Cada inicio de año que llega, nos proponemos ser mejores de lo que fuimos en el año que acaba de culminar. Lo que puede significar varias cosas; una, que no nos esmeramos lo suficiente en alcanzar lo propuesto en ese año que pasó y, por lo tanto, se quedó lejos la meta proyectada. Dos, que no fuimos constantes con el mayor esfuerzo prometido para desenvolvernos con eficiencia en el transcurrir de ese lapso de tiempo medido en meses, hasta culminar con el conteo de campanadas en cuenta regresiva que ya luchaban por irse, y dejarnos generalmente con un sabor agridulce en los labios por el escaso logro que se obtuvo.

Y viéndolo por otro lado, tenemos el resto del pastel que ha quedado en el mesón, vale decir, aquello que se nos fue de las manos, perdiéndose el control en ello, diluyéndose, así como el agua entre los dedos, según reza la canción, y que quedó casi intacto, porque ese sabor apenas probado no fue ni de cerca, lo que con entusiasmo nos propusimos alcanzar inicialmente.

Esto ocurre con más regularidad de lo pensado y pareciera ser un círculo vicioso donde volvemos una y otra vez como los obstinados cometas que surcan el espacio infinito para luego de hacer una venia al sol en su giro, regresan raudos a los confines del Sistema Solar, alegres tal vez porque, con algo de suerte, ya no volverán a aparecer por estos predios del espacio vecinal, sino al paso de mucho tiempo.

Vivimos de ilusiones recreadas, vislumbrando en el futuro la cristalización de esos sueños que nos arropan cada día.

Pero resulta que la vida no se plantea así diariamente,

proponiéndonos alcanzar proyectos dibujados en el aire, y luego se van con su entusiasmo en picada, cuando va menguando el año como un destello que va perdiendo el brillo inicial con el que se arrancó, para luego ir viendo desaparecer todo lo que nos prometía felicidad, estabilidad y control de todo aquello presentado en el día a día por estrenar, luego de una noche inquieta que nunca, en realidad, daba lugar para el pleno descanso nocturnal, cuando nos arropaban esas sensaciones.

Todos vivimos de esos planteamientos de inicios de año, planteamientos que vienen a sustituir los impactos negativos que nos fue marcando el desgaste de un año que se iba, sin que nos dejara, al menos, una sonrisa de satisfacción por haber logrado algo de lo propuesto, y sí una mueca de amargura y resignación ante lo tangible, visto de frente y sin querer ignorarlo, como un recuerdo desagradable que esperábamos que se diluyera a inicios de ese nuevo año entrante.

¿Y tendrían que ser muchos los meses que debemos transitar para alcanzar lo propuesto con ese entusiasmo inicial? Depende de lo que queramos abarcar y el lapso del que dispongamos para lograrlo. Pensamos de manera libre que las metas señaladas deberían ser pequeñas, cortas, sustentables en un deseo mesurado por no decir ambición controlada. Aquello que procuramos alcanzar no debe ser exagerado en eso que se busca, sino en cubrir el sabor justo de lo pedido para beberse después en pequeños sorbos, y así poder saborearlos y absorberlos de manera total. Planteamos que sean metas factibles de lograr, empezando a enfrentarlas, como los pasos que se dan cuando se sube una escalera con un ángulo de inclinación respetable.

Siempre hay que trazarse objetivos a cubrir,

porque de no hacerlo nos moveríamos por inercia, como se mueven las ramas de los árboles ante la brisa que las azota o acaricia, según sea la fuerza con que se desplaza. No obstante, nunca debemos dejar de soñar aquello que nos ilusiona, porque aun cuando la edad se nos venga encima en tropel o en planeo descendente de plumas en giros, lenta e imparable, no hay duda de que nos va a alcanzar. Esperemos entonces que ese destino titilante y tal vez planificado, nos choque con el ánimo todavía entero por cubrir distancias, como lo hizo Forrest Gump corriendo por esas interminables carreteras, hasta que se detuvo, abruptamente.

No vaya a ser que, por ponernos una meta lejana y casi inalcanzable, y que por circunstancias de la vida logramos llegarle, se nos plantee entonces la duda acerca de que si era eso lo que buscábamos o para qué era aquello que nos habíamos propuesto lograr inicialmente. Eso pasa.

 

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