De la aberración arquitectónica a la identidad urbana: estudio de caso Bogotá.

Recientemente hemos visto como la puesta en marcha de procesos de construcción y recuperación arquitectónica ha sido una gran herramienta de alcance para temas como patrimonio, memoria e identidad, y de aporte a la imagen pública de la ciudad. Este medio ha encontrado su reinversión en beneficios como una identidad urbana creciente además de un mejor posicionamiento en el imaginario colectivo de sus habitantes y ha permitido revertir el deterioro arquitectónico y urbanístico en varios sectores como por ejemplo la Plaza de los Mártires, La Candelaria, la carrera séptima peatonal, entre otros.

Sin embargo, estos mecanismos de recuperación se han presentado en zonas centrales con aportes arquitectónicos notables y con un peso histórico y económico relevante para la ciudad, pero ¿qué pasa con las zonas marginales de la ciudad que carecen de una identidad urbana clara y constantemente son segregadas?

La Reinvidicación Del Territorio

La Reinvidicación Del Territorio

A primera vista el término “identidad” puede parecer un concepto alejado y elevado, sin embargo, la identidad puede entenderse como la apreciación de los habitantes hacia lo habitado, al igual que el conjunto de experiencias y conocimientos que se plasman en el espacio público junto a todo lo tangible que forma la historia de las comunidades en dichos lugares. De aquí la importancia de la identidad clara y oportuna, pues esta deriva en el aumento de arraigo y de construcción de memoria de las comunidades.

En muchos de los barrios periféricos de Bogotá esta identidad urbana no es clara o incluso ni siquiera existe, la naturaleza misma de la conformación de estos barrios impide que se formen lazos identitarios y de arraigo. Estos sectores que fueron producto del masivo desplazamiento del campo a la ciudad que, si bien solucionaron el problema residencial de la creciente Bogotá, hoy en día se enfrentan al problema del vínculo del habitante con su territorio y la forma que tiene de relacionarse con los espacios públicos y colectivos.

A pesar de lo anterior, hay elementos existentes y latentes que se presentan como parte de lo que puede llegar a convertirse en memoria colectiva de la comunidad. Durante décadas, el crecimiento de los barrios en Bogotá avanzó sin planificación alguna y el habitante del común se convirtió en un arquitecto de la improvisación. En estos casos, pocas veces la institucionalidad provee las orientaciones necesarias para que las viviendas se ubiquen en lugares que permitan vivir con un mínimo de seguridad, menos aún, facilita los medios para que estas tengan algún grado de comodidad en sus accesos [1]. Pero es allí precisamente donde se pueden encontrar estos rasgos de identidad urbana y arquitectónica. Por supuesto, estas decisiones (personales) al construir -primero una casa, luego un barrio- están marcadas por la espontaneidad, la falta de recursos económicos y el desconocimiento de lo importante que es la planificación a largo plazo, pero ¿se puede elevar una práctica económica a un lugar donde pueda ser considerada y apreciada como una elección estética? ¿Son estos asentamientos con soluciones económicas y construidos alrededor de las necesidades (espaciales, materiales, etc.) más valiosos como resultado del trabajo humano de apropiación del territorio [2]? Bajo esta idea, muchas de las comúnmente llamadas aberraciones arquitectónicas[3] de estos sectores deberían estar destinadas a ser visibles en lugar de camufladas, así como en el arte cerámico japonés kintsugi, donde las reparaciones están resaltadas en lugar de ocultas, pues son estas, al fin y al cabo, la forma arquitectónica vernácula -a veces transitoria-de estas comunidades ascendentes y su forma de representación y apropiación del territorio, que van adquiriendo estatus icónico e indican que pueden desencadenar lugares simbólicos en donde se pueden iniciar procesos de resignificación y recuperación de lo público.

 

Notas:

[1] Fabricar casas en sitios inestables geológicamente, implica vivir con la incertidumbre de que en cualquier momento el terreno cederá, poniendo en peligro la vida de sus ocupantes, añadido a esto las vías de acceso son inexistentes o se encuentran a varios minutos de los emplazamientos crecientes.

[2] No solo las adaptaciones físicas al territorio geográfico sino también simbólicas al apropiar elementos ya existentes como parques, canchas deportivas e incluso iglesias religiosas.

[3] Aberraciones urbanísticas sin planificación como las redes de callejones, escaleras y los caminos de tierra que no conectan a nada y reparaciones superficiales realizadas provisionalmente.

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