Llega un momento en el que uno se satura, se harta de todo, y se agobia soberanamente de la misma puta mierda repetida una y otra vez, hasta el asco total, y una de dos, o se comete un crimen con mucha sangre y pólvora, o se coge y se desaparece unos días.

Como no me apetece nada el acabar dando con mis huesos entre rejas, descarto lo del crimen y opto por desaparecer unos días fuera de mi entorno habitual. Lo hago por liberarme del hastío del estrés que se me va acumulando entre los huesos, un estrés generado por la eterna repetición de lo demasiado conocido, pero sin dejar por ello de hacer cosas productivas, y a la vez, también para procurarme algo de calma y paz mental. Imagino que a muchos de nosotros nos sucede esto de vez en cuando, claro que sí, tiene que pasarle a todo el maldito mundo, no se puede aguantar siempre vivir de la misma manera, aunque cada uno lo

Desconexiones, desapariciones, excreciones

Desconexiones, desapariciones, excreciones

afrontamos de diferentes maneras, como podemos, o como nos sale de la mismísima entrepierna.

 

Lidiar siempre con los mismos asuntos, viendo los mismos parajes, una y otra vez, todos los días como tenemos que hacer todos en los sitios en los que vivimos, en especial en pequeñas poblaciones, acaba por enervar al más pintado y encender la sangre a cualquiera. Así que de repente desaparezco de la ciudad unos días, cortando todo tipo de comunicación con el exterior, en un silencioso: “Querida ciudad natal, me cago en ti, que te den durante unos días”, por el bien de la paz de mi ánimo y de mi mente, y para conservar la escasa cordura que pudiera quedarme. Es despertar un día, hasta las bolas de todo, y coger un tren o autobús rumbo a otra población, desenchufado de emails, redes sociales, mensajería varia, y demás mierdas que suelo usar, excepto en esos días que me sobran, en esos días quiero ver otras cosas, personas, paisajes, vivir fuera de la vida rutinaria.

En esos días en los que no estoy, los amigos no me pueden localizar, y a la vez que se cagan en mí, mentalmente, múltiples veces, se preguntan si me ha abducido un Ovni, o si una organización armada con mal criterio me ha secuestrado. Son esos días los que paso fuera, ajeno a la rutina, en los que más pienso en el presente, en los días por venir, sin olvidar los ayeres vividos, que son los que nos han ido formando a todos hasta lo que somos en el momento actual.

Desaparecer temporalmente me supone también descansar de las caras de vinagre y de cenutrio que tengo que ver por cojones de forma demasiado habitual por las calles de mi ciudad. Conocidos botarates cuya visión ya me llega a saturar nada más ponerles la vista encima. Prefiero largarme, encontrarme con otras personas, expandir mis propios horizontes, aunque sea en la ciudad de al lado de la mía, tampoco tengo que ir muy lejos, mientras no sea en la que resido habitualmente, que está resultando muy limitada y autocomplaciente.

Me resulta necesario realizar esas esporádicas fugas, desconexiones y desapariciones, desconcertantes e incluso irritantes para otros, pero un factor determinante para mí, que me permite conocerme más, y vivir mejor conmigo mismo, y puede que con los demás, con todo. No es que llegue a echar de menos mi escenario y rutina habituales, en unos pocos días no da tiempo a ello. Ni en unos días ni en unos meses, sino porque los nuevos ambientes me insuflan nuevas energías y ánimos como he dicho, y me facilita el poder lidiar mejor con el día a día que vivo en mi ciudad.

Desaparecer temporalmente me hace más soportable el devenir de los días, por lo que no sólo no dejaré de hacerlo, si no que trataré de prolongar cada una de esas desapariciones, así que lo siento por aquellos que traten de localizarme en esos días. Mala suerte, tendréis que esperar.

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