Desde el día 1 en que el Presidente Donald Trump asumió sus funciones en la Oficina Oval, por el voto de poco más de 60 millones de estadounidenses que le dieron, además, mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes, asumiendo el riesgo de encumbrar al primer dictador de ese país, la página web en español de la Casa Blanca desapareció.

Era de esperarse. Desde que, en septiembre pasado, el entonces contendiente para ocupar la presidencia criticó a Jeb Bush por hablar en español en algunas de sus presentaciones públicas, revivió el debate sobre la preeminencia del inglés y la necesidad de hacerlo lengua oficial en Estados Unidos.  

¿English Only... de nuevo?

¿English Only… de nuevo?

Así que, entre los múltiples y controvertidos temas que podemos esperar que retome en su desquiciada actividad presidencial, se encuentra el de establecer el inglés como lengua oficial a nivel nacional, un propósito que ha estado presente incluso desde antes de la fundación misma de ese país, pero que ha fracasado reiteradamente hasta ahora.

Estados Unidos es un país de inmigrantes, que se jacta de su diversidad y de sus libertades; que ha sido desde siempre multilingüe y multicultural, en el que el inglés es, sin duda, la lengua común y mayoritaria, pero que ha sentido como amenaza, a lo largo de su historia, el uso de otras lenguas en su territorio. Primero, desde finales del siglo XVIII, por el número de colonizadores europeos: alemanes, holandeses, suecos, irlandeses, franceses, etc. que fueron llegando. Después, a finales del siglo XIX y principios del XX, esa amenaza latente se tradujo en acciones dirigidas a enseñar a los inmigrantes la lengua dominante, pero en cuya intención existió también un trasfondo étnico y racial. Baste recordar la exclusión de la inmigración china en 1872  y de la japonesa en 1907, así como las campañas de aculturación y “americanización” de los inmigrantes europeos que siguieron llegando.

Desde los años sesenta, con el mismo enfoque étnico y racial, la demanda de algunos grupos de establecer el inglés como lengua oficial a nivel nacional se avivó por el número creciente de hispanoparlantes. El detonante fue la llegada de los exiliados cubanos, que en pocos años y con las ventajas que el gobierno estadounidense les otorgó por obvias razones políticas, impactaron la economía con prósperos negocios en cuyos aparadores curiosamente se leían letreros de “English spoken here”, haciendo evidente que en el estado de Florida los cubanos habían sentado sus reales, y el español, con ellos. Su pujante participación política les permitió no sólo sentar el precedente de la educación bilingüe en el Distrito Escolar de Coral Gable,  sino que propio Condado de Miami-Dade se declaró bilingüe y bicultural, por lo que el español es, junto con el inglés, la lengua oficial.  Los cubanos se habían incorporado a la sociedad dominante sin tener que renunciar a su lengua.

¿English Only... de nuevo?

¿English Only… de nuevo?

Este antecedente, aunado a otros factores, como los logros del Movimiento Chicano que disminuyeron la discriminación y la segregación en las escuelas y consiguieron la aprobación del Acta de Educación Bilingüe – que obligaba a las escuelas a impartir la instrucción en la lengua materna del educando –, crearon por un lado, un ambiente favorable al multilingüismo y multiculturalismo que prevaleció hasta la década de los ochenta, pero por otro, acrecentaron la inconformidad de algunos grupos estadounidenses ultraconservadores. En ese contexto se creó en 1983  el movimiento English Only fundado por el entonces senador federal Samuel I. Hayakawa, republicano de California,  y dirigido hoy por Mario Mújica, descendiente de inmigrantes japoneses, el primero, y chileno por nacimiento, el segundo.  ¿Cómo ven?. Muy representativos ambos de la sociedad dominante, ¿no?

Este movimiento, también conocido como U.S. English, ha impulsado sin éxito varias propuestas de ley presentadas en el Congreso de Estados Unidos para imponer el inglés como lengua oficial en EUA. Pero, en las últimas tres décadas, sí han logrado que las legislaturas de 31 estados y algunos gobiernos locales hayan aprobado medidas que han hecho del inglés la lengua oficial de sus territorios, aunque en algunos esto sea letra muerta.

Ahora esta discusión ha vuelto a ganar fuerza. Qué paradoja que este debate tenga lugar en Estados Unidos:  en un contexto de creciente globalización; con 55 millones de hispanos que han logrado presencia e influencia en todos los ámbitos de la vida estadounidense y que han hecho del español  la segunda lengua con mayor número de hablantes en Estados Unidos; y un país en el que los centros de lenguas extranjeras en las universidades gastan millones de dólares en la enseñanza del español para más de ocho millones de sus estudiantes – según informa el Instituto Cervantes- , y donde las grandes corporaciones compiten por una tajada de los 1.5 billones de dólares que consumen los hispanos anualmente, atendiéndolos con estrategias de mercadotecnia en español. ¿Cómo es posible que algunos grupos de estadounidenses quieran desconocer esta realidad? Una realidad que es parte de su realidad, de esa realidad que el mandatario Trump quiere desconocer, con lo que ha legitimado los ataques frecuentes que varios de sus seguidores han realizado contra algunos hispanoparlantes, no sólo inmigrantes, sino estadounidenses por nacimiento,  por hablar español en público, con sus familias, sus amigos, con sus votantes o potenciales votantes. Lo que olvidan Trump y sus seguidores ultraconservadores es que    la realidad no se cambia por decreto, ni por ley alguna.  Pero ellos seguirán insistiendo en hacer del inglés la lengua oficial.  Sí, no cabe duda: “de que los hay, los hay…” como decimos en México.

 

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