Existe una versión cinematográfica de Las mil y una nocheque juega con los elementos del relato oral. Sherezade va al mercado y observa a los contadores de historias que por algunas monedas encantan a mercaderes y compradores con relatos sobrenaturales y expectantes. Uno de estos narradores le da una lección básica a Sherezade. Le dice que la historia debe ir creciendo, el relato debe partir de acciones sencillas y cotidianas para encarar misterios, aventuras mágicas y maravillosas. Y luego le explica:

“La humanidad necesita las historias más que el pan, nos dicen como vivir y el porque…”

Luego que Sherezade ha pasado la primera noche con el sultán, en la que ha contado parte del cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones, regresa a escondidas al mercado para preguntarle al narrador ambulante como proseguir la historia. El le dice que los primeros momentos son vitales para acaparar la atención, que es necesario que retome la historia y llene de exotismo las acciones de los personajes para que atrape la curiosidad de los oyentes y entonces él relata: “Iba caminando anoche cerca de la gran mezquita en la calle de los suspiros, exactamente una hora después de caer el sol cuando me encontré cara a cara con la muerte…” El narrador del mercado guarda silencio y Sherezade le pregunta curiosa: “¿La muerte venía a buscarlo?” y él le dice: “Lo ves te intriga…” Punto final de la lección.

Me gusta creer que el cuento nació en esos albores de la humanidad; de hombres, mujeres y niños sentados alrededor de una fogata, contando (Con un lenguaje incipiente de sonidos guturales y señas) los pormenores de otro día de lucha y sobrevivencia. Imagino que hubo alguno que no se enfrentó a un tigre, ni que se cayó por un precipicio y unas ramas los salvaron por poco, que pasó el día sin contratiempo y para no quedarse atrás inventó sucesos poco comunes, situaciones y peripecias que sólo sucedieron en su imaginación

Los otros que lo escuchaban, quizás estaban extrañados, pero cada noche, mordidos por la curiosidad, querían escuchar el nuevo relato de lo que le había sucedido en el día.

Después por esos avatares de las migraciones se trasladaban a otros lugares llevándose las historias como parte importante de sus equipajes. Historias que serían escuchadas por otros y que luego al relatarlas cada cual le iba agregando nuevos sucesos para hacerla más emotivas y extraordinarias. Me gusta pensar que así comenzó el hombre a contarse historias, a narrar sus peripecias reales mezcladas con hechos inventados y así avivar la luz de una vida llena de oscuridades e inquietudes.

Hoy  todavía seguimos contándonos historias (y escribiéndolas por supuesto), casi de manera inconsciente  leemos a los hijos o a los nietos una historia antes de dormir, sabemos, sin saber, que las historias y los relatos encierran algo que puede salvarnos. En una entrevista reciente el escritor Alberto Manguel dice: “Es muy peligroso confundir el hecho de que los poderosos digan que hay que estudiar para conseguir un trabajo, pensar que la cultura no tiene importancia. Es difícil sustraerse a algo que se nos inculca diariamente, pero hacerlo es esencial para seguir viviendo. Los que no son realistas son los políticos, porque la realidad es que la cultura es importante, biológicamente importante. Nuestro gran instrumento de supervivencia es la imaginación, que anticipa escenarios que nos permiten resolver problemas concretos”.

La imaginación es esa puerta de escape cuando todo se incendia, es esa puerta al campo de la que hablaron los surrealistas.

Pero en esto de escribir historias, de contarlas, también se requiere de un oyente y de un lector predispuesto a dejarse ganar por la magia que los relatos encierran. Para que la escritura adquiera sentido se requiere de lectores ubicados en la acera de enfrente de la inteligencia sensible, de la tolerancia espiritual y de esa capacidad para encarar el lenguaje en una situación especial alejado de los tópicos cotidianos y de ese empobrecimiento publicitario y televisivo al que es sometido constantemente. Un lector capaz de enfrentarse con un lenguaje enriquecido de estilo e imaginación.

Sherezade para su encuentro con el sultán que decapitaba a sus esposas ideó un plan arriesgado: contar historias para salvarse.  Creo, sin ironía, que leer historias puede salvarnos del aburrimiento, de un mal día, de la crisis o de las corruptelas ideadas por nuestros políticos de saldo. Pero también puede salvarnos de nuestras pasiones analfabetas que desatan guerras, despiertan nuestra  vena xenófoba o nos llevan por los intrincados laberintos del tráfico de sombras y tinieblas. La lectura es una manera de encender la luz en nuestra alma, de retomar el camino de vuelta a esa vida donde lo que imaginamos puede salvarnos de las estadistas y las cifras, de ese mundo ahuecado en la que se sobrevalora lo superficial, lo frívolo en contraposición de lo complicado y de lo ingeniosamente profundo.

La lectura quizás nos salve de este marasmo, escuchar/leer y contar/escuchar historias quizá pueda salvarnos y eso Sherezade siempre lo tuvo claro. Punto final.

 

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