-¿No bastaba con que nuestros enemigos naturales fueran los sapos?

-¿Ahora también el hombre nos persigue y aniquila; sólo porque nuestro canto le  llega lacerante a sus oídos?

Se preguntaba el joven grillo, dentro de la hendidura del muro. Su padre lo había mantenido alejado de las praderas de hierbas, pues, no estaba todavía preparado para salir a buscar las hojas secas y a  entonar los cánticos que desarrollaban, como si fuera un acto litúrgico, para iniciar toda actividad que los llevara a campo traviesa. Era una obligación ancestral hacerlo; pero esto terminaba por molestar a los humanos que sin entender todavía el significado de compartir ambientes, se habían apoderado de todo el espacio posible donde la vida pudiera darse y ahora también los atacaba, para impedirles desarrollar su canto. Como si esto fuera tan fácil.

El canto ceremonioso del joven grillo

El canto ceremonioso del joven grillo

Le contaba que también lo habían hecho sus antiquísimos ancestros, en tiempos remotos, cuando la tierra abierta era infinita y entonaban sus melodías para cumplir con sus ceremonias arcanas, dentro del espacio donde las otras especies los respetaban. Entonces, cada una de ellas, sabía dónde le correspondía vivir. Habían venido desde muy lejos, saltando con aquella parsimonia que daba el ejecutar un acto que los llevara a otra inmensidad de hierbas en toda la pradera. Llevaban  un registro muy meticuloso sobre las generaciones sucedidas; ahora la de ellos había llegado a los límites de la ciudad y comenzado a establecerse en ella. Su atención había sido motivada por el jardín de esas casas ventiladas, de suelos enriquecidos y verdes prados; donde las señoras más ancianas, se dedicaban al cultivo y cuidado de todas las áreas verdes.

Cada día era más difícil conseguirlas, pues, iban siendo sustituidas por el duro y frío concreto. Eso era lo deseado, lo del jardín, el máximo nivel al que se aspiraba, porque, a diferencia de muchos, a esas damas, el ritmo de su canto les aquietaba e incluso, les servía de terapia recreativa para adentrarse en ese mundo de recuerdos de sus épocas mejores.

La pareja de grillos padres salió aquella noche a cumplir con el deseo de hacer una ofrenda al medio ambiente que se entregaba sin reservas. En todos los niveles de la cadena de la vida se efectuaba el ritual de honrar el planeta con el acto de apareamiento.

¿O es que solamente el ser humano puede dar gracias por el acto de apareamiento y procreación? Craso error. Todas las especies vivientes formaban sus crías, sustentadas en la fuerza del amor. Aunque los humanos, a veces lo entendían de otra manera; ya que en  ellos, se veían situaciones lamentables y lastimosas en su nombre. Tampoco era de su  exclusividad la orden del Creador de “Creced y multiplicaos”.

Todas estas reflexiones navegaban constantemente por la mente del joven grillo. Eran producto de aquellas charlas que le daban sus padres para hacerle ver el valor de las cosas y el peligro al que se expondría, cuando le tocara abrirse al mundo que lo rodeaba. Sabía que tarde o temprano, debía hacerlo y cumplir con lo que le correspondía, por llevarlo como un tatuaje, de generación en generación. Si para cada cosa hay un sentido lógico, el de ellos y sus parientes más cercanos, las langostas y saltamontes, era el de salir al mundo a danzar su ritual. Sólo que los grillos, entonaban sus cantos ceremoniosos frente a la inmensidad de la noche.

Pero ese amanecer, sus padres no volvieron. Y el nuevo día lo sorprendió íngrimo, en aquella gruta que habían conseguido cuando se vinieron del campo a la ciudad. Entendió que no regresarían; que habían cumplido su papel que la vida de grillo les deparó. La vivencia breve y la continuación de la especie (él era la prueba concluyente), llevada por ellos le daba el derecho de desafiar la noche. Saltar por encima de las hierbas de aquellas casas señoriales y estrellarse, si era el caso, contra los muros protectores de sus viviendas. Sabía que esto lo podía dejar a merced, no de sus depredadores naturales, cuyo número estaba menguado, sino de los humanos que atormentados –según ellos- por sus cantos, los buscaban y perseguían por todas partes, hasta acallarlos definitivamente. ¡Qué vacío de sonido se  percibe en la noche ante la ausencia de grillos y ranas!

El transcurrir de aquel día en que se vio solo marcó para él su paso hacia la madurez. Se preparó a cumplir con su destino fijado. Cuando apareció la noche, salió a cantar con toda la fuerza sostenida durante el tiempo en que  permaneció oculto en su gruta, para llenar el mundo con la melodía que había heredado de sus ancestros. Fue tal  la fuerza de su canto que, en medio de la quietud nocturnal,  atrajo a una joven hembra; uniéndose en un torbellino de danza y sonido que sólo se vio atenuado con la llegada del nuevo amanecer. Y naciste tú. Dijeron al unísono, sus padres grillos.

El joven grillo revivía las charlas que sus padres le daban. Particularmente le gustaba la historia de salir a cantar para honrar el amor. Sus abuelos grillos la habían  vivido, cuando llegaron a la ciudad, buscando un mejor destino, hasta aquella noche en que salieron a vivirla y no volvieron con el amanecer. Su padre insistía constantemente en los consejos y recomendaciones para que, cuando fuese el tiempo de hacerlo, saliera a entonar su melodía heredada, como lo había hecho él, cuando encontró a su madre, tiempo atrás.

Pero ya él sabía que lo haría, que no tendría dudas para cumplir a su vez. De lo que no estaba seguro, era de que si este ritual se mantendría firme por mucho más tiempo. Porque la especie se veía cada vez más amenazada por la conducta de un ente poderoso que se empeñaba en destruirlos, impidiéndoles cumplir con su destino natural: danzar y cantar,  hasta en el acto ceremonial de apareamiento que los identificaba como especie. Esto era una de las tantas preguntas que el joven grillo se hacía. Sin embargo, no esperaba respuesta. No la necesitaba, además.

 

 

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