El futuro del libro como objeto, y por ende de la lectura, en estos tiempos de teleinformática, es una discusión que está en el ambiente cultural y que involucra de manera colateral a libreros, editores, críticos y todos aquellos que somos parte de ese universo del libro, o que somos producto de ese objeto que Borges etiquetó como una prolongación de nuestra memoria e imaginación.

En la literatura de anticipación los libros sufren cambios radicales o se convierten en objetos perjudiciales para una sociedad ideal/virtual que busca la armonía y la felicidad a fuerza de someter a sus ciudadanos a controles físicos y sicológicos bastante oscuros. A estas historias se les denomina distopía,que es lo antagónico a la utopía(retrato de un lugar inexistente en la que la sociedad camina sobre el filo de la perfección).

La utopía fue un invento de Platón, pero Tomás Moro, con su libro Utopía, le proporcionó su perfil inconfundible.

Moro no era un humanista ni nada parecido fue un ser siniestro, un inquisidor despiadado contras aquellos que eran contrarios a los dogmas de la iglesia. Su libro es un catálogo de inhumanidad y abuso de la condición libre del individuo al que hay que someter al todo del Estado para alcanzar la felicidad. Pisotear todos los derechos es el eje central del libro de Moro. No obstante el librodesató toda suerte de libros con un tema similar como La imaginaria Ciudad del Sol, de Tommaso Campanella; Nueva Atlántida, de Francis Bacon, e Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol, de Cyrano de Bergerac. En las utopías el saber tiene una importancia preponderante y es lo que en apariencia permite la armonía social, pro sólo hay de escarbar detrás de esa fachada para descubrir los Gulag futuros.

El destino de los libros en estos universos contrapuestos (de la utopía y la distopía)es realmente inesperado y ocasiones trágico. En el texto “El futuro de las bibliotecas”, de Robert Darnton, éste se pregunta cuál será el futuro de las bibliotecas y se responde:

“Cuando quiero adivinar el futuro, suelo mirar al pasado”

Existe, por ejemplo, una fantasía publicada en 1771 por Louis-Sébastien Mercier dentro de su obra de carácter utópico titulada El año 2440,que tuvo un gran éxito. Mercier se queda dormido y despierta en el París de 2440, setecientos años después de la fecha de su nacimiento. Despierta en una sociedad ya libre de todos los males propios del Ancien régime.En el capítulo culminante del primer volumen de esta obra, Mercier relata su visita a la Biblioteca Nacional. Allí espera encontrar miles de espléndidos libros como los que había en la Bibliothèque du Roi en tiempos de Louis XV. Sin embargo, para su gran sorpresa, sólo encuentra una modesta sala con cuatro pequeñas estanterías. Mercier pregunta qué ha sucedido con el enorme número de libros que debía haberse acumulado desde el siglo XVIII, además de la ingente cantidad de libros que ya existía entonces. “Los hemos quemado todos”, le responde el bibliotecario: “50.000 diccionarios, 100.000 libros de poesía, 800.000 libros de derecho, 1,6 millones de libros de viajes y 1.000 millones de novelas”. Una comisión de sabios los leyó todos, eliminó los que contenían falsedades y mentiras, y redujo las existencias a lo estrictamente esencial: unas pocas verdades y unos pocos preceptos morales universales que caben perfectamente en las cuatro estanterías”. En su disertación Darnton desmenuza un poco ese gran negocio denominado Google Book Search.

Google tiene años creando una base de datos con las copias digitalizadas de millones de libros

provenientes de los fondos de varias docenas de bibliotecas. Este hecho proporciona una visión de cómo leeremos en un futuro que ya nos muerde los talones.

Los nuevos soportes que contienen libros electrónicos (o digitalizados) también proporcionan una vaga idea de cómo serán los lectores en el futuro. Ya no veremos en los transportes públicos a gente con libros, sino con sus dispositivos electrónicos leyendo.

Me producen cierta risa (y hasta un poco de lástima) todos esos nostálgicos del libro de papel argumentando por qué los prefieren: “Los puedo llevar a cualquier parte”, “El olor a tinta y papel es poético”, “Una lágrima sobre una hoja del libro que leemos es distinto a una lágrima rodando por una pantalla”, “Me apasiona eso de subrayar frases, párrafos enteros”, “Necesito doblar las hojas, meterle cosas a los libros entre sus páginas” y otras explicaciones un tanto cándidas.

Tengo malas noticias: el libro electrónico vino para quedarse aunque pasará un largo tiempo antes de que desplace de manera definitiva al libro en papel.

No querer visualizar este futuro responde a que uno como lector debe su poca formación a los libros de hojas y tinta conseguidos en esos azares y sobresaltos de la vida. Robert Darnton ha escrito que su pasión por los libros antiguos empaña un poco su visión del futuro de libros y bibliotecas. Con respecto a esto relata un hecho bastante ilustrativo.

Cuenta Darnton que en su primer año en Harvard descubrió que como estudiante tenía libre acceso a la Biblioteca Houghton (que contiene libros raros y manuscritos). Un poco asustado preguntó por el ejemplar que perteneció a Melville de los Ensayosescritos por Emerson. Enseguida la bibliotecaria le entregó el libro; que tenía muchas notas al margen de puño y letra del autor de Moby Dick.Hubo una anotación de Melville que nunca lo abandonó relacionado con la tempestad. Medio siglo después volvió a Harvard y recordó aquella anotación de Melville. Haciendo un alto en su agenda se encaminó hacia la Biblioteca Houghton; pero dejemos que Darnton cuente este reencuentro: “No es muy frecuente tener la oportunidad de experimentar un déjà vu.Este es el resultado: un pasaje en la página 216 de ‘Prudence’ en Essays:by R. W. Emerson (Boston, 1847), en cuyo margen Melville había trazado una gran X, decía: ‘El terror a la tempestad se siente, sobre todo, tanto en los salones como en las casas modestas. El arriero, el marinero, le plantan cara durante todo el día y, bajo el aguanieve, su salud se renueva a un ritmo tan vigoroso como bajo el sol de junio’. Al pie de la página Melville había marcado otra X y escrito: ‘Menuda tontería le parece esto a quien ha capeado un temporal en el Cabo de Hornos como marinero raso’. La anotación era aun más incisiva de lo que yo recordaba y la sensación que experimenté al sostener en mis manos este pequeño libro de Emerson, encuadernado en tela y que en su día había pertenecido a Melville, fue aun más conmovedora que la vez anterior. Es una experiencia que sólo se puede vivir en las salas de libros raros”.

Por mi parte la versión que tengo del libro Año dos mil cuatrocientos cuarentaes una edición auspiciada por el INBA (Instituto Nacional de Bellas Artes) y la UAM (Universidad Autónoma Metropolitana), la traducción es de Joaquina Rodríguez Plaza. Editado en México, es al parecer la única traducción. Por supuesto que cuando lo leí por primera vez me llamó la atención el auto de fe perpetrado con buena intención que refiere el bibliotecario, pero auto de fe al fin y al cabo. La mención de Darnton sobre el destino de esos libros ha concatenado todo esto.

Digitalizar todos los libros es un poco como quemarlos.

Al margen de si esto es positivo o no sólo abogo por que la pasión por la lectura no se pierda, que el acceso a los libros sea por libre elección y no se encuentre regida por conveniencias del mercado, que al igual que hay bibliotecas públicas gratuitas existan bibliotecas públicas con libros electrónicos a las que tenga acceso todo el que la requiera. Esto quizá también sea una idea utópica, pero el saber y la ilustración siempre se han movido con sigilo y sorteando a los enemigos más conspicuos.

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