cuyos pasos ya se veían cansados, un gato que ya había gastado seis de sus vidas. Pantalón lo miró, mientras fumaba otro cigarrillo, y dijo: –Ese gato es tan viejo como tú, Radio.

–Y como tú, mi querido Pantalón –refutó Radio.

Cortina siendo la única joven, y ya sintiéndose más mujer que niña en ese instante añadió: –Como ustedes.

El comentario casi había incomodado a todos, pero después de pensarlo un instante, todos volvieron a reír.

–Tienes razón, Cortina, tienes razón –dijo Pantalón –, ahora, si me disculpan, tengo que orinar.

Pantalón se levantó de la mesa y fue hacia la habitación de Radio, al baño. El gato viejo lo siguió.

–Qué maravillosa tarde, la verdad ya me siento un poco ebrio, he tomado ya muchas copas de ginebra, pero he disfrutado cada trago –dijo Suéter.

–Yo también, no me sentía así hace mucho –confesó Lámpara.

De pronto se escuchó un gritó desde el baño: ¡Radio!, ¡Radio!

–¡Pantalón!… ¡¿Qué ocurre?! –gritó Radio.

–¡Tu gato!, ¡Tu gato está muerto! –contestó Pantalón.

–¿Qué? –inquirió Radio.

Todos se levantaron de la mesa, cual jóvenes, de un solo salto, y corrieron al baño; ahí estaba el gato viejo, acostadito, sin respirar, muerto.

–No entiendo… estaba bien hace un momento –dijo Suéter.

–Bueno… Radio, era ya muy viejo, tan viejo como tú –dijo Pantalón.

Radio volvió la mirada hacia su amigo, y respondió: –y como tú.

–Como ustedes –repitió Cortina.

Esta vez no le hizo gracia a nadie, todos sintieron entonces el martillazo del tiempo, los años que no volverían, y la verdad de sus edades, hubo un silencio prolongado y melancólico.

–¿Y ahora?, ¿Qué vamos a hacer? –preguntó Suéter.

Radio miró a sus amigos y dijo: –Hacer estas reuniones más seguido, pero la próxima vez, seamos más breves.

 

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