Era poco más de las 12 del medio día, el calor resultaba agobiante, el pavimento  hervía en esos momentos y en todo lo que podían abarcar los ojos de horizonte a horizonte  no encontrabas ni un jirón de nube. El Sol se había enseñoreado del cielo haciendo incluso palidecer el azul que normalmente a esa hora cubre toda la bóveda brillando intensamente. Quien en alguna ocasión haya tenido que caminar por las calles de la ciudad de León en estas condiciones sabe a lo que me refiero; los edificios no proyectan sombra porque en su cenit el sol cae directamente vertical e inmisericorde,  quema la nuca y los brazos, la garganta se cierra y se seca, e incluso es doloroso enfocar la vista en algún objeto ya que el resplandor que incide en él resulta demasiado intenso. Además, en esta ciudad hay muy pocos árboles; los diferentes gobiernos locales han optado por la tala indiscriminada con el pretexto de optimizar las vialidades, por lo que puedes caminar kilómetros sobre las banquetas sin que ningún árbol te proteja. El permanecer demasiado tiempo en esas condiciones resulta bastante dañino.

De cuando en cuando una ráfaga de aire caliente levantaba polvo que se adhería en los labios resecos y en la frente y se metía hasta la garganta; tenías que cerrar los ojos y cubrirte la boca y nariz para evitar que la tierra y toda la cochinada que estaba pulverizada flotando en el aire acabara en ellos,  las plantas estaban exangües y muchas se estaban marchitando con sus hojas calcinadas como si se les hubiese prendido fuego. Incluso los pájaros evitaban volar más de lo necesario. Las pocas aves que podías ver o escuchar se encontraban en las zonas arboladas de la ciudad, que por cierto, son muy escasas. Si pasabas junto a algún muro, sentías irradiar el calor de una manera impresionante.

Cuando llegué al taller de mi papá suspire aliviado, es un pequeño y sombreado local que en ese momento estaba siendo refrescado por los dos ventiladores funcionando a toda potencia. Mi padre estaba sentado en su silla, a un lado del mostrador, con los dedos de una mano metidos entre las páginas del libro que sostenía entre sus piernas. Me invito a pasar y a sentarme en el banco alto que regularmente usaba al embobinar los motores en los que trabajaba. En lugar de eso, entré y fui directamente al dispensador de agua que se encontraba en el fondo del local, me bebí dos vasos seguidos y llene un tercero que me lleve hasta el mostrador en donde lo puse mientras me sentaba frente a mi papá.

-¡Caramba que calor!- fue lo que dije incluso antes de saludar

-Estamos a 41 grados a la sombra- me respondió señalándome un viejo termómetro colgado en la pared – no aguantarías vivir en la playa; me dijo, como siempre que me quejaba del calor. Él, como marino retirado, poseía una resistencia a esas temperaturas que yo nunca he tenido.

-Sí, siempre y cuando me la pasara metido en albercas y bajo techo con aire acondicionado, sin tener que trabajar o sin tener que ir a comprar material a las horas más calientes del día- respondí.

-Bueno, está bien, ya no te quejes- me dijo conciliadoramente- descansa un rato y bebe toda el agua que quieras-

-Pues, tanto como quiera…- dije, señalando el garrafón que ya estaba vacío-

-Oh que caray, ahora tendrás que ir a la tienda por otro porque ese fue el último- me respondió

En ese momento apareció en el marco de la puerta, recortada contra la luz del sol, la figura recta y alta de Don Luis, el cartero.

En realidad nunca supimos cuál era su nombre; mi papá le decía, entre nosotros, Don Luis, porque le recordaba mucho a mi abuelo. Decía que su figura era muy parecida: alto y erguido a pesar de la edad que, seguramente estaba entre los sesenta y muchos y los setenta y pocos. El cabello completamente blanco pulcramente recortado, una barba de candado plateada que a juzgar por lo visto, cuidaba de forma esmerada. El rostro rubicundo, muy serio, sin sonreír, pero a pesar de eso con cierto aire bonachón, pero era en los ojos en donde más se parecía Don Luis a mi abuelo: grises, casi blancos, de mirada franca e intensa que dejaban entrever un carácter firme y bondadoso. Todos estos rasgos los enmarcaba con una vestimenta sencilla pero que, resultaba inusual para alguien de su oficio: sombrero estilo panamá, camisas blancas que, a pesar de un prolongado uso, lucían impecables por su limpieza y planchado, en ocasiones usaba guayaberas de muy buen gusto pero que ya estaban raídas por los años y el uso. Los pantalones eran en ocasiones de gabardina y solo de vez en cuando jeans. El calzado, invariablemente lucia debidamente lustrado, dando incluso la impresión momentánea de que no eran tan viejos. Usaba además un bastón de alguna madera café rojiza, como la canela y portaba a un costado un bolso que se colgaba al hombro en donde cargaba la correspondencia que repartía. Acorde con su apariencia, siempre hizo uso de amables maneras, si bien, parco en palabras, nunca dejaba de dirigir el saludo a nadie.

Algo que a mí siempre me llamo la atención de su persona era su actitud autosuficiente sin llegar a ser altanera, la apariencia de fortaleza física que a pesar de su edad parecía tener, debido a esto me sorprendió mucho que cuando se presentó en ese momento lucía cansado y agobiado por el peso de su bolso, por primera vez lo vi representar cabalmente su edad; se apoyaba con ambas manos en su bastón mientras trataba de recobrar el aliento, al fin lo logró y llevándose una mano al sombrero se levantó la visera mientras saludaba:

-Buenas tardes joven- me dijo dedicándome un movimiento de cabeza, y de inmediato se dirigió a mi padre:

-Buenas tardes Don Javier; disculpe el atrevimiento, ¿podría permitirme por favor pasar un momento a su taller? Me siento algo cansado- dijo

-Por supuesto Señor, faltaba más, pase por favor- respondió mi papá que ya se había levantado y en ese momento le abría la puerta del mostrador-

Yo ya me había incorporado también para acercarle una silla y para pedirle que me permitiera su bolso:

-Gracias joven, gracias Don Javier, muy amables- respondió entre jadeos –solo será un momento, solamente quiero descansar un poco. Disculpen, no quisiera abusar, pero ¿podrían darme un vaso con agua por favor?

-No se preocupe Señor, con gusto, permítame un momento que voy por su vaso- dije al tiempo en que me dirigía al dispensador, pero recordando entonces que ya no tenía agua me volví y dije – Perdón Señor, pero se nos acaba de terminar el agua, pero no se preocupe, corro a la tienda por un garrafón, mientras por favor beba este, lo había servido para mí pero no lo he tocado-

-Gracias joven, muchas gracias- respondió Don Luis tomando el agua con mano ansiosa

-Anda ve por el garrafón, no tardes, ¿se le ofrece algo más Señor?- dijo mi papa –Mira trae también unos saridones y agua mineral bien fría- me dijo mientras sacaba un billete de su cartera y me lo daba

-Perdón, perdón, solo será por un momento, no quiero causar molestias, pero me siento cansado, tan cansado- escuche a Don Luis decir, entre sorbo y sorbo, mientras me retiraba a la carrera rumbo a la tienda.

La tienda más cercana está en la esquina de la misma calle del taller, por lo que no tardé en llegar, coloqué el garrafón vacío en el piso para poder tomar uno lleno de su estantería, lo saqué y reemplacé con el que yo traía. Pasé a los refrigeradores a tomar la botella de agua mineral y por último tuve que esperar un poco, pues el tendero despachaba a otra persona que había llegado antes que yo. No demoró mucho y pude colocarme al frente y pedir los saridones y que se me cobrara los otros dos artículos. Salí de la tienda, cogí el garrafón echándomelo al hombro y apresuré el paso. En toda la operación debí demorar unos 10 o 12 minutos.

Cuando regresé, mi papá estaba de pie frente a Don Luís, sujetándole una mano, con los ojos a punto de desbordar gruesas lagrimas; Don Luis estaba en la silla donde lo deje, inmóvil. Mi papa decía:

-¡Pobre viejo, pobrecito viejo!- mientras movía lastimeramente la cabeza como negando lo evidente-

-¿papá?, ¿Qué pasa?, ¿esta…?- alcance a preguntar

Canícula

Canícula

– Comenzó a platicarme sobre su hijo –se explicó mí padre- me estaba diciendo que otra vez no vendría a visitarlo porque se le había complicado el trabajo; que ya hacía 8 años que no lo veía. Me dijo como disculpándolo que seguramente así había sido, porque su empleo era muy demandante pero que lo más probable era que en uno o dos meses más pudiera venir. Me dijo que lo último que él quería era saberse una carga para él o para cualquiera, y que por eso nunca se había atrevido a pedirle nada, a pesar de que por supuesto tenía necesidades. Y no dejaba de decir a cada rato: ¡estoy muy cansado, tan cansado!- me contaba con amargura mí papá-

-No se preocupe Señor, estoy seguro de que vendrá en cuanto pueda, ya lo verá- le decía a Don Luis, -vamos, tómese su agua que ahorita que llegue mi hijo le traerá unas pastillas con agua mineral para que se sienta mejor

-¿Ya le conté que le está yendo muy bien a mi hijo?, me da mucho gusto, ¡como quisiera decirle lo orgulloso que me siento por él!, pero… ahh que cansado estoy, estoy muy cansado- seguía diciendo Don Luis.

-Don Javier, no quiero importunar, por favor perdone las molestia que ocasiono, pero creo que me voy a dormir un ratito, solamente un ratito en lo que llega de la tienda su hijo y le prometo que me retiro- le dijo Don Luis

-Por favor Señor, no está usted molestando a nadie; siéntase con la libertad de quedarse todo lo que desee, usted siempre es bienvenido- le respondió mi papá

-Es solo un ratito Don Javier, solamente un ratito… Don Javier, por favor, discúlpeme el atrevimiento, pero… ¿me tomaría de la mano mientras me duermo?, es que… creo que me puedo caer de la silla. Me da miedo… caerme de la silla. ¿Por favor?, ¿podría?- susurraba el anciano.

-Claro que sí Señor, no se preocupe: tenga, siéntase en confianza- le respondió mi papa ofreciéndole su mano.

– Gracias Javier, gracias… estoy muy cansado, tan cansado, que me estoy durmiendo. No me vayas a soltar Javier, no me sueltes… solamente un ratito, estoy tan cansado… ¿te acuerdas Javier, cuando te llevaba de la mano a la escuela?… ¡hace tanto tiempo!, no me sueltes Javier… estoy muy cansado, tan cansado…-

Y así, con estas palabras y sujetado de la mano por mi papá, Don Luis se quedó dormido.

Y mi papá no dejaba de decir, entre una cosa y otra de su relato: -¡pobrecito viejo, pobrecito!

Tiempo después nos enteramos de que el hijo tuvo que venir para arreglar y firmar el papeleo; recoger el acta de defunción y las cosas que Don Luis pudo haber dejado en su casa. El tipo se llama Javier.

Mi papá duró bastante tiempo deprimido; no es que hablara del asunto, pero se le notaba la tristeza. El acontecimiento le pudo mucho, y esto que voy a decirles lo sé no porque él me lo contara, sino que, en alguna ocasión que estaba yo en el taller, mientras él se había retirado a almorzar, cogí el libro que en aquel entonces mi papá leía, curiosamente no lo había terminado –mi papá es un obseso de los libros, los devora de principio a fin en poco tiempo- al abrir el libro el separador cayó al suelo, lo recogí; se trataba del recorte de un periódico en donde había un pequeño texto, un cuento de solo 9 líneas, decía así:

 

-Habló tu papá. Creo que deberías ir a verlo; hace más de un mes que no sabes de él.

-¿Otra vez? Carajo, tú ves el trabajo que he tenido. No me queda tiempo para nada. ¿Le pasa algo? ¿Está enfermo?

– No, parece que se ha sentido bien. Pero dice que ni por teléfono ha podido hablar contigo; que en la oficina le dicen siempre que no estás. ¿Por qué no le das una vuelta?

-Hoy no puedo, a ver si el próximo domingo, si es que no nos llaman los compadres. Si vuelve a hablar, dile nomás que uno de estos días le caemos. Y ahorita vengo.

-¿A dónde vas?

-A pasear al perro.

 

  1. del A.: Aún conservo el recorte de periódico mencionado en mi cuento, y para hacer justicia debo decir que ignoro el nombre del diario, solamente sé que es uno de los 6 ó 7 que se publican en la ciudad de León Gto. No hay fecha visible, pero el autor del texto es el Sr. Armando Fuentes Aguirre, a quién agradezco y ofrezco disculpas por mi atrevimiento al transcribirlo. León Gto. 17 de Mayo 2017.

 

 

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