El comportamiento humano deja una estela de situaciones impredecibles aun cuando existan estudios sicológicos que profundizan en la conducta del individuo bajo circunstancias específicas y especiales. Una de esas circunstancias especiales tiene que ver con el medio educativo.
La actitud tomada y mostrada por el educando, en los últimos tiempos, vale decir, en generaciones recientes es la indiferencia hacia lo que se está impartiendo, producto, tal vez, de avizorar un futuro incierto, donde la formación que se está recibiendo no le da la seguridad que necesita tener para enfrentar la vida, cuando tenga que integrarse a la sociedad. Eso, como educador, no lo rebatimos.
Sin embargo, sacarle partido a esos hechos que se muestran cada vez más complejos, establece un reto que a los docentes se nos presenta en cada jornada educativa del día a día.
Cómo enfrentarlos y cómo resolverlos, son planteamientos que nos ocupan lapsos de tiempo importantes, incluso fuera del ámbito escolar que bien podrían tomarse para otras situaciones perentorias, como, por ejemplo, los problemas de carácter socio-económicos que nos acogotan desde que amanece. Y ahondo en ello.
El malabarismo del presupuesto familiar para gastos diarios, nos ha llevado a ser expertos en buscar alternativas inmediatas y de manera determinante, para cubrir esa necesidad. Algo que es fundamental y prioritario, si queremos mantener un precario balance con la dieta alimenticia.
Es obvio que la resolución de este episodio diario es requisito sine qua non, si queremos llegar a nuestros centros de trabajo con la mejor disposición de encarar el proceso educativo que nos ocupe en esa jornada. Así que, todo pasa por cubrir este hecho antes y de manera medianamente satisfactoria del día.
En estos tiempos de ahora, el educador formado en centros pedagógicos de sólido prestigio ganado a lo largo del tiempo, se ha sentido sacudido por una vorágine de movimientos sociales y se ha visto obligado a enfrentarlos, buscando estrategias válidas que lo ayuden a paliar situaciones con las que no ha estado familiarizado.
Si bien el docente en los centros educativos, ha sabido encontrar salidas de emergencia, para actuar en ese preciso instante, no es menos cierto que, el arrollador avance tecnológico puesto al alcance de los adolescentes y aun de niños, como el uso de teléfono celular, pongo por ejemplo, le ha pasado por encima, porque no puede enfrentarse a una herramienta que se ha aferrado al joven, como las rémoras a los tiburones ¿O es al revés, el joven al celular?, con la venia de su representante en la inmensa mayoría de los casos.
¿Es este avance tecnológico un muro que se antepone a la función docente para impartir actividades de clases diariamente?
La acción social donde nos desenvolvemos, ha llevado a cada representante a combinar acciones entre su trabajo, la llevada de sus representados al colegio, la compra del supermercado y las acciones propias del hogar, tratando de rendir el tiempo que parece no alcanzarle. Esto no lo discutimos, pero el proveer al educando, niños y adolescentes de un celular alegando un remedio necesario para comunicarse, determinando la hora en que deba pasar por él, y a la vez, cumplir con las otras funciones que la ocupan, pareciera jugar un rol significativo y tener un peso específico y fundamental en su quehacer diario.
Por lo que sí se muestra como una herramienta distractora de la función docente, para todos los inmersos en ella, puesto que en muchas ocasiones, el educando recibe llamadas en plena labor de clases, alegando que su representante está comunicándose para algún hecho que reviste una importancia singular, capaz de interrumpir la labor en el aula.
Son muchas las distracciones que inducen al alumno a perder la concentración del trabajo escolar, lo cual redunda en un bajo rendimiento y en una escasa asimilación y formación de valores y conocimientos, porque solo le interesa aquello que recibe en su phone.
La interrelación de las redes sociales seguidas con verdadero entusiasmo por jóvenes y adolescentes, ha tergiversado el verdadero rol de un teléfono celular, pues, lo menos que se recibe son comunicaciones entre usuarios, a no ser entre condiscípulos para sugerir entrar a una página que presenta hechos de dudosa reputación para el seguimiento de mentes apenas en formación y maduración.
Pero la lucha sigue a nivel de los alumnos por contar con el celular de mayor desarrollo tecnológico y de gran alcance en cuanto al avance de los mismos.
Tanto así que la renovación del cel, es algo que se impone por la innovación cada cierto tiempo.
Es probable que alguien pudiera sugerir el uso del mismo para contribuir con la actividad de clase por los últimos adelantos y, en ese caso, pudiera justificarse el uso del celular en el desarrollo de la clase, pero de una manera alarmante y en proporción exponencial el interés decae cuando se plantea esta alternabilidad.
Yo espero que esta actitud del alumnado se muestre como un hecho circunstancial, y siendo así, pues, recupere la mesura en su comportamiento o se adecúe para seguir una vía más expedita hacia un futuro más prometedor. Sin embargo, la duda campea por el recinto, porque el avance tecnológico es imparable y quién sabe si más adelante tendremos que lidiar con otros sistemas cibernéticos, satelitales o de comunicación tecnológica
¡O vaya usted a saber cómo se llamarán estos avances! Y habrá que correr a la velocidad de los tiempos. Algo que por condiciones naturales del paso del mismo se me va haciendo cuesta arriba a estas alturas del partido. Quedaría el testigo para otras generaciones de docentes que asuman el relevo.