Inmersos en un laberinto, cuya salida aún no vislumbramos, nos asalta el deseo de escribir cualquier pensamiento que nos llega, para cumplir con la disciplina del escritor de hacerlo diariamente, o tal vez, para demostrarnos a nosotros mismos que  las vicisitudes que nos acogotan tienden a ser superadas cuando dedicamos el porcentaje acostumbrado de nuestra atención al mundo que abrimos y donde somos felices, a ratos.

¿Pero es una idea aceptable el escribir en un tiempo crítico, si cabe el término, cuando todo el mundo busca la mayor información acerca de la amenaza viral que se ha montado sobre el planeta?

Lo más prudente sería decir que no, que debemos dedicar toda nuestra atención en lo que nos ocupa como ciudadanos, porque, a fin de cuentas, aquello que escribamos y propongamos al lector como medio de entretenimiento, no llegará a un lector apaciguado y con deseos de pasar su rato en una lectura que no lo deje al final con más inquietudes, sino que todo su sentido de ciudadano preocupado girará en torno a todo aquello que toque el tema del covid- 19, que así lo identifican desde el punto de vista técnico, para emplear términos acorde a la situación presentada.

Entonces, ¿para qué escribir y para quiénes hacerlo?

Bueno, la pregunta nos da pauta para intentar buscar  algunos senderos que  nos pongan en el camino de la creatividad, si bien, el ánimo nos impulsa a hablar sobre lo que nos está agobiando, el sentido común nos indica la posibilidad de tocar temas que distraigan, ojo, sin perder la perspectiva de las cosas de una realidad  angustiosa.

¿Hablar sobre el destino del hombre como hecho establecido de manera singular y de forma plural, cuando se trata de la humanidad, obligada prácticamente a sufrir por esta nube oscura y acechante que se posa sobre su cabeza sin querer moverse y se empeña en desgajarse sobre ella, atacándolo en lo más profundo de su organismo?, ¿ hablar sobre un ente invisible, diminuto, incapaz de sobrevivir por sí mismo que podría llegar a ser lo que acabará con la raza humana?, veamos,¿ no fue un meteorito gigantesco el que acabó con el dominio de los grandes reptiles?, ¿una enorme bola de fuego que, a decir de los investigadores de la ciencia, cayó frente a la Península de Yucatán, en México, en el mar Caribe?

Resulta paradójico que un ente que no se sabe con certeza si es un organismo vivo (valga la redundancia), o una estructura dependiente de un huésped para “sobrevivir” y replicar su hebra de ARN (según los expertos, este es el ácido que posee), sea el que arrasará con la raza humana, la especie dominante en este inicio del siglo XXI. En realidad, son muchas interrogantes que se nos vienen al momento y podríamos ir desmenuzando para tratar de responderlas con la mera suposición del aficionado y del conocimiento empírico que dejan estudios sin orden académico.

Pero en la necesidad de conocer todo y de todo lo que nos rodea, puede que encontremos criterios sustentados en el pensamiento científico acerca de lo que se nos presenta diariamente.

Desde siempre, desde que el hombre en sus inicios se organizó como comunidad, estuvo pensando en su final como humanidad, algo curioso, pero el temor ante las fuerzas poderosas de una naturaleza enseñoreada y manifestándose en toda su dimensión, tuvo que haber provocado una angustia permanente del incipiente patriarca y de los combativos hombres jóvenes que veían un mundo cambiante que no daba tregua para vivir con algún sosiego  ni, mucho menos, tranquilidad. Las condiciones iniciales, en pleno reacomodo del planeta, tienen que haber sido terroríficas, por decir lo menos, y el temor de sobrevivir ese día con lo que presentaba la naturaleza, unido al ataque de fieras que deambulaban en busca de su presa y de establecer territorio donde no había otro asentamiento, estaba fuera de toda proporción, de manera que, desde sus inicios la organización de las comunidades y asentamientos, pasando el conglomerado humano a ser un grupo establecido en un orden y lugar determinado, estuvo sometido a situaciones peligrosas ante otras poblaciones de especies organizadas en comunidad que veían a aquel ente recién llegado como un peligro real, desde su punto de vista, para tomar posesión como la nueva raza dominante de los espacios abiertos como una palma de mano que se estiraba hasta el infinito.

Pero estas situaciones lo llevaron a pensar que sobre su capacidad de luchar por su supervivencia tenía que haber un ente poderoso, superior a sus fuerzas que había organizado el mundo inquietante donde vivía y que ese ente lo había colocado allí para establecer sus dominios sobre las demás criaturas que iba conociendo, pues, ninguna de ellas lo superaba en astucia y en inteligencia, a juzgar por la forma de comunicación establecida y a pesar de ser un medio rudimentario de llevar a efecto.

Tal vez, este pánico ante la oscuridad que lo llevaba a elevar su vista hacia el cielo infinito colmado de estrellas, porque le hacía ver que allá arriba reinaba un mejor orden de las cosas, dio pie al nacimiento de una veneración al ente superior y se establecieron las bases de una incipiente religión. De tal manera que ante lo grande que le quedaba el mundo, el hombre puso su fe hacia lo Inconmensurable y esto, es algo que pudiera ocuparnos un rato, para  pensar así ante lo que  se cierne sobre la comunidad mundial, valga el término, y que no ha mostrado su lado más crítico todavía.

¿Pero es el único camino que le queda al hombre de hoy, con todo su desarrollo tecnológico y avance científico?

No, desde luego, pero nunca está demás creer que somos seres espirituales, en comunicación energética, como chispa divina que lo une al Creador de todo el Universo, y ante ello, reconocer su humildad de ser uno más de todas las criaturas que deambulan por un mundo insignificante ante el medio interplanetario circundante, ante su estrella guía de cada amanecer.

El hombre buscará por todos los medios que sus conocimientos científicos y tecnológicos alcancen la cura para el mal que lo apabulla, buscará  vencer a este poderoso enemigo que se ha venido contra él, en un avance de proporciones espeluznantes y lo logrará, aún a costa de muchas vidas truncadas, de muertes inesperadas, de partidas definitivas prematuras, pero vencerá porque su llegada al planeta no ha alcanzado el pico más elevado de su dimensión como ente dominador en la historia natural del mismo, pero sobre todo, porque a la par de sus conocimientos académicos irá el reconocimiento a la Conciencia que rige el Universo, como el Dios Infinito e Inconmensurable que guía su destino y no será un virus el que romperá esa Alianza; la Alianza Eterna de la que hablan los Libros Sagrados. Que así sea.

 

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