Desde hace ya bastante tiempo, no he podido volver a la isla de Margarita, a pesar de haber hecho de ello, una costumbre anual, como también lo hacía mucha gente. Recuerdo que, entre tantas actividades por hacer, nunca faltaba la visita al Santuario de la Virgen del Valle.

La razón no la sé con certeza. Tal vez haya sido, porque allí se respiraba un aire lleno de espiritualidad que se podía sentir si íbamos con la disposición de hacerlo. Hay allí un halo de misticismo flotando en el ambiente, como si se tendiera un manto de suaves ondas que nos invita a guarecernos. Como lo haríamos al paso de una llovizna tenue.  O tal vez sea por alguna ráfaga de energía positiva que se desprende desde lo alto, donde está la venerada Imagen de la Virgen del Valle.

He escuchado de otros lugares donde el visitante, peregrino, lo llaman, siempre buscando la senda espiritual que lo oriente a la Verdad, busca estos espacios para calmar un poco su angustia existencial y sentir algo de paz y recoger restos de estelas de sabiduría que antiguos maestros dejaron a su paso. El Camino de Santiago que lleva por el noroeste de España, hasta Compostela, en Galicia, es uno de ellos. Estos pasajes sostienen halos de misticismo que alimentan nuestra espiritualidad para enfrentar los hechos diarios que nos agobian en continuas ocasiones.

Recuerdo asimismo que, cada vez que regresaba de esas visitas, cuando el buque transbordador se adentraba en el mar, borrándose en el horizonte marino el relieve costero de la isla, respiraba pausadamente, cerraba los ojos y dormitaba. Y entre sueños y vigilia, llegaba a la convicción de que hay “Algo” por sobre nuestra limitada existencia humana que está allí, en esos ámbitos, esperando que lo sintamos. A tanto tiempo, repito, creo que sigue siendo válido hacer el esfuerzo y peregrinar a estos santuarios, como este del Valle del Espíritu Santo, en Venezuela.

Digo, para sentir ese misticismo. A veces, muchas veces, se hace necesario, para tomar impulso y seguir. Seguir.

 

 

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