Que políticos de saldo usen a periodistas (O escritores de página cultural) para redactar el discurso de orden, la oración fúnebre o la arenga busca votos es razonable. Es notorio: nuestros políticos son unos iletrados de marca mayor. Por bastante tiempo su libro de cabecera fue de seguro la Gaceta hípica. Incluso se puede pasar que un holgazán profesor universitario saquee la tesis de algún alumno para escribir un trabajo de asenso.

Pero que un escritor recurra a otro escribidor subalterno para redactar sus libros

es como la coronación de ese agitado mundillo de la escritura, sin hablar de esos plagiarios que a toda costa anhelan convertirse en autores.

Si yo fuera un emprendedor entusiasta (Y albergara algo de fe) mi propuesta de negocio sería un escuadra de escribidores a destajo. Desde ese hervidero creativo se escribirían guiones de cine, series para televisión, telenovelas, libros de autoayuda, discursos de orden, tesis de grado, blogs, libros de memoria y un variado surtido de textos ajustados a los requerimientos del cliente. Además de brindar asesoría a escritores primerizos, a poetas sin inspiración ni musa de prostíbulo, a esos autores con bloqueos creativos, etc. La llamaría “Industria Dumas S.A.” (lo de sociedad anónima sin ironías, claro) en honor al sempiterno autor de El conde de Montecristo.

Se conoce como negro a ese escritor que por un salario hace trabajos de escritura para otro,

quien al final lo firma con su nombre y se lleva los méritos, mientras el escritor de marras obtiene de forma anónima su calderilla para sus gastos domésticos y la fama que espere. Gosthwriter se denomina en inglés debido a que ese “escritor” detrás de bastidores es como un fantasma, un ser incorpóreo sin otro asidero que la paga por servicios prestado.

Eso de negro al parecer se patentó en Francia a raíz del auge del folletín en el siglo 19. El folletín tuvo gran demanda y en ese sentido los editores contrataban a un buen grupo de escritores para producir los folletines en cantidades industriales.

En el ambiente a este tipo de editor se le visualizaba, de forma irónica, como una especie de negrero, ya que sus exigencias eran tiránicas para poder cumplir con los tiempos estipulados de publicación y a la sazón a los escritores, que domesticaban el hambre de esta manera, se les comenzó a denominar como negro. Verdadera o no esta leyenda urbana es de mucho colorido.

No obstante, el origen se puede rastrear hasta los confines del Egipto antiguo, cuna de una casta social importante denominada escribas.

 

Era costumbre que familiares de algún amado difunto encargara la escritura de un libro de los muertos (Conjunto de oraciones, cantos y narraciones para un viaje menos traumático al otro mundo). Los encargado de escribir estos libros eran los sacerdotes, pero como no se daban abasto ya que por lo general se realizaban varias copias del libro, contrataban los servicios de varios escribas que se entregaban a la tarea siempre bajo la mirada atenta del sacerdote.

Entre los años 30 y 50 los grandes estudios de Hollywood vieron que la literatura era una buena cantera para las historias más variadas. Para convertir libros en guiones de cine ( o alguna buena idea)  contrató a una veintena de escritores con horario para dicha faena y escritores de la talla de William Faulkner, John Steinbeck, James M. Cain, Raymond Chandler y muchos otros se encargaban de impregnar de magia creadora a guiones endebles, o libros de poca consistencia estética y literaria.

El caso más emblemático de negrero, o mejor de contratistas de escribidores, podría ser el de Alejandro Dumas. Quizá fue uno de los primeros en ver en la escritura una profesión lucrativa.

Era un visionario perspicaz al que le gustaba la buena vida. Cuando irrumpe el furor por folletín, que se realizaba por entregas en revista y periódicos, Dumas no vio arte en ese estilo folletinesco, sino un negocio. El folletín enmarca la literatura de entretenimiento por excelencia y sus ingredientes básicos son argumentos creíbles, con un estilo simple en la que se despliegan el amor, el misterio, la aventura (con sus villanos y héroes de rigor) y que recurre a la sorpresa y a esos giros narrativos imprevistos mientras se desarrolla la trama para enganchar al lector. En el algunas novelas, con ese innegable estilo folletín, no faltaba el humor, el enredo sentimental de los personajes y cierta escabrosidad que flotaba en la trama como una promesa latente.

 

Dumas con buen olfato y conociendo todos estos trucos reunió a una variopinta de escritores, quienes contratados por un sueldo se encargaban de desarrollar las tramas y los argumentos de algunas historias, después venía Dumas con su indiscutible talento y podaba frases, párrafos aquí y allí, agregaba o quitaba personajes, engranaba nuevos capítulos hasta lograr una ficción redonda. Luego todos a cobrar.

Dumas convirtió todo esto de la escritura a destajo en una industria lucrativa al punto tal que los enemigos de siempre lo tildaban como un “negrero”. Además con estas críticas dejaban colar sus prejuiciosos dardos sobre el color de piel de Dumas y en salones (O tertulias de café) sus hablillas con respecto al “mulato” que contrataba negros para escribir hacían las delicias de sus adversarios y competidores de pluma menos talentosos, pero geniales en envidia y rencor.

Algunos de estos escritores contratados armaron querellas legales contra Dumas, además del dinero querían gozar de la fama que el escritor de Los tres mosqueteros tenía. Sentían que ellos habían contribuido a labrar la fama de Dumas literato, ansiaban ser llamados autores en mayúscula y no unos simples asalariados escribiendo con un horario, como si de escribientes y notarios  se tratara.

Corín Tellado que nunca tuvo negros, para que escribieran sus historias amorosas, dijo en una oportunidad que “Muchos escritores alegaban razones políticas, familiares o estrecheces económicas para no escribir y mientras tanto yo seguía escribiendo dos novelas completas por semana. Ahora sin presiones de ningún tipo esos mismos escritores siguen sin escribir un pimiento”. Lo cierto que escribir nunca es sencillo, incluso si uno escribe una novela rosa o un libro de autoayuda.

Estos negros de ahora, desperdigados en la red, no han leído mucho, pero ahora se defienden googleando a los clásicos por la Internet y por ahí hacen lo que pueden con las palabras para domesticar el hambre. Van de jornaleros de la escritura, pero se han vuelto independientes y prosiguen escribiendo los discursos de orden, los textos para congresos de escritores, tesis y cualquier texto para ser leído desde cualquier tribuna significativa. También se alquilan para escribir memorias e incluso alguna novela para ese escritor consagrado que no se da abasto.

Hoy el negro es la musa necesaria y solicitada por quienes desean escribir y les falta de todo, incluso la ortografía de la honestidad y el acento mágico y adecuado de la inspiración.

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