El Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, continúa en su empeño de deportar a inmigrantes indocumentados, muchos de ellos mexicanos, y además, mantiene su amenaza de dejar sin efecto la orden ejecutiva del ex presidente Obama conocida como DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia) a la que se acogieron 752,000 jóvenes, los llamados “Dreamers”, que emigraron con sus padres indocumentados siendo niños.

Esto último constituye una posibilidad de que en los meses por venir se reincorporen a México muchos de estos jóvenes –alrededor de 580 mil- , según datos del Pew Research Center. Asimismo, Trump puede cancelar otra orden ejecutiva de Obama, la Acción Diferida para Padres de Estadounidenses y Residentes Legales (DAPA) , que amparaba de la deportación – por tres años, al menos- a alrededor de 5 millones de indocumentados, entre ellos, la mayoría mexicanos, si entraron antes del 2010 y tienen al menos un hijo o hija nacida antes de noviembre de 2014.

Dreamers

Dreamers

He insistido en este espacio que, ante este escenario, los mexicanos “de acá de este lado” debemos prepararnos para recibirlos solidariamente. Entre otras cosas, tendremos que entender por qué muchos de los dreamers y de los niños estadounidenses que regresen a México siguiendo a su padre o madre que sea deportada, no hablan español.

Les explicaré la razón, ya que seguramente ustedes se han encontrado en algún momento con un mexicano que creció en Estados Unidos o con un mexicano-estadounidense que no habla español o no lo habla con fluidez. Y seguramente les ha causado extrañeza, si no es que desdén. Hay quienes piensan: “Míralo, más mexicano que el nopal y que dizque sólo habla inglés”.

Pues resulta que durante 120 años, se restringió en forma total en el ámbito escolar estadounidense el uso de un idioma distinto al inglés. Fueron años de escarnio y ultraje, años en los que a los niños hispanoparlantes se les hacía sentir vergüenza de su lengua y de su herencia cultural y en los que muchos fueron calificados como de lento aprendizaje, lesionando su autoestima y su motivación por el estudio. Incluso, eran castigados en las escuelas por hablar su lengua materna. Parafraseando un dicho mexicano: “el inglés con sangre entra”.

El caso que hoy les presento ejemplifica lo anterior:

Era una tarde de septiembre de 1960. Joel, hijo de mexicanos, nacido en el mero corazón del Valle de Texas, fue llamado por su madre, doña Lucha, quien le sentó sobre su regazo y le dijo:

– Mira Joel, mañana es un día muy especial, tu primer día de clases. Al principio te vas a sentir extraño, a todos los niños les pasa. Pero te vas a acostumbrar y aprenderás mucho. Y, ¿sabes?, vas a aprender inglés. Sí, en la escuela te van a enseñar. Ahí todos hablan inglés y como eres un niño muy listo lo aprenderás muy rápido.

– Pero, mamá, ¿cómo voy a entenderles?. Mejor no voy. Mejor enséñame tú.

– No, Joel, ni tu padre ni yo hablamos inglés. Te hemos enseñado a leer en español, y hasta ahí. Pero mira, te escribí en estos papelitos algunas cosas en inglés para que las leas. Cuando llegues, debes saludar y dices esto. Cuando te pregunten tu nombre, lees éste. Si tienes que ir al baño, pides permiso diciendo esto; y este otro por si no entiendes la tarea.

Niños hispanohablantes en EEUU

Niños hispanohablantes en EEUU

Joel no concilió el sueño esa noche. Temía ir a la escuela. Por supuesto, a la mañana siguiente, bien bañado y estrenando toda la ropa que doña Lucha le había comprado para ese día tan especial, recibió la bendición que su padre le dio junto con una palmada en la espalda, y caminó llevado de la mano de su madre hasta la puerta de la escuela.

Se puso en un bolsillo diferente cada papelito que le había dado doña Lucha uno, en el de la camisa; otros, en las bolsas del pantalón; otro más, en la chamarra… nomás que cuando los usó no supo cuál era cuál. Todos se rieron de él. Y no sólo el primer día de clases.

Antes dicharachero y alegre, aquel chiquillo se volvió receloso y callado.

Pero doña Lucha tuvo razón. Joel era un niño muy listo.

Mientras vivía esa dolorosa experiencia, él decidió aprender inglés y dominarlo mejor que cualquier anglosajón.
Efectivamente, desde aquellos años en que la máxima pedagógica era “nadas o te hundes”, Joel nadó y nadó hasta que concluyó…su doctorado, y nada menos que ¡en lingüística!

Junto con el trago amargo de cada día durante -dice él – tres largos años por lo menos, sus primeros en la escuela, Joel adoptó también otra decisión: nadie ni nada le arrancaría su idioma materno, el español.

Así fue, Joel habla el español tan bien como cualquier mexicano; y si algún acento tiene, es el de los norteños.
Su primer día de clases y los subsecuentes, hasta que aprendieron inglés, los vivieron en forma más o menos similar a Joel todos los niños hispanos, mexicanos, o de origen mexicano, que fueron a la escuela antes de 1968.

Ese año, la lucha del Movimiento Chicano por lograr la igualdad de oportunidades a que tienen derecho, incluyo una fuerte batalla contra la educación integracionista que no consideraba las características particulares de los niños y jóvenes latinos. Así, se logró la aprobación del Acta de Educación Bilingüe, que enmendó la Ley de Educación Elemental y Secundaria, para autorizar la educación en la lengua materna del alumno, fuera ésta el español u otra, mientras se le enseñaba inglés.

Esto fue un avance significativo, pero la situación educativa de los mexicanos y mexicano-estadounidenses, junto con el resto de los latinos en Estados Unidos, aún resulta desventajosa.

Y no todos los niños han sido tan exitosos como Joel: muchos, miles y miles, antes y después de Joel, dejaron la escuela y muchos, muchos, sólo hablan español en su casa. No es su lengua culta, no es en la que escriben, la manejan sólo oralmente, y sí, con imperfecciones.

Espero que este caso les permita entender las razones por las cuales muchos mexicano-estadounidenses, o mexicanos que emigraron con sus padres a temprana edad, los llamados Dreamers, no hablan español, o bien lo hablan con ciertas deficiencias.

Aún más, espero que cuando encuentren a uno de ellos y éste se esfuerce por hablar español, le manifiesten su admiración por haber conservado, pese a todo, su lengua materna en aquél, el México de afuera.

 

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