Los seres humanos, en líneas generales, caminan frente a una meta sostenida entre sueños hacia lo que aspiran, buscando alcanzar el objetivo para un futuro más estable que encierre, además, el significado de estos logros. Esto es, la cristalización de las oportunidades que les muestren el alcance de sus aspiraciones en las áreas y en los pensamientos donde se combinan lo profesional y lo personal de manera armoniosa. En lo profesional, que incluya un trabajo acorde a la formación académica, y que conduzca a una remuneración salarial adecuada, a la consecución de una casa ideal y a la construcción de un núcleo familiar que llegue a estar sólidamente establecido. La vida plena, pues. En cuanto a lo personal, se dibujan ilusiones que, de concretarse, envuelvan ese aspecto profesional, como pudiera ser, por ejemplo, el encuentro de la pareja complementaria, forjada o moldeada de acuerdo al tipo deseado. Ese que siempre se haya aspirado encontrar. El amor, la estabilidad entre lo pasional y lo sentimental, sigue siendo el punto neurálgico de esos logros que permitan la realización total de un individuo.

Pero ¿Se llega a alcanzar todo aquello que nos proponemos? ¿Y cómo reaccionamos cuando no se llegan a cumplir totalmente nuestros sueños? ¿Se aprende a vivir de manera equilibrada, aun cuando no logre todo lo que aspiramos conseguir?

Es de saber que la realidad que se muestra en las actividades humanas, dentro de una sociedad que actúa con un ritmo de vida poco menos que desproporcionado, golpea de manera abrupta y corta aquellos hilos suspendidos donde penden los sueños más sensatos, porque lo que nos sostiene los límites de equilibrio, tiende a escaparse frecuentemente como volutas de humo que desaparecen entre el fondo gris de edificaciones impersonales. En estas situaciones de la vorágine diaria, hay que saber actuar, para no dejarse arrastrar por la ola devastadora de una realidad cruel. Esta desproporción se nota de manera más clara en aquellos individuos que salen a acompañar el sol de un nuevo día con los sentidos tambaleándose entre resbalones, frenazos y claxonazos de una ciudad indetenible. La fragilidad en el comportamiento equilibrado que debemos llevar diariamente, busca mostrarse por la actitud que tomamos, y más, si lo que pensamos concretar choca con una acción de trabajo o línea emotiva que la exponga a la intemperie, desguarnecida de toda coraza protectora tanto en lo emocional, como en lo profesional.

¿Se aprende a vivir sin aspiraciones de alcanzar niveles de vida más estables que el que se lleva, cuando apenas cubrimos las necesidades básicas individuales?

Eso habría que desglosarlo, como si fuesen tiras de carne puestas al sol y al viento, para curarse.

Una persona, apenas alcance su nivel de formación académica en la preparatoria, debe tener un norte determinado a seguir, hasta lograr obtener un título de formación profesional. Lo de la rama escogida, es harina de otro costal, porque si logra empezar a desarrollar la carrera de la disciplina por la que siente predilección, tanto mejor, pero si las cosas no logran darse en lo que se aspira a estudiar, cualquier carrera universitaria a la que se entra, debe entusiasmar al estudiante a la prosecución de la misma, hasta tejer la formación profesional que reviste. Entrar al mundo productivo en las áreas de trabajo y proponerse subir de nivel, de acuerdo a su rendimiento, formación, honestidad y confianza en lo adquirido, abrirá muchas puertas del mercado laboral. Y, quien sabe, tal vez por allí sea por donde se muestre otro sendero que conduzca a la estabilidad deseada por el logro conseguido, aun cuando ese no haya sido el sueño que una vez se mostró entre chispazos adolescentes de emociones iniciales. Eso, habrá que tenerlo en consideración.

 

Nada es lo que se piensa a pies juntillas. Siempre habrá cambios en la ruta trazada, ya sea porque buscamos otro sendero o porque el que estábamos siguiendo se perdía en el trazado borroso que se asoma a la distancia, cuando echábamos a andar por los caminos del desierto, poco más o menos. Vale decir, en un espejismo. No debemos entregarnos ni, mucho menos, aferrarnos a aquello que se transmutó en las bifurcaciones de la senda que escogimos ya de adultos. Debemos aprovechar lo que se nos presenta y hasta tomar las ventajas que pudieran surgir, porque la formación es una esponja que se va empapando y acumula experiencias, como capas de cebollas, incluyendo las lágrimas que pudiéramos soltar cuando vamos quitando una por una. No es lo deseado, por supuesto, el tener que empezar a mirar para otro lado, cuando las cosas por las que sentíamos predilección, se hayan desvanecido o truncado, pero la capacidad de recuperación, de levantarse como el ave Fénix (Suena a cliché, pero es cierto), es un resorte que puede empujarnos por sobre esas circunstancias pasajeras e impulsarnos hasta llegar a otros ambientes más acogedores donde nos esté esperando la realidad de otro sueño genuino que teníamos agazapado. Los sueños entonces, pudieran llegar a ser como las estrellas del firmamento, pues, nunca sabremos cuál es la que nos hará guiños intermitentes, desde lo lejos.

Lo que sí sabemos es que hay una estrella predestinada especialmente para nosotros, por lo que siempre habrá que estar preparados. No vaya a ser que esta sea la noche cuando se asome con sus guiños, ahora que hay cielo despejado.

 

 

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