Evidentemente que la visita de un Presidente de cualquier nación, a Donald John Trump en la Casa Blanca, salvo contadas y urgentes excepciones, no es algo que se decida de un día para otro, ni siquiera en un mes, por ello es que resultaba casi ridículo, que nos hicieran pensar que Justin Pierre James Trudeau Primer Ministro de Canadá, se pudiera sumar de último momento a la reunión que Andrés Manuel López Obrador y su homólogo estadounidense, tenían concertada para llevarse a cabo la semana que termina.

Lo cierto es que siempre se espera una reunión entre los dirigentes de Estados Unidos y México, digamos es necesaria, en muchas de las ocasiones se lleva a cabo, aún antes de que tome protesta el gobernante que haya sido electo en cualquiera de los dos países, al menos así sucede desde el encuentro que tuvieron Carlos Salinas de Gortari y George Herbert Walker Bush, el 22 de noviembre de 1988, siendo ambos presidentes electos, y nació lo que en su momento se llamó “El Espíritu de Houston”, por la ciudad texana en la que se realizó la entrevista.

Siguiendo estos antecedentes, el encuentro del 8 de julio entre ambos mandatarios, podemos decir, hasta fue tardío,

lo normal habría sido se diera cuando menos hace año y medio, la verdad de las cosas es que la personalidad de los dos dirigentes, así como las posturas que han mantenido a lo largo de sus vidas políticas, hacían complicado pensar en un encuentro, los mensajes que envían a sus respectivos ciudadanos, son absolutamente contrarios al solo pensar reunirse; por una parte la diatriba y la grosería en contra de lo mexicano, donde la construcción de un muro, y el discurso de que todos son violadores y narcotraficantes, no abonan en nada; y por la otra, todos los días repetir, que el neoliberalismo económico es sinónimo de corrupción canallesca, en donde el libro “Oye, Trump” escrito por el presidente mexicano, es solo la punta de lanza, de sus pensamientos e injurias hacia el norteamericano, era tanto como intentar reunir el agua con el aceite.

Sin embargo, la complejidad electoral para quien despacha desde la oficina oval, y la debacle económica en la que está inmerso el proyecto transformador del émulo de Benito Pablo Juárez García, hicieron que la diplomacia lograra lo que se pensaba imposible.

El pretexto fue la entrada en vigor una semana antes, del Tratado Comercial entre Canadá, Estados Unidos y México, por ello es que a los bisoños se les hizo creer que podía incorporarse el líder canadiense, quien no tiene elecciones próximas, y su país tampoco tiene problemas financieros mayores. 

Por las razones expuestas, concretar el encuentro no era fácil.

Sin embargo, en el vecino del norte, un pésimo manejo de la epidemia sanitaria por el COVID-19, la delicadísima situación racial, los conflictos al interior del equipo gobernante, y que, pese al reparto multimillonario de dinero, el malestar en la base votante del gobernante, no amaina, provoca que las encuestas ya reflejen la derrota en la reelección de Donald Trump; en el país del sur, la economía está en una debacle sin precedente en la historia nacional, la inversión extranjera es inexistente, la violencia rebasa con mucho cualquier pronóstico, y sin paragón el narcotráfico reta de manera frontal al Estado mexicano, lo que pone en duda los votos en la elección del 2021, para continuar con el proyecto de empobrecer el país.

Todo lo anterior impulsaron a que el Secretario de Relaciones Exteriores mexicano, Marcelo Luis Ebrard Casaubón, retomara la posibilidad de un encuentro pospuesto,

pero tuvo que hilar fino, al primero en meter al agua fue al twittero embajador estadounidense en México Christopher Thomas Landau, nacido en Madrid, cuando su padre trabajaba en la embajada de su país en España, teniendo su educación primaria en Asunción, Paraguay, para continuar en el seno familiar por Chile y Venezuela, su tesis doctoral en Harvard, versa sobre este último país, por lo que entiende perfectamente la idiosincrasia latinoamericana, y posteriormente pidió el favor a Bernardo Gómez Martínez, vicepresidente de televisa, para que hiciera los buenos oficios con Jared Corey Kushner, yerno, consejero, y amigo principalísimo del Donald Trump, a fin de tener una sesión, digamos pacífica.

Que se dieron mutuamente, aparte de cariño, López Obrador dejó de lado cualquier agravio a la comunidad mexicana, les dijo a sus paisanos allende el río Bravo, que Donald Trump es amigo de México, que nos trata con respeto, y en pocas palabras que es de fiar, digamos que pueden votar por él sin rubores, en agradecimiento al presidente azteca, se le concedió una cena con los empresarios más importantes de Estados Unidos y del mundo, a ellos se les invitó a invertir en México, se les mencionó que la cancelación de los proyectos en energías alternativas, la suspensión de construcciones de fábricas como Constellations Brands y el aeropuerto más importante de América latina, o de las rondas petroleras, eran cosa del pasado.

La única duda de todo ello, es que ambos, dos, no se caracterizan por ser leales a su palabra.

 

 

 

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