Un cuarto rojo, como si estuvieran vertiendo ácido, es la estancia donde me encuentro cuando navego. Me fascina crear infiernos terribles y yo ser el amo de los condenados; me deleita crearlos y ver trozos de carne escurriendo por las paredes. Fumo incesantemente. Mi cuarto se ha convertido en una serpiente azul con cada bocanada. La música suena como un fondo renovador; levanto las manos y siento como si no me pertenecieran porque se elevan, y no puedo hacer nada para detenerlas en su vuelo. Siento la locura impregnada en la ropa. Siento, entonces, que tengo la fuerza necesaria como para matar a alguien, sencillamente, porque se cruzó en mi camino en un momento equivocado. Respiro y creo sentirme vivo de nuevo.

Revisión de Arterias

Revisión de Arterias

Leí ayer un cuento frente a un grupo de narcotizados en el Hijo del Cuervo, uno de los bares más emblemáticos de Coyoacán en el Distrito Federal, México. Subidos en las mesas bailaban suavemente como idiotas mientras les relataba mi historia. Escuchaban atentos. Cuando terminé la lectura me invitaron a fumar un poco de hierba detrás del telón guinda. Sonreí como si fuera superior a ellos, di un par de caladas, y de un trago me acabé mi whiskey. Salí del bar y me sumergí en un andar maligno por esas calles empedradas. Me adentré en las vísceras terribles de la ciudad, en los refrigeradores de perfecto sonido. Vi a una mujer; conversé con ella. La ciudad me arrastraba a sus laberintos; fuimos a un hotel. Tengo diecisiete años y dibujo vaginas que me devoran; leo incansablemente libros antiguos de hechicería, filosofía, ciencia y literatura; y en un instante, enloquezco en las arterias de la ciudad.

Encuentro mujeres extrañas; colegialas deseosas de sexo pútrido, veloz, en las escaleras de un edificio habitado por gente alienada. Ella se tira un pedo al ser penetrada por detrás en los escalones. Los observo en la intensidad del coito al subir a mi departamento. Ni siquiera se dan cuenta de mi presencia.

Retorno a mi cuarto rojo. Revisión de arterias; bebo cervezas heladas y largo me emborracho en la noche suicida; la noche del renacer. Vibra Nirvana en mis oídos. Un retumbar de cielo y hierba en una humareda de cigarrillos azules. Pearl Jam continúa en la reproducción de mi cinta melómana.

Atravieso al otro lado. Yo fui el cantante, el antiguo poeta norteamericano y francés. Soy la noche turbia, el camino. Me fusiono con las noches bohemias y sin retorno. Enciendo más cigarrillos y mi voz se expande por los ecos de la belleza; encuentro la llama del fuego en el ojo que se derrite; vibro en la fosforescencia de mi mano escribiendo sobre las zonas obscuras; aquellas voces mías levitan en un estertor de silencios y fuegos fatuos. Después, bebo absenta; ensueños del hada verde.

 

1994

 

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