Me he alejado del apasionado mundo de las letras por algún tiempo. Podría excusarme en el trabajo y las ocupaciones diarias, pero las razones van más allá: quizá fue un intento de autoprotección, porque la narrativa personal a veces te deja vulnerable, escribes desde lo más profundo para compartir pensamientos, historias y recuerdos que te pertenecen.

He tratado de apagar esa llama sin éxito. Por eso aquí estoy nuevamente, escribiendo relatos que quizá nunca se fueron, sino que permanecían ocultos en lo más hondo de la memoria, como esos recuerdos que regresan con la nostalgia de los colores de la infancia, la comida en casa de los abuelos, la mirada tierna de la primera mascota, los abrazos, las risas, los dulces, los juegos, las fantasías.

Me siento como quien regresa a su hogar después de un largo viaje.

Esta vez quiero escribir sobre mi bella ciudad que duerme entre volcanes, con soles majestuosos, cielos despejados y lluvias inesperadas; la ciudad de la eterna primavera. Una ciudad llena de historias y leyendas, con un magnífico centro histórico adornado de iglesias, museos y calles empinadas que dejan sin aliento, donde cada uno de ellos resguarda un relato inolvidable.

 

Una ciudad que crece entre avenidas y edificios modernos sin perder su esencia. Una ciudad que sueña con días mejores; que se abre paso entre extensos valles y se ubica en la mitad del mundo, en el centro de la Tierra, desde donde la energía nace y fluye. Una ciudad que, a pesar de su belleza, hoy parece obligada a vivir bajo las sombras por la falta de planificación, seguridad y orden.

 

Aun así, Quito, mi amada ciudad, bien llamada la Carita de Dios y declarada en 1978 Patrimonio Cultural de la Humanidad, se levanta cada día con la esperanza de volver a brillar como en sus mejores tiempos. Es una ciudad noble, cuna de próceres, historiadores y artistas; ciudad desde donde se descubrió el Río Amazonas; llamada la Luz de América porque aquí germinaron las luchas independentistas. Ciudad de mujeres y hombres solidarios, que acogen al turista como parte de su familia y tienden la mano cuando otros atraviesan momentos difíciles.

Estamos a pocos días de celebrar sus 491 años de Fundación, sus balcones llenos flores y colores azulgrana, revelan la elegancia, picardía y tradiciones que guarda nuestra bella ciudad. Festejaremos con alegría y optimismo, porque estoy segura de que quiteñas y quiteños —de nacimiento y por convicción— haremos todo lo posible por verla resplandecer, por cuidarla y por rescatar los tesoros que guarda entre sus calles;

Porque vivimos en un lugar privilegiado que tiene mucho que ofrecer al mundo.

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