Los días de Manuel Gil estaban todos teñidos de un color, “El marrón”, el color que lo acompañaba en su sufrimiento y en el día a día de su triste vida.

marrones-04Abandonado por su mujer, la misma que había hecho de él un cornudo y algunas otras cosas peores, ya casi no tenía otra vida que la laboral, bastante frustrante también, con interminables horas encerrado en aquella oscura oficina, casi sin ver el sol, rodeado de papeles que se acumulaban a su alrededor, viviendo con la presión de su jefe, déspota y despreciativo con todo aquel que se acercara a su entorno.

Aguantar estas experiencias sin decir esta boca es mía, eran las que habían hecho de Manuel un hombre prematuramente envejecido, haciéndole lucir unas permanentes ojeras, además de cubrir su cabello, negro en otros tiempos.

marrones-05Sólo tenía 40 años, pero su aspecto físico pareciera la de un hombre mayor.

Manuel se daba cuenta de que su vida era casi la de un esclavo, casi siempre en casa o trabajando, tragando horas extra a destajo, casi sin vías de escape, a excepción de los partidos de fútbol, especialmente de su querido Barcelona F.C, que contemplaba en los bares, que era lo único en lo que podía decirse que descargaba algo de adrenalina. Sólo en esos momentos parecía sentirse un poco vivo, sin temer levantar la voz, casi sin inhibiciones. En esos momentos se sentía hasta liberado de la gran carga que arrastraba.

Quizá no fuese la mejor forma, pero no sabía que otra cosa hacer para evitar seguir quemando la vida entre montañas de expedientes por solventar, en su diminuta y anodina oficina, en la que se sentía cada vez más angustiado, sin tan siquiera haber tenido la oportunidad de obtener un ascenso significativo, ni un aumento de sueldo decente en los 14 años que llevaba en su empresa.

Seguía aguantando como podía la soledad de su hogar, y el opresivo ambiente laboral en el que se movía, un día tras otro. Pero las cosas se estiran sólo hasta llegar a un punto de ruptura.

En uno de esos días en los que Manuel había tenido que quedarse a hacer sus odiosas horas extras, por necesidades del servicio de la empresa, Manuel maldecía para sus adentros, pues se estaba perdiendo un partido de liga importante que jugaba el Barcelona. Aún le quedaba mucha tarea por delante, de modo que lo único que pudo hacer fue echar mano de la pequeña radio que tenía en un cajón de su mesa para seguirlo. No era lo mismo que por televisión, pero así no perdería el hilo.
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Llevaba apenas diez minutos con la radio encendida, y parecía que escuchar el partido le daba velocidad a su ritmo de trabajo, rápido pero sosegado, cuando en ese momento una presencia le sobresalto:

—¿Qué coño crees que es esto Gil, una taberna de barrio?

—Esto es un centro de trabajo.

—Apaga eso de inmediato, no se te paga para escuchar partidos de fútbol.

Era su jefe, Voz de pito, que apareció de improviso. Manuel se asustó, creyó estar solo en la oficina. Manuel obedeció por la fuerza de la costumbre, pero le parecía injusto. En cuanto apagó la radio, su jefe se metió en su despacho sin encender la luz. Manuel dejó de trabajar, no aguantaba más, estaba harto de aquel y se lo iba a hacer saber enseguida, aún a riesgo de poder perder su trabajo. Se levantó de su asiento, y con paso firme fue al despacho de su jefe.
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Abrió sin molestarse en picar y se encontró con una escena que no se esperaba en absoluto. Su jefe con los pantalones por los tobillos en un encuentro pasional con su secretaria. ¡Por eso no encendían las luces! Sin pensárselo, sacó el móvil y les hizo un par de fotos. Aquellos dos estaban tan concentrados en sus horas extras particulares, que no se habían dado cuenta aún, hasta que el propio Manuel rompió el silencio.

—Eh, vosotros, que esto es un centro de trabajo. ¡No se os paga por follar en la oficina!

Las caras de terror de los dos, pillados in fraganti, no tenían precio. Las amenazas que “voz de pito” profirió, esta vez no hicieron mella en Manuel, que sabía que por vez primera tenía la sartén por el mango, y no pensaba soltar el mango, esta era su ocasión de limpiar de mierda su vida, y vaya que si lo iba a hacer.

Dos meses después, Manuel se incorporaba al puesto de “Voz de pito”, que había pedido traslado voluntario a una sucursal en Albacete. La secretaria, había cambiado de empleo, ahora trabajaba en una tienda de muebles, que, por cierto, se le daba mejor que las tareas administrativas. Manuel, ahora ya casi no hacía horas extras, no lo necesitaba, pero si alguna vez decidía hacerlo, en su despacho tenía una pequeña televisión con la que disfrutar los partidos del Barca.

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