El pueblo se veía desierto. Unas pocas lámparas de alumbrado eléctrico iluminaban tenues las angostas calles empedradas. En la lejanía cantó un guaco, los grillos no pararon de chillar, los perros aullaban temerosos más que ladrar, la sombra de la mujer de elevada estatura se deslizó suave contorneándose hacia todos lados, de su garganta salían unos gritos adoloridos en forma interrumpida, cada seis o siete pasos lanzaba un grito alborotando la noche, su cabello negro ensortijado era movido rebelde por el viento nocturno. La mujer avanzaba gritando por gritar.

El fantasma

El fantasma

Era la medianoche y alguna gente en vela del pueblo escuchaba temerosa los gritos. “Ya días se ha venido escuchando el paso de esa mujer pueblo arriba, camina desde la entrada y llega hasta la pequeña placita, allí abandona la escena por unos momentos para salir llorando siguiendo la misma ruta por donde entró; nadie se atreve a seguirla, el miedo es mayor al deseo por descubrir la verdadera identidad, es mejor implorar la Providencia divina y conciliar el sueño antes de atreverse a recibir un mal aire de ese fantasma”, comentó una vieja vecina con cara de preocupación.

El hombre recién llegado de la ciudad había escuchado la historia del fantasma de medianoche cuando llegó, pero no prestó importancia. “Son supersticiones pendejas de este pueblo”, expresó. Diez años atrás se había marchado a rondar el mundo en busca del sustento, ya había olvidado todas las creencias de sus padres y antepasados. No se había dormido cuando la mujer pasó gritando frente a su casa, se restregó los ojos, sacudió la cabeza, sin vacilar mucho se incorporó y se vistió, abrió la puerta principal y salió a la calle; luego allí a unos diez metros de él estaba la mujer fantasma caminando pueblo arriba. El hombre frunció el ceño extrañado, cerró la puerta tras de sí y decidió seguirla guardando cierta distancia.

El fantasma llegó a una de las casas enfrente de la placita del pueblo, la puerta de la casa se abrió sin aparecer nadie, la mujer fantasma entró; quien la seguía sonrió malicioso y se escondió atrás de una casa sin puertas y sin techo a esperar verla salir y seguirla hasta donde fuera posible.

“Puntual como siempre”, afirmó la pequeña mujer acariciando las mejillas del fantasma.
“Y tu marido donde está”. “No te preocupes, ese duerme profundo, le di de beber una toma de hierbas hipnóticas para hacer las nuestras y las ajenas como cada noche”, respondió ella mientras ayudaba a despojarse al fantasma.

Luego empezaron a acariciarse, a besarse apasionados sintiendo quemarse del fuego interno, entre abrazos, besos, caricias en diferentes partes del cuerpo, retozaron y gimieron en la cama del dormitorio contiguo donde dormía placido el marido.

El fantasma

El fantasma

El hombre recién llegado estaba inquieto en la casa medio construida, la curiosidad destilaba ansias en su piel, sentía ganas de llegar hasta la puerta de la casa vecina e indagar sobre el fantasma; pero se contuvo. “Esperaré, cuentan que siempre regresa pueblo abajo”, murmuró a solas.
La mujer abrió la puerta de su casa, antes agradeció al fantasma por mostrarle una vez más el cielo. “Te cuidas”, aconsejó zafando el pasador de la puerta. La mujer fantasma salió a la calle y lanzó el primer alarido alzando sus manos al cielo, comenzó a caminar pueblo abajo sin parar de gritar, giró la cabeza hacia la casa medio construida, adonde se escondía el hombre, no miró nada y siguió su camino.

El hombre llegado de la ciudad tras su escondite la miró relajada, dejó que avanzara un poco y decidió seguirla entre el aullar de los perros y los gritos desconsolados. La siguió despacio sin perder la pista hasta llegar a las primeras casas en la entrada del pueblo; al verla separarse de la ruta seguida y caminar el fantasma hacia atrás de la primera casa se contuvo y decidió esperar en el corredor de enfrente para escaparse de la pequeña llovizna que había empezado a caer a esas horas cercanas a la madrugada.

Después de unos minutos de estar mirando caer las pequeñas gotas de lluvia bajo la tenue luz, el hombre recién llegado al pueblo quedó deslumbrado cuando detrás de la primera casa salió otro hombre de elevada estatura con una bolsa en la mano, su sombrero ligeramente ajustado hacia atrás lo protegía de la llovizna, caminó hacia la casa adonde lo esperaba el nuevo vecino.

“Qué haces aquí y a esta hora”, pregunto al llegar.

“No me digas ser la mujer fantasma que ya días tiene asustada a esta pobre gente para hacer tus fechorías nocturnas”, indagó el recién llegado.
“Guárdame el secreto por la buena amistad existente con tu padre”, imploró el hombre.

“Te lo guardo siempre y cuando compartas conmigo tu conquista”, dijo ella.

“No habrá que hacer, comparto contigo”, prometió resignado el fantasma.

A partir de aquella noche, dos fantasmas recorrían llorando el poblado, una mujer alta y una mujer pequeña, primero una y después la otra, a solas irrumpían en llanto a la medianoche causando temor mezclado con pánico en todo el pueblo.

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