“La espada de Dios es tan larga como los relámpagos durante una tormenta”.
Entre mito y metáfora existe un delgado hilo de diferenciación. Este hilo tiende a mermar si analizamos con mayor detenimiento cuál de ambos ha descendido del otro; y se deshace si opinamos que uno ha servido para explicar al otro, o que –en última instancia- es el otro. Tal vez por causas culturales exista la inclinación de afirmar que el mito ha nacido cuando las metáforas no se empleaban. Pero aún así, el uso de estas últimas pudo haber sido hecho de forma imaginaria, especulativa y de manera total dentro del reino de las ideas; y por consiguiente antes de que se haya originado un mito. Pero todavía cabría la pregunta acerca de la verosimilitud de esta clase de ideas, de sus valores reales, y si no son –o serán en el futuro- otro mito del cual nos despojaremos. Dadas las circunstancias intransitables al intentar tripular en océanos, o remolinos dominando nuestro bote, dejaremos aparte esta cuestión histórica para apreciar las similitudes entre mito y metáfora. Teniendo por el primero una narración maravillosa (escrita u oral), un relato épico y pormenorizado mediante hazañas de personajes divinos, tenemos la común creencia o explicación que se conserva. Y obteniendo de la metáfora sus dones oblicuos, su ruptura que imparte sobre un sentido recto de las cosas hacia otro figurado en virtud de una comparación tácita, nos queda lo imprescindible y sabido de éstas. Entonces ya podemos deducir algunas semejanzas – aunque no en todos los casos-, como la pluralización o dualidad provocada por un hecho real. Asimismo se revela que ambos hacen una ejemplificación de esta realidad, la hacen más accesible a cada oyente o lector. En lo que más se igualan, en lo que más rasgos comunes comparten es en el procesamiento o transformación de una circunstancia real a otra fantástica. Y éste es un proceso humano, un factor ineludible y propio durante la existencia de todo hombre. Quizá resulten notorias las cualidades antedichas por estar la mayoría de las veces incluidas y entrelazadas en el universo de la comunicación. Tal vez sólo por esto sea, pero aún así cabe la advertencia de poder diferenciarlas, porque sino podríamos vivir en un mundo de superstición a causa de una gran falta de benigna comunicación social. Más allá de estos argumentos, agregaré una disidencia que no será la única, desde ya. Y es que cuando se hubo o se ha de consolidar un mito, éste se tiene por real, se cree en él (siempre y cuando haya una convicción hacia éste, lo que desharía el calificativo de mito). Y cuando se sitúa una metáfora y se la ve funcionando, la reconocemos como recurso artístico y nada más. Es decir, como ficticia. Quizás hayan más semejanzas entre ambos mundos y no exista un horizonte, límite que no me reconozco como primero y último en
señalar y revelar. Tal vez algún día se pueda decir con propiedad y sobre mayores cimientos quién ha surgido de quién, o que son lo mismo.

 

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