La política estadounidense ha evolucionado hacia la polarización y el extremismo. Esta situación resultaba insospechada hace tan solo unos años cuando parecía que EE.UU. iba a evolucionar directamente hacia una sociedad más abierta y que iban a quedar enterrados definitivamente los peores fantasmas del pasado. Ha ocurrido exactamente todo lo contrario y estos fantasmas han despertado con más fuerza que nunca hasta el punto de que se puede afirmar que ha prendido el germen del extremismo fascista en EE.UU. A la luz de los últimos acontecimientos, cabe afirmar que Donald Trump es un neofascista derivado de las nuevas circunstancias del país. Incluso ha llegado a cuestionar la legitimidad democrática en las elecciones, de manera que ha dejado claro que habría  querido tener poderes absolutos como un dictador fascista.

 Es evidente que si hubiera sido reelegido habría ocurrido en EE.UU. algo de imprevisibles consecuencias. Este no es el punto y final de esta historia, pues hay que tener en cuenta que casi la mitad de los estadounidenses le han votado tras cuatro años de gestión política. Esto significa que en el futuro puede volver a aparecer otro neofascista extremista que desarrolle su legado político hasta las últimas consecuencias. No hay que olvidar que Donald Trump ha promovido la violencia racista y el clasismo social derivado de la raza, hasta tal punto que los sectores más radicales han planteado la segregación racial y la creación de ciudades solo para blancos. Estos preocupantes conceptos recuerdan a los peores momentos del fascismo en Europa y es un fenómeno que está ocurriendo ahora mismo en EE.UU. Donald Trump de haber podido continuar con su política sin limitaciones habría podido llegar a ser una verdadera amenaza para la unión norteamericana.

Al ver el número de votos que ha recibido entra dentro de lo posible que esta experiencia política vuelva a producirse en el futuro hasta sus últimas consecuencias. Hay que observar que la sociedad estadounidense ha llegado con Donald Trump a un nivel de violencia y crispación que no se había visto nunca. Ahora hay que preguntarse si el germen del fascismo ha quedado sembrado en EE.UU. gracias a Donald Trump o, si por el contrario, los estadounidenses conseguirán anularlo con un progreso social que requiere un cambio de mentalidad en algunos aspectos.

Si EE.UU. no consigue resolver sus problemas estructurales y sus tradicionales prejuicios sociales, la unión de la federación está seriamente amenazada antes de acabar el siglo XXI. Los dos problemas que más empiezan a pesar en la sociedad estadounidense son la violencia derivada de la libre posesión de armas y el encubierto clasismo social relacionado con la raza. Esta última cuestión es la que ha dado lugar a mayor tensión social durante la era Trump. Es un tema que no queda resuelto con el final de su mandato y su resolución queda pendiente para las siguientes administraciones.

 EE.UU. va a perder su preponderancia económica antes de 20 años y esto le va a obligar a cambiar sus roles en la escena internacional. En un futuro no muy lejano vamos a tener que acostumbrarnos a un mundo sin el liderazgo de ningún país en un ambiente de colaboración y concordia. Este nuevo escenario puede tener dos posibles consecuencias en EE.UU. Por un lado puede dar lugar a un reforzamiento de la federación o a su progresiva descomposición por inestabilidad política si al final no son superados los viejos problemas anclados en la sociedad. La democracia estadounidense corre el riesgo de deteriorarse si la violencia y el racismo no son definitivamente resueltos en un futuro inmediato.

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