Se encontraba nuestro legendario catamarán Dacia, en aquella inolvidable ocasión, firmemente atracado al muelle fluvial de Dobreta Turnu Severin, donde él para balbucir nuevos signos de naturaleza artística, iba otear y sentir los hermosos jardines de Târgu Jiu, considerada como una animada ciudad de Oltenia occidental, emplazada al pie de los Cárpatos meridionales, en medio de un gran distrito minero a orillas del río Jiu y que iba dedicada al recuerdo de uno de sus hijos más ilustres, es decir, al tan cristalino escultor rumano Constantin Brâncusi, (1876-1957), de quien se conservaban cuatro grandes esculturas de los años treinta, que estaban instaladas en dos tan exuberantes zonas verdes
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