Un día gris en Buenos Aires, de esos, en donde la humedad es una constante y el otoño permanece a la espera de alguna lluvia que se niega a caer.

Caminaba como todos los días, con el reloj a cuestas y el paso acelerado, cuando en un instante , mi mirada se posó en una calle, Esmeralda, calle de sueños infantiles, de deseos de futuro , en fin, mi calle, en la que nací, o mejor dicho, viví desde los dos años.

Era inevitable, no quería, pero el anhelo de cerrar un círculo fue más fuerte.

Al llegar a la puerta de entrada, de pronto, los recuerdos se me agolparon como tormenta de nieve, la entrada, intacta, el barrio con muchos cambios, muchos, como los años que pasaron desde que nos mudamos.

De inmediato quise entrar, en el interior de uno de los cuerpos, (el edificio cuenta con tres cuerpos y data de más de casi 80 años) sentados , dos hombres que, en apariencia, eran de seguridad, me acerqué casi tropezando con el  pie de un hombre que salía por el único acceso al edificio.

Les pregunté por el piso, y el departamento que para mi sorpresa estaba en alquiler.

Subí por ese ascensor tan antiguo como las fotos que tenía y databan de aquella época, no fue necesario tocar el timbre, había un empleado de la inmobiliaria mostrándolo a una pareja jóven, en cuanto salieron, y sin rodeos le expliqué la verdad, y que mí intención era la de entrar sólo a verlo. El empleado no tuvo reparos, era tan sólo un momento.

Fueron unos minutos en los que mí vida volvió a la infancia, miré el cuarto de mis padres, salvo por la decoración y la pintura, no había transitado por muchos cambios, en esa habitación le había preguntado a mi padre por los Reyes, por Dios, por la segunda guerra, allí lo había visto llorar cuando falleció mí abuelo, en una época en el que el llanto no era de hombres, pasé al cuarto de mí hermana y mío , mirando la ventana, quise recordar a aquella vecina , que me miraba jugar, haciendo ella lo mismo en su patio, en una tonta competencia que culmina en una visita de mi parte para jugar , pero juntas.

Pasé de inmediato al cuarto de mi hermano, por la ventana del mismo, podía ver la calle Cerrito, los edificios de una ciudad que me parecía enorme,  vino a mi mente las tardes en las que, sentada en un sillón antiguo, leía los libros que mi hermano atesoraba en su escritorio.

No se en qué momento, pude ver ese televisor en el comedor, las imágenes en blanco y negro, las noticias en tres canales.

Pasé a la cocina, al fondo de la misma, estaba un cuartito de estudios, en el que me encerraba para lograr ese silencio necesario para poder concentrarme.

Le agradecí al hombre de la inmobiliaria, y salí directo al pasillo, sin esperar que me acompañara, es que no había necesidad, mis padres, mi abuela, hasta mi gato me acompañaron a la salida del edificio.

Súbitamente, me acordé del rostro del hombre con el que me tropecé, su cara me era familiar o sólo el anhelo pudo lograr que me confundiera su rostro con el de Jorge, mi padre.

Volví a la calle, acelerando los pasos como perseguida por alguien, y en verdad lo estaba, ese pasado intentaba seguirme y arrebatar mi pensamiento, y lo había logrado, tanto que casi ni me acordaba que tenía un cliente a quién visitar, y que ya no jugaba al elástico, ni a las piedritas, que ya no podía ir con mis vecinas a jugar, que se me había pasado la vida , que me estaba esperando otra familia , a la que tenía que atender

El hombre de seguridad, al que agradecí la información , me saludó con una sonrisa y gracias a Dios, no pudo ver las lágrimas que recorrían mi cara, el círculo, se había cerrado, mi alma podía descansar en paz.

 

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