A vista de pájaro, voy atesorando tan hermosas fotografías estereoscópicas, de todo el castillo de Alaquás-Valencia, trasmutado, en tan valioso monumento del Renacimiento civil valenciano, habiendo sido declarado patrimonio histórico-artístico, en el 21 de abril de 1918. Posteriormente, a ras del suelo, mi penetrante mirada, de forma secuencial, va sacando más fotografías estereoscópicas, del diáfano patio renacentista, formando un iconográfico  collage, resaltado vivamente por una perspectiva panorámica. Subo ahora, decididamente, por tan sinuosas escaleras, deteniéndome después en su planta principal, para, posteriormente, en picado, volver a sacar, “in situ”, otra serie de fotografías estereoscópicas, de las 275 tipologías de pavimentos cerámicos valencianos, aportando una vívida y diáfana ornamentación, a su tan refinado suelo. Bajo un  simbólico “remolino” de “sui géneris” percepciones sensoriales, en su helicoidal naturaleza multidimensional (…) era cómo si conceptualmente, fuesen esferas de sinestéticos colores, que iban rebotando metafóricamente de forma tan dinámica, alrededor de simbólicas Tierras, Lunas y Soles, (…) en donde, en contrapicado, volvía a sacar otras serie de fotografías del hermoso artesonado, insertado magníficamente en sus  altivos techos. Y continuando a subir, sacaba, otra vez, más fotografías estereoscópicas,  que en términos de fenómeno fotográfico, se traducía en que las dos imágenes similares puestas en un vidrio, que al verse a través de un dispositivo especial, quedaban sobrepuestas, produciendo un impactante efecto similar a las tres dimensiones, resaltando, de esta vez, las diversas salas polivalentes, debidamente preparadas para conferencias, hacer exposiciones y poner en práctica ciertos eventos culturales.

 

En otra dimensión (…) ocurría mágicamente en auditivos alvéolos mágicos, que era producido por el sonido electrónico de índole retro-futurista, en donde el libro 7 de los madrigales de Claudio Monteverdi, eran sampleados con la cantata BWV 147, de Johann Sebastián Bach, acompañando, simbólicamente, por un movimiento de cámara a 24 imágenes por segundo, a través de una panorámica  lenta, deslizándose suavemente por tan nítidos “grafittis” náuticos, pintados durante el siglo XVII y XVIII, siendo proyectados de forma subjetiva, en alargada y blanquecina pantalla triple. Se oía también el sonido constante de sucesivas olas, emanadas cíclicamente por tan sobrecogedor e infinito océano, a fin de se dar énfasis al  incognoscible gradiente gravitatorio. Era justamente cuando me encontraba personalmente en su terraza superior, a fin de participar en el taller literario a cargo de MJ. Arroyo, en donde serían abordados diversos temas, como la prosopografía, la etopeya, los monólogos, la descripción directa e indirecta, el narrador omnisciente, en primera y segunda persona, los ensayos expositivos y argumentativos y por fin el género epistolar. Esta docente de literatura, me propone como ensayo expositivo, “La plateada Luna y sus efectos en los seres humanos y en las mareas vivas”. Padezco, inmediatamente, de un tremendo bloqueo, porque casi siempre iba mentalmente por cierto “derrotero” filosófico-científico. En el mismísimo proceso de creación literaria, me asaltaba de forma intensa, la creación de un relato, protagonizado por tan entrañable personaje histriónico, que personalmente denomino “El Perro de la Luna”.

 

En mi genuino Cuerpo de Percepción, ocurría una tan ágil sobreimpresión de ciertas imágenes metafóricas, en donde inmediatamente expresaba el siguiente flujo narrativo: la negruzca oscuridad iba siendo dueña  de forma paulatina, de tan diáfana atmósfera minimalista, en donde el contraste cromático entre luz y sombra, se iba tornando cada vez más mortecino, a través de imaginarias intersecciones coloristas, en el cual, simbólicamente, nuestro entrañable protagonista se iba “perdiendo”, en tan imponente y etérea masa telúrica, de una tan alargada cadena de altas montañas, de ascendentes “Rodeos”, pues él “El Perro de la Luna”, rodeaba sin nunca parar, unas veces haciendo zigzagues, por sus divagaciones oníricas, otras veces, rodeando  de forma tan lineal, gozando de unas etéreas cumbres y de sus imborrables y sensitivos paisajes (…) era cómo si pudiera tocar con sus tan delicados dedos, a la modulante e inmaculada formación de tan blanquecinas nubes, siempre en constante modulación, siempre en constante mutación, siendo arrastradas por los incesantes tipos de vientos.  Y llevaba él en su apasionada y coloreada mochila,  un telescopio reflector, un ordenador portátil y un tambor llamador, que producía tantas cadencias monorrítmicas (…) en donde la propia música, si pudiera fundir con tan rítmica danza, bajo el resplandor de una inmensa cúpula de estrellas, justo cuando ya iba apareciendo por detrás del suave perfil orográfico, el romántico haz tamizado de tan argentinos claros de luna, que en sus 28 estaciones, se encontraba, de aquella vez, en fase de cuarto creciente, sintiendo él un intenso fulgor interior, que enaltecía deliciosamente toda su sensibilidad estética y ética, en donde inmediatamente cogía su ordenador portátil, empezando a teclear un e-mail de género epistolar, muy inspirado por su musa Selene, yendo susodicho e-mail dirigido a su tan preciado amigo, existencialmente, situado, allá, en las antípodas de la propia Tierra.

 

 

 

Sigue leyendo a José Manuel da Rocha

 

No Hay Más Artículos