Uno sabía o, mejor dicho, algunos saben, que los años se esfuman, que el tiempo pasa como un rayo, que la vida nos va ganando. Es así que los recuerdos se amontonan y forman un reparo contra la tristeza, o en ocasiones las genera, formándose una lluvia de lágrimas.
Es así que mis pensamientos se remontan a los días de la Plaza San Martín, de los columpios, trapecios.
Puedo sentir en mi boca el copo de azúcar, los pirulines, o chupetines dulces y largos, o el sabor del chicle Bazooka y la chocolatada Cindor en botellita.
Como una ráfaga de viento, me pasan las imágenes del Yo Russel, platilinas flúo y con aroma, muñecas que hablaban tirando de un piolín, y en el medio de esa mezcla de sabores y olores, una niña de pelo enrulado, con dos hermanos mayores, padres maravillosamente presentes, y un sueño, o varios que desembocaban en uno, estudiar.
Generalmente, todos los jóvenes quieren que los años pasen, no fue nunca mi caso, intuía que, al transcurrir sólo un año, los años siguientes me caerían como un alud, así fue que viví cada etapa, cada minuto, e incluso cada segundo, pasando por todas las etapas que todo ser humano pasa, alegrías, muertes, sobresaltos, pero siempre con una familia pendiente de cada uno de nosotros.
Difícil es resumir en pocas palabras sesenta años de vivencias, de presencias plasmadas en fotos amarillas por el tiempo.
Como una película, sabiendo el final, le fui agregando escenas, en las que el actor principal fue siempre Dios y nosotros sus ayudantes.
En realidad, uno va ayudando a juntar de a poco el rompecabezas, coloreando con azules, verdes, los tiempos más oscuros, y así, hasta el final, sabiendo cuál es, más no cómo va a ser.
Es todo eso la vida, es falaz pensar que la misma es breve, es egoísta decir que por ello hay que disfrutar, porque uno se goza viendo bien a los demás, haciendo bien a los que tenemos alrededor, y a quienes podamos, tener siempre presente que lo que uno deja, es lo que uno hizo, expresando amor en abrazos, esperas, ruegos, que el fin del camino sea el comienzo de otra vida plagada de sueños.
Que el tiempo borra lo olvidable y transforma en luz las sombras, mientras siguen flotando en el ambiente, el columpio, los caramelos, y el olor a chocolate caliente en la taza.
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