Mientras transcurre el tiempo desde que se declaró la pandemia y la vida se nos detuvo de manera abrupta y tuvimos que echar para adelante sin poder tomar impulso y sin saber con certeza hacia dónde se reorienta el sendero que se nos perdió en esa bruma imprevista, vemos con cierta amargura que tal vez  fue que se nos acabó finalmente la extensión de ese sendero que creíamos nos llevaría a un retiro sereno y tranquilo, con la mirada altiva,  satisfecha por el equilibrio dado entre lo que logramos y lo que pudimos lograr a lo largo de esa vida andada.

Sin embargo, esto no ha sido así. En todo este tiempo ingrávido, flotante, carente de alternativas, como no haya sido la incertidumbre y la angustia por lo que bulle en el ambiente enrarecido, no exento de pensamientos que rayan en lo absurdo,  la llegada de ese enemigo invisible, perforador de sueños y aguijoneador de realidades que nos mantienen en zozobra, sumergidos en una modorra, bamboleándonos como las boyas de altamar ante unas olas de desesperanzas cada vez más atrevidas, la atribuimos a quién sabe cuántos hechos que contribuyeron a traer a este plano real, la presencia de este virus maldito que penetra y penetra hasta la conciencia, para lograr hacernos sentir, poco menos que culpables a todos los seres vivos de su llegada y arrase de todo cuanto existe.

Ahora, y,  para colmo, ante la creación de un antídoto, un escudo protector que sale a hacerle frente, diseñado y completado en su composición estructural bioquímica, para contrarrestar sus efectos, resulta que, no todo lo que ha podido producirse en los laboratorios de las grandes industrias  del ramo medicinal, está comprobado como seguro en su efectividad, sobre todo, para los adultos mayores y esto nos deja a la intemperie y de costado, en aquellos países que han adquirido estos productos  o están por adquirirlos sin poder guarecernos ante esta avalancha que se nos viene encima y que representa la presencia campante de este indeseable  ¿Y entonces que sucederá con aquellos que no podamos vacunarnos, ya sea porque no hay seguridad  si llega a presentar efectos secundarios  o porque alguien tiene que sacrificarse en aras del avance y permanencia de los que la sociedad todavía considera útiles en un mundo cambiante de manera veloz por el avance de la ciencia y la tecnología? ¿Y dónde dejamos la experiencia de enseñar el sendero a quienes siguen nuestras huellas?

Muy a mi pesar, me remonto a una película entre los sesenta o setenta del siglo XX, “Cuando el destino nos alcance”, protagonizada por Charlton Heston, creo, en donde la trama planteaba que, al no haber posibilidades de atención prioritaria para los adultos mayores, ancianos que se nos dice, se les  sacrificaba con una inyección letal o unas cápsulas, si mal no recuerdo, no sin antes  mostrarles  en vídeo, ambientes naturales, valles, serranías, arroyos, bosques, mares, etc, para que murieran con una sonrisa al  comprobar lo que creían, esto es , que una vez hubo un mundo que presentaba todas estas maravillas. Así estamos los que  empezamos a sentir que caminamos por la tarde de la vida. Pronto nos llegará el anochecer y tal vez, ante la inmensidad oscura que  nos arropará, presintamos que así será el final de ese camino por donde andamos y por donde aún queremos andar.

Por primera vez, el destino es incierto y la pesadumbre se arremolina a nuestro alrededor, como una gruesa soga que nos aprieta cada vez más hasta llegar a sentirnos asfixiados, algo con lo cual se identifica el mayor síntoma de incubación de este agente del mal que avanza como los  taladros que perforan el subsuelo, aniquilando el aire vital y dejando a nuestras estructuras respiratorias, secas, sin  la humedad de ese aire inhalado. Eso es el papel que juega este virus en la urdimbre que nos envuelve.

Y si a ello se une la descomposición social que se ha establecido en cada país por donde va marchando, contribuyendo a una imparable decadencia en todas las instancias de una comunidad, llevándonos a pensar  que ya no hay futuro, como no sea el vivir adherido a un tapabocas  y manteniendo la distancia prudencial con todo el que se nos cruce en el sendero, sintiéndonos aislados dentro de la muchedumbre, cabe entonces preguntarnos: ¿Tiene sentido vivir así? La respuesta es obvia, vivamos como podamos, pero vivamos, porque nadie sabe cuál será su final y no podemos adelantarlo solo porque la nube negra futurista se empeña en estacionarse  sobre nuestras cabezas, para descargarse con alevosía y premeditación, hasta aniquilar nuestra  especie entera y de manera total.  Pero, Aun así, queremos permanecer en el mundo, enfrentando los retos diarios y de diferentes niveles, porque la naturaleza de la especie humana es luchadora desde un principio, cuando se enfrentaba a los peligros constantes a los que estaba expuesto, ascendiendo en la escala evolutiva, por sobre tantas especies que se valían de su fuerza bruta, para sostenerse en la línea de ascenso.

A diferencia de ellos, el humano utilizaba su inteligencia para enfrentar y superar las dificultades, adaptándose a las nuevas condiciones o alejándose si las circunstancias eran insuperables. Hoy, tiene que ser así de igual, de tal manera que los adultos mayores esperamos una alternativa lógica y válida, para superar las dificultades que este nuevo reto nos plantea, porque,  nunca en el girar planetario, el hombre y en este caso, el adulto mayor, se ha rendido. Por el contrario, como decían por ahí, se crece ante las dificultades. Pero el reto tiene que ser por igual para los que controlan y deciden y la comunidad que espera alternativas valederas. Mientras tanto, la edad de las ilusiones se mantiene expectante, porque no quiere perder esa condición que la identifica.

 

No Hay Más Artículos