Una siesta, a fines de diciembre, tres hombres mayores, ahora jubilados, están sentados a la sombra de un viejo árbol de mango. Usan pantalones muy cortos y camisas amplias, de mangas cortas, o, pantalones de tela muy delgada y enrollados hasta las rodillas. Disfrutan de la refrescante bebida que llaman tereré.
El sol, más que calentar, quema los cerebros de cualquier curepí sin sombrero que se atreva a caminar por las tórridas tierras de lodo seco de la gran llanura. Al menos, ese es el comentario que deslizan los tres adultos mayores que, como cada año, están reunidos para compartir viejas historias: lo único en común en estos días de su madurez.
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