Adentrarse en el mundo ficticio que se nos abre cuando estamos creando una historia que nos mantendrá aferrado a ella, todo el tiempo que nos tardemos en escribirla y aún más, es un proceso que, en muchos casos, proporciona un placer creativo que nos arropa en una actitud de bienestar y hasta nos envuelve en tiras de armonía y nos lleva a proyectar una conducta estable que es tan necesaria para contrarrestar la vorágine giratoria de la vida diaria que nos aturde a cada instante. Muchas veces al estar flotando en esa nube creativa que nos interrelaciona con momentos, personajes y ambientes de imaginación pura, nos sentimos tan reconfortados que casi queremos quedarnos dentro de ese mundo tan nuestro y muy particular y nos causa algo de congoja el regreso al mundo real que nos aguarda con paciencia expectante frente al portal que se muestra como una entrada precaria de retorno.

A veces, cuando nos sentimos agobiados por la acción rutinaria que nos envuelve, la válvula de escape hacia los mundos creados desde nuestra imaginación se abre y, luego de empaparnos de esos sueños tangibles, deja salir el vapor de emoción ya usada y gastada y hasta un silbato, como de tren que anuncia su salida o llegada de una estación mágica, se oye pitar en el viento circundante y nos estremece, porque ese tren nos vendió boleto de ida y vuelta, como dice el cantautor y nos deja subir tomados de la mano con una imaginación con el ánimo de niño entusiasta por querer lanzarse hacia el abanico de posibilidades infinitas.

Mantener el equilibrio diario, si se lleva una rutina de trabajo creativo, es una posición que nos debe sostener con firmeza en la realidad, para evitar quedarnos en ese mundo recién formado desde nuestra creatividad y lo que sería más delicado, anteponerlo como si fuera nuestra realidad que se impone por sobre el mundo que sí es real con todas nuestras limitaciones como individuos comunes, simples ejecutantes de las acciones cotidianas, miembros de una comunidad que se entrega para sostenerse secuencialmente en lo práctico de una sobrevivencia en un mundo que se muestra complicado y hasta hostil, la gran mayoría de las veces, en el transcurrir de la rutina asfixiante de una vida que nos obnubila y no nos deja pensar. ¿Sociedad de autómatas? Todo eso está muy bien y sería el acabose de nuestras ansiedades y desasosiegos.

Pero ¿adentrarnos en el mundo ficticio que hemos creado para pretender quedarnos en él, porque no soportamos desenvolvernos en la realidad que nos choca de frente, no es como huir hacia adelante ante la certeza de lo que vemos y palpamos en lo diario? ¿Quedarnos en una realidad ordinaria, fútil y material, accionando y sin querer darnos una oportunidad de volar con nuestra imaginación, hasta remontar espacios abiertos, multicolores y danzantes, no es limitar una mente prodigiosa, de oportunidades inagotables, cuyo nivel de desarrollo nos ha llevado hasta la cúspide de la pirámide rectangular de la escala evolutiva?

Se impone un equilibrio entre esos dos mundos nuestros, pero de enfrentamiento frontal, porque, si bien nuestro mundo interno es totalmente propio, no es menos cierto que, la realidad de nuestra vivencia consuetudinaria, también es nuestra y somos los que tenemos la última palabra para echarnos a rodar en el accionar de la vida diaria apenas despunta el día y salimos a la calle, desechando con pesar el pensar que unos momentos de creatividad nos harían más felices ante este cuadro de rutina que se nos muestra y que nos trunca, cercenando sueños, deseos e inquietudes. La sociedad donde nos desenvolvemos nos proporciona momentos estelares y nos dice que no es necesario adentrarnos en mundos fantasiosos, porque los recursos para vivir están ahí, al alcance de la mano y hasta nos orienta a seguir lo que nos muestra, apenas tocamos el mundo envolvente después de traspasar la reja de salida de nuestro hogar y nos suelta en la acera de enfrente.

El equilibrio dinámico de cada mundo, el imaginario y el real es un vaivén tan similar al de un buque en alta mar que nos mueve hacia uno u otro lado, según sea la dirección de las olas de la vida en el transcurrir de su travesía de su tiempo contado. Se necesita entonces evitar favorecer a uno de los dos. Ya lo muestra el hecho de lanzar una moneda giratoria al aire. Al caer, deja ver uno de los dos lados. Este es el más claro evento al azar que se muestra, ya que la ley de las probabilidades le otorga el 50% de salida para cada uno; es decir,1/2 o la mitad de oportunidad a cada mundo. O, lo que es lo mismo, ambos tendrán su momento de imponerse con las mismas reglas, condiciones y posibilidades de hacerlo.

He ahí, el equilibrio. Muy bien. Entonces, ¿Cómo cumplir con esta máxima de albur? No extremar en ninguno de los dos eventos. Si nos toca vivir con imaginación, hacerlo con intensidad, sin perder de vista la realidad y si nos toca ahondar en el mundo real, volcar la misma intensidad para ese momento sin dejar de volar con la imaginación. Pienso que lo importante es saber siempre cuándo estamos inmersos en uno u otro evento. No vaya a ser que luego no podamos entrar ni salir de uno de los dos y nos quedemos atrapados y sin el vaivén equilibrado tan necesario para vivir.

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