Revisando con Pedro Téllez (escritor y siquiatra) algunos textos escritos, por distintos pacientes del siquiátrico de Bárbula, en la revista Nanacinder (publicación artesanal impresa en multígrafo creada por doctores, enfermera(o)s y pacientes) se percibía una coherencia bastante extraña. Téllez señalaba que en muchos textos el lector podía sumergirse en esas aprehensivas  y dolorosas visiones  que trataban de esclarecer los laberintos tenebrosos de la enfermedad.

La escritura como terapia, pero a su vez como pesquisa, como gesto creativo al borde de ese abismo donde la luz se enturbia de espejos y repeticiones quedando la palabra escrita como esa voz que busca darle cuerpo a lo incompresible, de aquello que ocurre en ese silencio, lleno de pasadizos y caminos inconexos, de la mente.

Antonin Artaud en algunas cartas le explicaba al director de una revista, que con amabilidad rechazó sus poemas, que sus escritos eran solo una forma para dilucidar su incapacidad para expresarse y que debido a eso sus poemas se armaban (o se creaban) siguiendo unos parámetros bastante ajenos de quien los escribía. Artaud apunta: “El problema para mí no era saber lo que alcanzaría a insinuarse en los marcos del lenguaje escrito, sino en la trama de mi alma en vida”.

El doctor José Solanes, que trató desde el punto de vista médico a Artaud, fue también en parte responsable de la publicación de Nanacinder, y cuyo concepto era más de una revista literaria (incluía poemas, dibujos, cuentos, ensayos) que de una simple actividad de distracción, con fines terapéuticos, para los pacientes. Nanacinder  fue una visualización de lo literario desde ese otro extremo en la cual la mente funciona a otro ritmo, tiene otras fisuras o que contiene una finas astillas incrustadas que alteran su funcionamiento. A su vez fue una manera de percibir y representar  la locura como hecho estético-literario tanto de los pacientes, doctores y enfermera(o)s que en ella escribían.

Puede considerarse a Nanacinder como un respiro en esa zona de asfixia que en definitiva es cualquier siquiátrico. Los pacientes aparte de escribir, dibujar o narrar historias, extraídas de los recónditos pasajes de la memoria, se preocuparon por perfilar una estética de su publicación. Los dibujos de la publicación son un anexo gráfico de la locura. Leyendo Nanacinder el lector descubrirá el drama, pero también tendrá acceso a la estética de la creación literaria en condiciones desfavorables.

Nanacinder tiene la virtud de ser la primer publicación literaria y aunque la Universidad de Carabobo también se encuentra enclavada en Bárbula todavía no editaban sus revistas icónicas  como Poesía y Zona Tórrida, o alguna publicación con en ese perfil literario y académico tan característicos de las universidades.

Nanacinder, dejando al margen su confección artesanal, se convirtió en esa voz necesaria de todo aquel que es recluido, de aquel que es alejado de su entorno vital para se  devorado por el tiempo que gotea, con lentitud pasmosa, en el encierro y  en el silencio; ese silencio horrible y agigantado que parece abarcarlo todo como un sombra acechante dibujada en la pared.

Antiguamente los enfermos mentales formaban parte del folklore y se representaba la locura como una especie de nave libre y sin puerto cierto a la que se le denominaba en latín «STULTIFERA NAVIS». La locura fue representada por el Bosco con unos componentes alucinatorios e imaginativos que subrayaban el horror más que ese brumoso drama de la persona enferma. Escritores como Cervantes y Shakespeare crearon personajes cuya locura tenía una lógica aplastante y de una brillantez insoportable. Camus revistió a su Calígula de una locura metafísica y existencial cuya lógica dejaba al descubierto que la cordura es capaz de los horrores más viles. Por ese motivo Michel Foucault  escribe: “La locura ha dejado de ser, en los confines del mundo, del hombre y de la muerte, una figura escatológica; se ha disipado la noche, en la cual tenía ella los ojos fijos, la noche en la cual nacían las formas de lo imposible. El olvido cae sobre ese mundo que surcaba la libre esclavitud de su nave: ya no irá de un más acá del mundo a un más allá, en su tránsito extraño; no será ya nunca ese límite absoluto y fugitivo. Ahora ha atracado entre las cosas y la gente. Retenida y mantenida, ya no es barca, sino hospital”. Va a ser reducida al silencio, como subraya Foucault, mediante un extraño golpe de fuerza.

Los textos de Nanacinder tiene la virtud de sorprendernos, de sacarnos un sonrisa o de conducirnos a reflexiones abismales. José Carlos De Nóbrega escribe: “(H)ojeando varios de sus números, disfrutamos la lectura de textos imprescindibles en la literatura y sub-literatura de Valencia. El doctor José Solanes publicó sus primeros ensayos en este formato marginal y contracultural, textos que empalmarían con los de sus maravillosos libros “La tarea de las palabras” y “Los nombres del exilio”. La poesía de López Marín vincula el aguinaldo con un surrealismo afín al Bosco y a los cuentos profanos medievales. Pacientes como María Antonia [“Mi cárcel fue el sufrimiento y en la cárcel estoy contenta”] y L.M. escriben sobre la locura entre dos aguas, desde su padecimiento interior hasta la socialización hecha carnaval”.

Por su parte Pedro Téllez ve Nanacinder como una fruta tropical, exquisita y exótica o como él escribe: “En los cuentos, poemas y testimonios del Nanacinder literario, su autores -los pacientes- retratan su aislamiento, comunican su incomunicación, su ensimismamiento, hacen narrativa y poesía de su situación especial, de su forma peculiar de ser en el mundo. Se trata de una laborterapia intelectual y no manual. El espacio utópico de la medicina de los 50 dio paso a un espacio privado, muy privado, de vivencia de la enfermedad. En un borrador, de la presentación de una antología futura de la revista, años después de esa experiencia editorial pedía el Dr. Solanes que: ‘Sepamos descubrir sencillez en lo inusitado y sepamos buscar placer no en la solución de acertijos, sino en la mera comunicación de lo humano’. El texto que motivó el colapso de la revista, pues fue censurada por las autoridades sanitarias, se titulaba Luz, cenizas y espuma, el cual merece estar presente en cualquier antología del cuento venezolano. Del autor solo conocemos unas iniciales, pero su narrativa semejaba peligrosamente a una historia clínica”.

La comparación de la mente con un laberinto tiene ese dejo mitológico que me gusta. Nanacinder podría ser ese hilo, delgado y frágil, de las palabras escritas para encontrar la salida.

La experiencia literaria de Nanacinder fue en realidad sorprendente para la época y si este país no fuese una pantomima hace tiempo hubiese buscado los ejemplares de Nanacinder para editar todos sus números en un libro como un claro favor a la ciencia, a la literatura y a ese silencio enjaulado, sin salida ni oportunidad.

 

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