Con tanta fuerza cegadora, los rayos oblicuos de la luz solar, iban incidiendo por todos los volúmenes del esplendente claustro románico del monasterio de Santo Domingos de Silos, considerado como una de las joyas de Castilla y León, alzado a lo largo de tres etapas constructivas, que se correspondían a los siglos XI, XII y XIII, caracterizándose, ante todo, por diversas ejecuciones arquitectónicas en todos los elementos correspondientes a sus columnas, como las basas, el fuste y el capitel, así como en la composición icónica de todos los relieves, hechos en todas las esquinas y que escenificaban ciertos pasajes alusivos a la vida terrenal de Cristo, que desde la dirección este hacia el oeste, iban indicando: el Pentecostés, el Santo Entierro, el Descendimiento de la Cruz, el Encuentro de Emaús, las Dudas de Santo Tomás, la Anunciación, el Árbol de Jesé, y la Ascensión. Era de facto un importante elenco, en donde muchos de ellos tenían cierta influencia mudéjar, aglutinando desde el hieratismo de las más antiguas tallas románicas, hasta llegar por fin a la tan refinada estilización de la escultura gótica creada durante el siglo XIV ¿Qué hacía él en tan magistral claustro?  Enmarcado por un llameante y tan emblemático ciprés, en donde buscando el mejor encuadre, iba sacando una foto de contenido artístico, a blanco y negro, a fin de subirla posteriormente a la red social de viajes TripAdvisor, a fin de ensalzar la autentica maravilla de este claustro románico, en donde enseguida su curiosa mirada se daba cuenta de un hermoso artesonado mudéjar, que cubría el claustro bajo, siendo incluso más interesante en términos históricos, pues reproducía ciertas escenas de la vida cotidiana de la pretérita Castilla medieval, en donde la tan solida piedra actuaba como un determinado valor didáctico y admonitorio, siendo guardado para los grandes mensajes dogmáticos, y sobre la madera, que era un elemento mucho más vulgar, recaían todas las funciones testimoniales de aquella antepasada época. Cruzaba él incesantemente grandes superficies de secano, cultivados de trigo y cebada y donde había tantas hectáreas de viñedos,  flaqueando los márgenes del río Duero, cuya altitud de aquellos viñateros pagos, confería una determinada finura y longevidad, a sus tan deliciosos vinos, que eran, ante todo, rosados muy aromáticos y afrutados, habiendo también muchos tintos, considerados como los más afamados, debido a la estilización de su tan peculiar sabor y su progresiva mejoría, que experimentaba en botella.  Sin cualquier descanso y tras indómitas andanzas, ya iba él paseando, por las calles de tan bella ciudad de Burgos, deambulando precisamente por el Arco de Santa María, que tenía un aspecto de fortaleza y cuya traza actual se correspondía con las obras arquitectónicas realizadas por  Francisco de Colonia y Juan de Vallejo, en 1536, a fin de apreciar, in situ, a la mayestática Catedral de Burgos, excelsa joya del gótico, considerado el monumento burgalés por excelencia y que con solo mirarla, se advertía un rico mestizaje de tantas formas arquitectónicas, porque habían ciertas influencias francesas, alemanas y flamencas. Se encontraba ella, ufanamente, alzada, sobre una terraza abalaustrada, cuya Puerta Real estaba custodiada por los excesivos volúmenes de las dos grandes torres laterales de 84 metros de altura, en donde el mayor interés concitaba en su tan refinado friso gótico, ubicado sobre la ojiva de un magnífico y traslucido rosetón.

Mundo paralelo- realzaba el instrumento más complejo e imprevisible de que se ha dotado el ser humano, pues de la garganta de Sor Keirouz, salían a raudales, interpretaciones musicales que recreaban diferentes situaciones anímicas de ciertos textos sacros- de la esperanza de la Natividad, a la alegría de la Resurrección, enaltecidos por una sinceridad expresiva arrolladora, justo cuando en sus anadanzas ya iba él dando vueltas y sacando fotos en blanco y negro, a este esplendoroso monumento gótico, transfigurado en una  magistral maravilla ¿Qué veía él a través de tan icónicos encuadres? Las puertas del Sarmental,  ricamente adornadas con un “Cristo en Majestad”, “Los doce Apóstoles”, y también la efigie del obispo Mauricio, y no dejando nunca de deambular alrededor de tan preciosa Catedral de Burgos, fotografiaba a las tan hermosas puertas de la Pellejería, traducido en un conjunto plateresco en torno a los motivos iconográficos de la Virgen y el martirio de los Santos Juanes, siendo considerado un original de Juan de Colonia, llegando por fin a las puertas de la Coronería, para sacar otra foto a blanco y negro, dándose cuenta a través del encuadre que había una representación icónica alusiva al Juicio Final, justo en su tímpano. En un ápice, ya en el interior de la nave monumental, se detenía él en la imponente capilla del Condestable, ubicada en la girola de esta tan suntuosa catedral, construida en el siglo XV, por Simón de Colonia, para Pedro Fernández de Velasco, insigne condestable de Castilla. Al salir fuera del recinto catedralicio, para saborear un poco de tan refrescante aire, se fijaba ahora, detenidamente, en un verdeante folleto que señalizaba el Camino Lebaniego, dándose cuenta enseguida que era una peregrinación de origen religioso (Año Jubilar Lebaniego), que se registraba en Cantabria desde tiempo inmemorial, a fin de venerar una reliquia hecha con una porción de madera sagrada de la Cruz de Cristo. Ahora como metafórico  “pastor trashumante”, ya iba él  desde la Meseta hacía el Norte de España, haciendo la ruta de los foramontanos, en sentido inverso, hasta llegar por fin a los confines de tan  soñada e indómita Cantabria, tras haberse internado durante unos 20 km por el colosal tajo del río Deva, deparándose con tan maravillosa iglesia mozárabe de Santa María de Lebeña, fundada en 825 por, Alfonso y Justa, antiguos condes de Liébana, siendo un lugar lleno de simbolismo y espiritualidad, justo cuando esta recóndita zona estaba ya libre de la amenaza que suponían las violentas hordas sarracenas, en donde observaba él detenidamente ciertos elementos del prerrománico asturiano, cuyo templo rectangular era formado por tres naves, y su altar era constituido por una losa de piedra que formaba la parte frontal, ornado con enigmáticos círculos solares de inspiración mozárabe, separadas por pilares que sustentaban arcos de herradura, de clara inspiración califal, apoyándose en tan refinados capiteles corintios. Junto a este maravilloso templo mozárabe, crecían un olivo y un tejo milenario, árbol que también está atiborrado de tan mágico simbolismo:

 

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