Escuchas el llanto de cientos de niños y niñas que son separados de sus progenitores, ubicados en condiciones infrahumanas, esperando su turno para ser deportados, quisieras verlos, gritar por ellos, pero pasa la siguiente noticia y con ella el olvido. A lo lejos dialogan sobre los alarmantes niveles de desnutrición infantil en un país cercano y de los miles que huyen de la miseria, piensas en aquellas cifras frías, deshumanizadas, quisieras solidarizarte pero los ignoras, miras tu entorno y sigues tu camino. Enciendes el televisor y un periodista informa sobre las decenas de niños y niñas víctimas de abuso sexual por parte de miembros de una iglesia, no puedes creerlo, te indignas por lo sucedido, sientes que tu creencia está siendo atacada o te sientes superior por no ser parte de ella, no importa pues olvidas a aquellos que sufrieron. Abres tus redes sociales y te abruma la cantidad de  fotografías de niñas, niños y adolescentes desaparecidos, lo compartes pues es tu deber social y ciudadano, sigues navegando, te distraes con un meme y pasas. Revisas la prensa y lees sobre niñas y niños víctimas de violaciones, abuso sexual y tratos crueles e inhumanos en sus hogares y en sus instituciones educativas, te horrorizas, piensas que es injusto, sabes que los responsables están protegidos por el sistema judicial o el espíritu de cuerpo, que la mayoría están prófugos, pero la comodidad del silencio es mejor, pues es más fácil olvidar sus rostros. Te pasa a ti, me pasa a mi, nos pasa a todos.

 

Sin embargo ese silencio te duele en las entrañas pues sabes que no está bien, que nadie grita por ellos, que nadie marcha en su nombre, que nadie exige un espacio seguro para ellos en sus hogares, centros educativos o instituciones religiosas.

 

Rostros invisibles

Rostros invisibles

Te duele porque son rostros invisibles para la sociedad ultraconservadora, hipócrita y violenta en la que vivimos, aquella que se moviliza oponiéndose a los roles de género, a la educación sexual y a la despenalización del aborto, pero no por la niña violentada, el niño abusado o el adolescente vulnerado en sus derechos, aquella sociedad xenófoba que se moviliza exigiendo trato preferente a sus nacionales, olvidando que alguna vez los suyos y sus hijos también fueron migrantes.

 

Te duele porque son rostros invisibles para el gobierno y los actores políticos ya que no son votos y no aportan económicamente al sistema.

 

Te duele porque son rostros invisibles para las familias porque las apariencias son más importantes que una denuncia, porque la venganza o retaliación en los conflictos conyugales es más importante que su bienestar.

 

Te duele porque son rostros invisibles, víctimas las peores formas de violencia, que no pueden defenderse por sí mismos y cuando apenas levantan la voz para hacerse escuchar y ejercer sus legítimos derechos, son calificados como rebeldes, hiperactivos y maleducados y son silenciados con insultos o golpes.

 

Te invito a cambiar su historia, a luchar por sus derechos, a creerles, a gritar por ellos, a movilizarte, a no callar, a denunciar, a defenderlos, a exigir que su escuela o institución religiosa sean espacios seguros, a no olvidar sus nombres, a darles voz y rostros visibles, porque el gobierno, las organizaciones, el sistema educativo, la iglesia, la sociedad, los políticos, la sociedad, solo escucharán cuando ruja el planeta en su nombre y se rompa el silencio.

 

 

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