Es la aurora del terremoto, pero Satán no ha bebido cerveza; vamos a las cantinas pisoteadas y lo inevitable sucede: se levantan los himnos vulcánicos, todos danzan, me rompen el cuello en medio de una embestida de demonios que ríen; tragan manjares hervidos en el sortilegio de sus víctimas. Nos escuece la boca, hay odio en el corazón roído por las ratas. Todos amanecimos escupiendo esqueletos calcinados, lacerando nuestros cuerpos exprimidos pero felices, deshechos por el vicio y latentes de sabiduría, nuestro espíritu es la ruina de la ciudad…

 

Fragmento incluido en La obscuridad es la reina. Ed. Letras vivas, 2003.

 

 

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