La vio por primera vez cuando ella salió del cinematógrafo, la nueva maravilla del mundo conocido. Iba sonriendo entre un grupo de muchachas, casi tan bellas como ella. Y desde ese día la veía pasar por aquel bulevar que se había convertido en su sitio de paseo preferido, más por saber que ella volvería a pasear cada tarde, que por disfrutar de los hermosos paisajes (que eran muchos) y ver el espectáculo que brindaba la naturaleza con las hojas que se desprendían de las ramas de los árboles, en aquel otoño que se alejaba velozmente.

No tenía sosiego, pues, se había enamorado totalmente y no había nadie a su alrededor a quien pudiera contárselo. Llegó a la ciudad buscando un mejor futuro en aquellos días de principios de siglo, para encontrarse con el amor desde lejos, encarnado en una joven que apenas le brindaba una fugaz mirada ¿O eran suposiciones que necesitaba sembrar en su alma, para así darse valor? Y ya no pudo más.

 

Aquel amanecer salió a la terraza del hotel donde se hospedaba y en medio de la primera tormenta de nieve de uninvierno que hizo su entrada de manera sorprendente en la ciudad, pidió a la naturaleza un momento al filo de  los límites de lo imposible, para que le permitiera abandonar su cuerpo por un instante y seguirla hasta su casa y entrar con ella a la intimidad de su alcoba. Cuando la vio pasar en el transcurrir de ese día, supo que se le acababa la vida.

Agitado en medio de su delirio, cayó de bruces, mientras el alma se le escapaba, como un perro faldero detrás de ella y se elevaba, revoloteando, como una mariposa danzante a su alrededor. La acompañó por toda la senda, hasta la entrada de su casa. Con el deseo punzante de seguirla hasta sus aposentos, ayudarla a desvestirse y quedarse flotando entre las altas vigas del techo, mientras veía su figura desnuda, menuda e inquieta, buscar su bata color rosa para abrigarse, pero eso no le estaba permitido en su petición. Por lo que, al llegar la noche, su alma se declaró en rebeldía y desobediencia y contraviniendo todas las advertencias promulgadas  en el solemne juramento que había hecho frente a los elementos de la naturaleza, se quedó velando su sueño, apartando ráfagas de malas vibraciones que pugnaban por ocupar un espacio en la recámara y riendo con ella los recuerdos infantiles  que le venían en olas de un mar soñador. Así transcurrió la noche de nieve. Luego,  con la llegada del amanecer, supo que ya no podría volver a ocupar su cuerpo y que tendría que abandonar esta dimensión.

A la mañana siguiente, encontraron su cuerpo tirado, sin aliento de vida, congelado por el frío nocturnal.  Él se veía desde lo alto. Con una figura espectral, intentaba gritar a los socorristas, pero fue en vano.  Cuando la vio derramar lágrimas al enterarse por las noticias de lo sucedido y reconocerlo, como aquel que empezaba a gustarle, cuando la veía pasar,  tomó conciencia del  alcance de todo lo que había logrado y se elevó más y más, despidiéndose de este plano dimensional.

-Pero valió la pena –dijo entre sollozos.

Y siguió mirándola, mientras se alejaba. Retumbando su sollozo como un eco, en el soplo helado del viento invernal que volvía a azotar la ciudad,  en un anuncio de lo que les llegaba en esa nueva temporada que ya estaba apoderándose de todo el espacio climatológico.

 

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