No imaginó Simón que algún día contaría como fue su vivencia durante el viaje de la niñez a la adolescencia.

Siempre decían que los cuentos eran para dormir a los niños, pero este relato te mantendrá despierto y muy despierto a la nostalgia.

Vivía en un barrio pequeño de una ciudad grande, rodeado de un buen vecindario, gente amigable, amable, colaboradora, pendiente de cada detalle que a diario sucedía.

Cada mañana su mamá, obligado, le hacía tomar el desayuno: bebida achocolatada o café, tajada de pan y sólo los jueves un huevo pasado por agua o por la cacerola.

Ya arreglado empujado por los gritos maternos, salía a esperar el bus del colegio que solo se veía cuando estaba en la esquina y la niebla dejaba descubrir.

Simón tenía una diversidad de amigos: el intelectual que le hablaba de cosas poco mundanas, el que siempre lo invitaba a salirse de la fila, el socio de la tienda que atendían en el recreo, el que presumía con el auto y recogía a las amigas y el que siempre le celebraba la vida fácil.

Los recreos trascurrían entre charlas y juegos: el de la casa, consistía en que unos hacían de papá y mamá, otro de hijo, otro de empleada y Simón de nevera, si de nevera, esta frustración le acompañó hasta que grande compró una.

Otras veces jugaban a la vuelta en bicicleta con tapas de gaseosa rellenas de plastilina y decoradas con los ciclistas de la vuelta a Colombia en bicicleta, las carreteras eran los andenes y las jardineras los premios de montaña. Alternaban con las canicas de colores que se asimilaban al juego del pull o billar de mesa sólo que sin tacos solo con los dedos. Las carreras de encostalados, metidos en una bolsa o costal para llegar a una meta sin costal ni narices, y eso cuando no se les ocurría bajar las pendientes de los barrios altos en unas tablas con ruedas de balineras que volaban más que en fórmula uno o los patines con ruedas similares que a veces eran remolcados por las bicicletas sin casco. La carretilla de las dos manos y las piernas el control de conducción, los cinturones de seguridad eran solo para los pantalones, la jugada de COCA, elemento de madera para enchocolar el palo en el orificio macizo, el yoyo , los paseos a rodeolandia con tobogán y encostalados, el agua mineral sólo para el wisky, mucha azúcar en las bebidas kolkana , Kiss de limón y de uva y el inigualable pastel gloria o las fresas con crema en Sopo.

Las trompadas eran a mano limpia sin cuchillo ni sicario y en los parques de los barrios .

Simón vivió una época feliz , con la filosofía de la calle, la psicología del libro, pero para golpearle la cabeza, donde el dialogo con los padres no existía, pero si la autoridad, los tatuajes eran sólo en las tiras cómicas y los luchadores mexicanos, no había teléfono roto pero si negro, y la novia era casta y miedosa de la sexualidad que no conocía, las mesadas semanales alcanzaban para el cine y la hamburguesa, los atracos sólo se veían en los periódicos como la noticia del mes, la gasolina era compatible con la cerveza y los más avanzado en redes era la calculadora y la regla de cálculo los exámenes se preparaban con las tesis, hojas resumen de las materias que el vendía en el colegio escritas en copia carbón por una tía mecanógrafa, se tomaba agua de la manguera, se jugaba a timbrar en todas las casas y correr, repetir año era volver a repasar y se conocían todos los colegios sin bonos ni problemas psicológicos, se casaba para toda la vida y así mismo los hijos en la casa , la misa dominical no faltaba con la buena espalda del cura que oficiaba.

La distracción por horarios era por cuenta de la televisión en blanco y negro y luego a color desteñido, kojak, iron side, Miami vice. Yo y tú, se comunicaban con cartas escritas a mano en sobre con estampilla sin mail, SMS, WhatsApp, piedra, papel, tijera con las manos. La música no podía faltar en una grabadora de cassete que se dañaba y se enrollaba con un lápiz, el betamax para ver las películas de moda que se alquilaban en betatonio y blockbuster , los domicilios en la Piazzeta o el Monte blanco, las fiestas en las tardes de sábado con ron con Coca-Cola y empanadas bailables, algunas veces colados en las de grandes que amenizaban con la Tuna de la Jave o mariachis , que terminaban con LP discos en 33 y 45 revoluciones .

Seguramente hoy Simón ya grande contara estas vivencias, que aun despide los aviones con la mano y a los familiares y amigos en el aeropuerto con abrazo apretado y aclarando que no es ni nunca fue: Simón el Bobit

 

 

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