Al culminar el III Momento del Año Escolar 2019-2020, cierra así el período escolar más atípico de los últimos tiempos, cortado abruptamente por la pandemia del Covid-19, que nos ha tocado llevar desde el mes de marzo, y que nos ha obligado a un confinamiento en casa y a establecer desde allí en una carrera contra el tiempo, todas las estrategias, actividades, metodología, desarrollo y funcionamiento, puestos en práctica,  para darle continuidad al proceso de aprendizaje de jóvenes y niños y con el uso de términos nuevos como internet, digital, On line y otros, poco desarrolladas en profundidad, tanto por los educadores, como, por supuesto, por los educandos.

Independientemente del grado de dificultad que cada ente educativo tuvo que pasar, venciendo imponderables, obstáculos antepuestos ya haya sido de carácter tecnológico, como de otra especie, llámese caída de la energía eléctrica, uso del celular que para docentes de vieja data se presentaba como otra dificultad adicional u otra acción que complicaba la manera de enfocar la clase ante el manejo poco ducho en esos menesteres, cuando no era un celular de poco avance o no inteligente, se logró llegar al cierre con una carga de agotamiento físico y mental, en docentes, padres y alumnado.

Ante todas estas consideraciones establecidas someramente, se hace necesario un análisis de todo este proceso, porque, por los vientos que soplan, lamentablemente, el inicio del próximo año escolar para septiembre, va a estar marcado por las mismas acciones con que se culminó, puesto que no se vislumbra una vuelta a la normalidad en estos tiempos que corren.

Antes de llegar al eje central de toda esta vorágine que nos atacó desde el mes de marzo, el desarrollo del año escolar viajaba en aguas tranquilas relativamente, puesto que las dificultades diarias que se nos presentaban en un año complicado día a día ante la grave crisis económica que nos envolvía, no nos auguraba un futuro prometedor o, al menos, esperanzador de que las dificultades relacionadas con realidades contundentes, como, por ejemplo, la escasez de alimento de sustento diario, la carencia de agua potable, la irregularidad del fluido eléctrico, entre otras  cosas ciertas, pudieran llegar a un punto tolerable que nos diera un respiro necesario para tomar algo de fuerza y enfrentar las otras dificultades no menos importantes, como lo era, la necesidad de traslado al sitio de trabajo ante un sistema de transporte menguado y rendir con la eficacia exigida, incluso, por nosotros  mismos y así cumplir con aquel deber ya legendario por tenerlo tanto tiempo impreso en el alma de los que nos formamos como educadores, porque esa era nuestra misión, cuando nos dimos cuenta de que llevábamos esa vocación pintada en el rostro que para esos momentos se mostraba lozano y juvenil, muy diferente a este de ahora, ajado y surcado por grietas que el tiempo nos fue sacando a tajos a lo largo de la vida andada, y, además, adornado con hebras de cabello gris que hasta el roce de la brisa que lo mueve, se siente como una tromba que nos impacta a su paso.

Los educadores de otrora llegamos a este momento todavía inmersos en aulas de clases e interactuando con jóvenes con una conducta totalmente distinta a la de aquellos que nos tocó formar cuando éramos unos entusiastas por cumplir a cabalidad el papel de docentes que nos había tocado en suerte en aquellos liceos de carácter público por donde transitamos a lo largo de toda la vida profesional.  Eran otros tiempos, eso lo tenemos claro, pero en el intercambio de expresiones relacionadas con la materia que impartíamos estaban envueltos los deseos, sueños, anhelos y metas por unos jóvenes que trazaban su futuro con una precisión admirable y no desistían hasta lograr lo que llevaban propuesto al salir de las aulas de bachillerato. Si bien, hoy en día, también existen y se consiguen jóvenes estudiantes de bachillerato que muestran una madurez bien formada a tan corta edad, con sus sueños de alcanzar una carrera universitaria y abrirse paso en el ámbito social, la gran mayoría viven envueltos en un celular adherido a su sistema mano-oído, como si fuera una extensión de su cuerpo que no pueden dejar de sostener ni por un momento.

Y si ya el dar clases ante esa situación de dejadez y abandono de todo incentivo por la asignatura representaba un obstáculo sumamente difícil de superar y lograr que mostraran un poco de interés hacia lo que se estaba impartiendo

sin olvidarnos de que todo se iba desenvolviendo dentro de un cuadro de crisis  social y económico, todo se vino a agravar con la llegada de esta pandemia que nos ha marcado la vida en lo adelante y tal vez, las condiciones para una normalidad esperada no alcancemos a verlas quienes andamos por un sendero ya trajinado en su mayoría de extensión o ya no podamos adecuarnos a lo que pudiera presentarse a la vuelta de la esquina.

El año escolar, culminó con los actos de entrega de títulos de bachilleres y esos jóvenes a quienes se les hizo llegar ese documento de comprobante estudiantil de una educación media se presentarán con la mirada hacia un panorama futurista que se muestra turbio y deberán avanzar ya no con paso seguro y firme que es como deberían iniciar el sendero universitario, sino tanteando a la oscuridad o a la bruma que ahora mismo se muestra. Pero no queremos ser pesimistas y debemos esperar que la ciencia alcance a superar las dificultades y crear la cura y control de este virus que nos ha obligado a replantearnos las relaciones sociales a nivel mundial y las distintas sociedades y gobiernos se replanteen también que el futuro es una deuda que tenemos con las generaciones que nos siguen y es nuestra obligación el crear caminos de superación para cada uno de estos jóvenes en todos los sentidos.

En lo que nos toca a los educadores por seguir –esperamos que sea por corto tiempo- impartiendo los conocimientos necesarios y utilizando medios tecnológicos que nos abruman, debemos hurgar en nuestros valores de formadores, para estar a la par con los medios tecnológicos y las redes sociales  con las que nos ha tocado consustanciarnos, porque corremos el riesgo de quedarnos en la calzada o en el hombrillo del sendero trepidante y tormentoso de estos últimos tiempos.

Ahora se impone el receso vacacional del mes de agosto, inundado de informaciones de todos los calibres acerca de la pandemia y sus estragos terribles en todo el planeta y en nuestra región particular, por lo que, a la par de extremar los cuidados para evitar el contagio, debemos aprovechar el tiempo inerte de actividades educativas para tratar de buscar o establecer con mayor base las estrategias que dieron mejor resultado en el año escolar terminado y desarrollar nuevas actividades de cara al año escolar venidero y quiera Dios que sea en un momento mejor que el actual y desde donde podamos otear un resplandeciente amanecer y una  normalidad que se plantea no volver a ser la misma de antes para todo el planeta. Que así sea.

 

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