Desde los griegos la filosofía tenía como eje escrutar las incógnitas de la existencia, a percibir el mundo a través del prisma de un equilibrado razonamiento, en la que las ideas y la lógica intentaban desentrañar ese engranaje conocido como universo y de la cual el hombre era sólo una pieza más.

Todo estaba bien hasta que vino uno del gremio, con aires justicieros, a enfatizar que la filosofía no debía pensar el mundo, que su tarea era cambiarlo.

A partir de entonces se ha debatido mucho sobre la utilidad de la filosofía, cuales son sus usos prácticos para desenvolvernos en la cotidianidad. La respuesta de Fernando Savater siempre ha resultado bastante honesta:

¿Para qué sirve la filosofía?

Estamos acostumbrados a que la ciencia resuelva muchas de nuestras perplejidades y problemas, pero ciertas preguntas continúan abiertas porque no admiten ninguna solución definitiva y se repiten de generación en generación.

Son las cuestiones acerca de la muerte, de la verdad, del universo, de la libertad, de la justicia, de la belleza, del tiempo… La filosofía no pretende contestarlas de una vez por todas, sino que sigue enseñando a plantearlas de forma cada vez más enriquecedora, mientras avanza respuestas tentativas para ayudarnos a convivir racionalmente con ellas. Porque es mejor mantener abiertas las grandes preguntas que contentarse apresuradamente con las pequeñas respuestas…”

En la actualidad parece que la filosofía (en apariencia) se ha atrincherado en las aulas de la universidad y en donde los profesores de filosofía se han limitado no a enseñar a pensar, sino a repetir las lecciones de esos filósofos cinco estrellas como Platón, Aristóteles, Descartes, Hegel y los demás.

No obstante con la Internet la filosofía parece salir de su ghetto académico para asumir un protagonismo de cierta periocidad en el espacio público.

Para hacerse mediático nuestro filósofo debe adecuar su discurso, tiene que eliminar tanta broza profunda y limitarse a esas ideas sencillas que puedan calar en el mayor número de individuos. Quizá no hagan esto de manera premeditada y les suceda como a la escritora de telenovelas Delia Fiallo quien dijo que ella leía una obra como La tempestad de Shakespeare, pero entonces al escribir le salía una telenovela como Topacio.

Algo parecido puede pasarle al filósofo mediático que lee Aristóteles, Hegel o Heidegger  y le sale una papilla bastante masticada agradable a cualquier gusto. Voltaire fue el primer filósofo que se preocupó por hacerse de un público, por estar presente en la escena pública aunque esto le acarreara muchos enemigos, pero a la par también muchos incondicionales. A Voltaire sin duda le hubiese encantado la Internet o escribir puntillosos mensajes de textos.

Byung-Chul Han pertenece a ese nuevo cuño de filósofos que podríamos llamar virales (y en el cual se puede incluir a Slavoj Žižek, Fernando Savater, Michel Onfray…) y cuya presencia en la Internet es innegable.  Sus libros de apenas 80 o 100 páginas son un cúmulo de nuevos términos y conceptos que intentan desenredar un poco el ovillo irracional de nuestro presente. Byung-Chul Han escribe frases de relojería que estallan en la cara del lector de manera diáfana y cristalinas.

Este filósofo de origen surcoreano, y cuya carrera se ha desarrollado en Alemania, busca desmenuzar todas las trampas y trucos del presente.

Lo hace a través de un discurso  que conecta con el arte, la economía, la literatura, la filosofía y por supuesto con toda esa variada amalgama de la cultura globalizada.

Con mínimos recursos discursivos desglosa todas las contradicciones del mundo actual y apoyándose en lo escrito por otros filósofos y escritores construye libros fragmentarios sin recurrir a palabras rimbombantes ni a párrafos farragosos e intrincados. Retoca y retuerce sus puntos de vista con gran versatilidad. Sus ideas son frescas, puntuales  y sin alardes. Los títulos de sus libros tiene mucha pirotecnia que engancha con la actualidad: La sociedad del cansancio (2010), La agonía del Eros (2012), La sociedad de la transparencia (2012), En el enjambre (2013) El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse (2014), Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder (2014).

Byung-Chul Han maneja términos bastante peculiares como psicopolítica, el capitalismo de la emoción, el Big Brother amable, biopolítica. Leamos algunos fragmentos para ubicarnos mejor:

El comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal. Las enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) definen el panorama patológico de comienzos de este siglo. Estas enfermedades no son infecciones, son infartos ocasionados no por la negatividad de lo otro inmunológico, sino por un exceso de positividad. De este modo, se sustraen de cualquier técnica inmunológica destinada a repeler la negatividad de lo extraño”. (La sociedad del cansancio)

 

***

 

“La sociedad de la indignación es una sociedad del escándalo. Carece de firmeza, de actitud. La rebeldía, la histeria y la obstinación características de las olas de indignación no permiten ninguna comunicación discreta y objetiva, ningún dialogo, ningún discurso”. (El enjambre)

 

***

 

“La sociedad disciplinaria de Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas, ya no se corresponde con la sociedad de hoy en día. En su lugar se ha establecido desde hace tiempo otra completamente diferente, a saber: una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos. La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman ya «sujetos de obediencia», sino «sujetos de rendimiento». Estos sujetos son emprendedores de sí mismos”.( La sociedad del cansancio)

 

***

“La sociedad de la transparencia es una sociedad de la desconfianza y de la sospecha, que, a causa de la desaparición de la confianza, se apoya en el control. La potente exigencia de transparencia indica precisamente que el fundamento moral de la sociedad se ha hecho frágil, que los valores morales, como la honradez y la lealtad, pierden cada vez más su significación”. (La sociedad de la transparencia)

Todos estos fragmentos (escogidos al azar) tienen en comcolocarle e una identidado que aario, pero que en en com parraal y apyondose el discurso de otros filosofos les.

A Voltaire le hún que buscan colocarle etiquetas a todo aquello que vivimos a diario y que parece sobrepasarnos de manera anónima ya que a nuestro ojos carecen todavía de una identidad filosófica (o en todo caso discursiva). Por otra lado son fragmentos de sencilla asimilación aunque uno sea un lego en cualquier materia. Sin duda no son deslumbrantes ni poseen ese estilo literario que cuida la belleza arquitectónica de las palabras, pero tienen a su favor su asertividad al señalar algunas filias y fobias de nuestra actualidad y que percibimos/padecemos desde una especie analfabetismo atónito y funcional.

En la Grecia clásica los filósofos se iban a la plaza para disertar sobre los problemas universales más urgentes. Hoy la plaza es la Internet. Nunca ha importado demasiado el pódium que utilice el filosofo, más bien lo que se toma en cuenta son las ideas que el filósofo echa volar al viento. Manuel Cruz que es catedrático de filosofía contemporánea en la Universidad de Barcelona ha escrito: “Que el filósofo mediático puede equivocarse, e incluso equivocarse severamente, nadie lo duda. Pero lo que no es  de recibo es que su mera presencia en el espacio público constituya un elemento de descalificación (…)Al filósofo mediático se le ha de criticar —como, por lo demás, al más fervorosamente académico— por lo que diga, no por el lugar en el que se instale”.

En el fondo toda filosofía busca que nuestro paso por esta existencia sea menos trágica y si un poco más llena de alegría y lucidez.

Un buen ejemplo podría ser la filosofía hindú, tibetana o china que buscan que cada cual llegue a un estado de claridad y pueda vivir en armonía con todo lo que le rodea no por azar Savater expresa: “La filosofía no va por un lado y la vida por otro, la filosofía es una forma de reflexionar sobre la vida para intentar vivir mejor. Los tiempos siempre son difíciles, ahora y en la época de Aristóteles, pero vivir siguiendo la rutina nunca mejora a nadie”.

En fondo toda filosofía busca que el cambio se genere en cada persona desde el interior, busca que los individuos se perfeccionen así mismo y puedan ser capaces de transformar su entorno para mejor. Esto parece ser el eje común de la filosofía: que el hombre llegue a conocerse en profundidad, que intente despojarse de los prejuicios y de todo los aprendizajes vanos e inútiles que ha recogido en el camino. Es famoso ese cuento del erudito que llega a la casa de un maestro para que le enseñe sobre la filosofía Zen. El erudito se solaza sobre lo que ha leído y sobre todo lo que conoce.

El maestro imperturbable le invita una taza de té.

Llenó la taza de su visitante y cuando la misma estuvo llena, siguió vertiendo la infusión. La taza rebosaba té constantemente. El erudito se quedó mirando un tanto extrañado cómo el líquido se derramaba y pensó que el maestro era sólo un pobre tonto. Por fin no pudo contenerse y gritó: “La taza está completamente llena. ¡Ya no cabe ni una gota más!. El maestro con tono tranquilo le dijo: Al igual que esta taza, usted está lleno de sus ideas, prejuicios y opiniones. ¿Cómo podría mostrarle lo que es el camino del Zen si primero no vacía su taza?”.

Despojarse de toda falsedad de juicio, de todo aprendizaje vil puede ser la otra finalidad de la filosofía. Aprender y meditar sobre la complejidad de lo cotidiano con claridad podría ser el fin último de la filosofía. En ocasiones sólo somos un vaso demasiado lleno incapaz de emitir sonido alguno. Ninguna sonoridad sale de nuestro interior, ninguna música que pueda agradar a los demás sin pedantería ni egoísmo o como lo mejor lo expresa este breve cuento tibetano: “Era un lama cuya enseñanza enfatizaba la necesidad de percibir el vacío. Instaba a sus novicios y monjes a que se vaciaran de todo y percibieran el sustrato vacío de todos los fenómenos. Pero tanto acento ponía en la necesidad de vaciarse, que un día varios cinco monjes se acercaron a él y le dijeron: -Venerable lama, en absoluto cuestionamos tus enseñanzas, pero ¿Por qué pones tanto énfasis en la doctrina del vacío? El lama sonrió y dijo: -Al atardecer, los espero a todos aquí en el santuario con un vaso lleno de agua. Al declinar el día, los monjes llegaron al santuario con sus vasos de agua. El maestro dijo: -Golpeen el vaso con cualquier objeto y háganlo sonar. Quiero oír la música de sus vasos. Así lo hicieron los monjes, pero el sonido era muy pobre y apagado. El lama añadió -Ahora vacíen el vaso y vuelvan a hacerlo. Los monjes arrojaron el agua de los vasos y comenzaron a hacerlos sonar. Ahora el sonido era vivo y vibrante. El lama dijo: -Vaso lleno no suena. Los cinco monjes comprendieron la enseñanza y el lama sonrió satisfecho”.

 

Sigue leyendo a Carlos Yusti

 

No Hay Más Artículos