FRAGMENTOS PUEBLERINOS

I

Una figura se me presentó durante una tarde soñolienta. Era traslúcida. Venía caminando hacia mí por las calles húmedas, como si hubiese terminado de pasar una ráfaga de llovizna callada.

 

Pude reconocerla de inmediato. Era yo mismo. ¿Qué estaba haciendo ahí, sumergido entre recuerdos y momentos vividos, rodeado por el halo espiritual de todos los seres que, de una u otra manera, habían estado relacionados conmigo y mi historia de adolescente?, me preguntó, y como si fuese un espejo que reflejaba mi propio yo, me vi de pronto, absorto, solo, sorteando momentos reflexivos sobre el paso de mi juventud y me di cuenta de que siempre quería estar alejado, queriendo entender el quehacer de las personas allegadas, porque la rutina sencilla de sus actos cotidianos, los llevaba por la senda que ellos habían elegido y así eran felices.

Pero yo tenía otras inquietudes, a pesar de no compartirlas con nadie, ya que el oficio de escritor, poeta o artista de la creatividad no era visto como algo del cual se podía hacer una profesión que diera para el sustento familiar.

Siempre hubo artistas en toda época en la historia del poblado que dejaron huellas, sembrando una sensibilidad de finos poetas, pero yo, salvando las distancias, contaba con dedicarme a llevar una disciplina rigurosa al escribir y para ello aspiraba a vivir en lugares tranquilos, en montañas brumosas o mirando caer la nieve a través de las ventanales que mostraran un paisaje de puro blanco alrededor y allí, en algunos de esos ambientes helados y anhelados, volcar en páginas vacías el mundo mágico, cerrado, cotidiano y maravilloso de mi pueblo lejano.

Es cierto que, a fuerza de tesón y obstinación, he logrado conformar algunos textos coherentes, algunas historias pueblerinas, porque mi escritura gira en torno a su cotidianidad, sin importar que el proceso de escribir es un trabajo duro y solitario que nos exprime hasta el último hálito y siempre tendremos la duda de que le pudiera llegar a interesar a alguien, pero constituye una emoción saber que podemos crear episodios de la imaginación y darle cuerpo al plasmarlos en el papel o, como se hace ahora, en versión digital, porque

las redes sociales se extienden y vuelan velozmente, como si fuesen alfombras salidas de los cuentos fantasiosos de los reinos del Oriente Medio. 

 

II

En la fatiga que dejan los recuerdos vividos intensamente, he entendido que la historia de un pueblo la hace su gente. Si bien es cierto que las casas, los ambientes y los hechos naturales van decantando un perfil que los identifica, que los hace llegar a ser añorados por quienes se han ido lejos, no es menos cierto que,

la historia la escriben sus habitantes, los de antaño y los de ahora, porque las generaciones se suceden y siempre habrá alguien que venga detrás.

Lo que cada uno hace se queda allí, como marcando su estela y el rastro que han dejado todos los que, en mayor o menor grado, han tenido que ver con el desarrollo y crecimiento del mismo, se detecta por doquier. En el ambiente, en las pequeñas cosas que a veces pasan desapercibidas, pero que siguen ahí, como un símbolo que va hablando. Lenguaje de las piedras, lenguaje de los árboles, lenguaje de la brisa y luego se van transformando en la esencia que flota en la atmósfera de cada calle, de cada esquina, de cada rincón. Ese era un pensamiento que me aleteaba en la mente, como lo hace el tucusito en su cortejo floral.

Entonces, en ese intervalo de remembranzas hubo un instante en que mi mente se quedó en blanco y me quedé mirando hacia la nada, sumergido en un tiempo diferente al tiempo secuencial que marca la vida de los seres humanos en este plano y fue cuando, sobrepuesto a ese instante, entendí que las reminiscencias de los pasajes pueblerinos son solo eso, porque ya con una edad en que los hechos comienzan a presentarse con la duda de que lo que sucedió realmente tuvo lugar como se recuerda o son hechos que empezamos a ver como si así hubiesen sucedido, es mejor pensar que las memorias las acomodamos como queremos que se queden en el recuerdo.

Pienso que seguiré escribiendo sobre mi pueblo sencillamente porque soy parte de él, y porque, algún día, mis cenizas descansarán en un nicho de su camposanto, quedándome para la eternidad, consustanciándome con su tierra y con su polvo.  Sin embargo, a veces creo que hubiese sido mejor que el viento silbante que arrastra la arena de los desiertos en una peregrinación perenne hubiera soltado algún ramalazo que se llegara hasta aquí. Eso sería suficiente para hacer lo mismo con estos pasajes de tiempos idos.

Después de todo, tal vez sea mejor que el olvido acabe por borrar todo aquello que nos mantuvo vivos, cuando estuvimos vivos.

 

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